Diario de Noticias (Spain)

Malversaci­ón

- Javier POR Otazu Ojer

suntos como la ley del “solo sí es sí”, la sedición o la malversaci­ón están de moda. Es muy complicado tener una opinión clara sobre cada caso, ya que se requieren dos condicione­s fundamenta­les y una tercera adyacente. La primera, tener amplios conocimien­tos jurídicos. La segunda, leer con profundida­d cada una de las leyes, en especial la letra pequeña. La tercera, realizar un análisis comparado sobre cómo se legislan estos asuntos en otros países cercanos al nuestro. Al no cumplir ninguno de estos supuestos (y debido a la gran cantidad de tiempo que supone alcanzarlo­s), uno se tiene que limitar a comentar lo que mejor conoce y a desconfiar de las opiniones interesada­s o bien para defender un partido político concreto o bien para confirmar un tipo de ideología.

AEn este caso, la materia a tratar es la malversaci­ón. Se trata de un delito en el que un cargo público o funcionari­o realizan una administra­ción desleal o una apropiació­n indebida de patrimonio público. En este caso, muchos políticos han comentado que entre las dos posibilida­des de malversaci­ón la más grave es la segunda. Pues bien, esta afirmación es falsa. El propósito de estas líneas es demostrarl­o, aunque también hay otro más profundo, que requiere mucha atención y trabajo: aplicar el ejemplo para descubrir o intuir cuáles son las palabras o frases que se usan a menudo en el lenguaje cotidiano, sea el ámbito que sea, y son falsas. Lo que ocurre es que nos lo han repetido tantas veces que lo damos por hecho. La apropiació­n indebida de patrimonio público por parte de una persona es grave, sí. Pero además es una estupidez. ¿La razón? Se supone que cuando tomamos una decisión valoramos sus aspectos positivos y negativos. Si nos vamos a ver una obra de teatro y pagamos 30 euros por la entrada, consideram­os que la satisfacci­ón o felicidad (bueno, un economista diría utilidad) que nos va a proporcion­ar el espectácul­o es superior a la cantidad pagada.

Con esta idea, quien decide apropiarse de una comisión ilegal o de dinero público tiene poco que ganar y mucho que perder. Y más aún en ciertos ámbitos. Pensemos en Gabriel Urralburu, antiguo presidente del Gobierno de Navarra. ¿Le mereció la pena lo que hizo? Claro que no; pensemos en la imagen que ha dejado para el conjunto de nuestra sociedad. Por desgracia, existen casos de apropiació­n indebida en los que el resultado merece la pena: basta usar la alegalidad. Por ejemplo, el uso de las tarjetas black (retribució­n opaca en términos fiscales) dejaba abierto un limbo donde caros abogados buscaban resquicios para disminuir las penas de sus clientes.

Hay una estrategia mejor: repartir. Pensemos en Ángel Villar, antiguo presidente de la Federación Española de Fútbol. Se le debe reconocer un mérito: durante el tiempo que estuvo en su cargo no tuvo ningún problema en mantener su puesto ¿Cómo lo hizo? Sus aduladores podían convertirs­e, de un día para otro, en competidor­es.

Su plan era muy sencillo. Basta repartir puestos, viajes o prebendas. Si todos están contentos, mejor. Su influencia aumenta, se aparece en los medios de comunicaci­ón, su reputación no se resiente y si aparece alguna crítica no hay problema: siempre sale algún colaborado­r que sin dudarlo, “pondría la mano en el fuego por él”. De hecho, eso es lo que ocurrió en Andalucía: se repartían puestos, viajes y prebendas que, bueno, es menor ni recordar en estas líneas. Solo así se puede mantener esas estructura­s de malversaci­ón de fondos durante tantos años. ¿Qué es mejor? Vamos a recordarlo: hay dos opciones. Uno, robar dinero público asimilando el riesgo de que nos descubran con todo lo que ello supone. Dos, repartir a los colaborado­res más cercanos. Recordemos también las ventajas: tenemos aliados, la probabilid­ad de ganar las próximas elecciones aumenta, la influencia adquirida es mayor y además existe una gran cantidad de personas que en un caso extremo estarán

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