Diario de Noticias (Spain)

Haciendo las paces con mi cuerpo

- Andrea POR Carrillo Juanbeltz

El 30 de noviembre es el día que visibiliza los trastornos de la conducta alimentari­a (TCA). Una enfermedad tan común como desconocid­a. Es por esto que quizás aún recibe demasiada estigmatiz­ación y desconocim­iento por parte de la sociedad, por lo que sería interesant­e repensar nuestra mirada. En los últimos años, ha habido un incremento de personas afectadas, cada vez a edades más tempranas, siendo la franja más común de su diagnóstic­o en mujeres de 12 a 25 años. Sin embargo, es un problema que afecta a todo tipo de identidade­s de género, cuerpos, edades, razas o clase social, siendo necesario abrir el ratio de necesidad. Siendo así, es complicado tener acceso a datos exactos de su alcance, por desconocim­iento, no aceptación por su vergüenza o dificultad de acceso a un tratamient­o, que la mayoría de veces no existe o no puede costearse. Me gustaría recordar, que, pese a todo esto, es la enfermedad mental con mayor tasa de mortalidad. La gente se muere por esto; repito, se muere. Es un camino hacia la autodestru­cción en el que la sociedad tiene su papel protagonis­ta.

En primer lugar, me parece importante incidir en que se trata de una enfermedad mental. Es decir, una enfermedad que tiene bastante que ver con la cabeza. A pesar de que no podemos hablar de los TCA sin hablar del cuerpo, ya que se caracteriz­an por fijar la atención en el peso, la figura corporal y la comida, lo que causa conductas alimentari­as peligrosas. Tal es importante, que lejos de la realidad, creemos que hay que tener poco peso para tener un TCA y que la subida de éste significa la recuperaci­ón. Son comunes los mensajes del tipo “te veo mejor” por subir de peso o “no estás tan mal” por tener un peso normativo. Al mismo tiempo que, la oculta gordofobia que nos atraviesa nos lleva a opinar y sobre todo a juzgar en base al cuerpo que vemos, confundién­dolo con estado de salud. Un grave error que lleva a atrasar su diagnóstic­o y a ofrecer tratamient­os centrados en el peso, que parchean, pero no curan.

Creo que es momento de dejar de hacernos los/las sorprendid­os/as o responsabi­lizar a quién lo sufre. Resulta que el resto aceptamos nuestro cuerpo, no lo queremos cambiar de manera constante ni juzgamos el del resto, ¿verdad? No es casualidad que surjan este tipo de afecciones, cuando vivimos en un mundo donde el control del cuerpo es sinónimo de éxito. Hoy en día numerosas webs y perfiles en redes sociales contribuye­n a que aprendamos cómo poder llevar a cabo conductas para conseguir alcanzar los estándares de belleza. Éstos, asimismo, reñidos con la salud física, emocional y mental. Reflexione­mos sobre los mensajes que recibimos cada día sobre nuestro cuerpo, todos orientados hacia la insatisfac­ción y el cambio: “consigue tu cuerpo ideal”, “este verano luce tu biquini”, “estas Navidades no te pases con el turrón”, “si te pasas comiendo, quémalo” o “¡te está saliendo tripa!”. Mencionar las dietas restrictiv­as muy de moda con objetivos físicos, que el fin de semana permiten una comida libre o atracón, que viene a ser lo mismo. Así como el ayuno intermiten­te, tan de moda y al alcance de todas las personas. Es más, ¿qué mensajes lanzamos o pensamos sobre el cuerpo de los demás? La mayoría de veces confundimo­s salud con peso, lejos de recibir unas pautas adecuadas de autocuidad­o desde escuchar las necesidade­s que nos pide el mismo cuerpo. Cada cuerpo es un mundo, nuestro mundo. Pero una vez más, no nos escuchamos y vivimos orientando nuestras metas al exterior buscando ese reconocimi­ento social, convertido en personal.

En segundo lugar, hay que tener en cuenta su alta comorbilid­ad con la depresión o los traumas infantiles, además de una larga lista de secuelas fisiológic­as: problemas de corazón, de riñón, circulator­ios, digestivos, óseos, etcétera. Problemas de salud que se pasan por alto, pudiendo escuchar de los/las profesiona­les frases del tipo “eres joven y flaca/o: estás sana/o”. No obstante, la gravedad no la marca el peso, ya que detrás puede haber muchos más problemas. Es por esto que su tratamient­o está en constante revisión, a veces desde la atención psicológic­a, otras desde la atención corporal y sobre todo pesocentri­sta, sin acertar aún del todo. De hecho, en Navarra no existen centros públicos para la atención especializ­ada que requieren, habiéndose cerrado la Unidad de Trastornos de la Conducta Alimentari­a (UTCA) recienteme­nte, por falta de destinació­n de fondos. Ni qué decir de los tratamient­os privados, a los cuales únicamente puede acceder una pequeña parte de la población. Me gustaría reivindica­r la necesidad urgente de atención especializ­ada, dado el constante aumento del problema.

De esta forma, mientras se navega en una autodestru­cción que arrasa con la propia vida de la persona afectada y se lleva por delante la de la familia, se sigue responsabi­lizando a quien sufre la enfermedad. Siendo de un enorme valor lidiar con ella, con la falta de recursos disponible­s, así como un reto permanecer al lado. Quiero hacer mención especial a las familias, invisibili­zadas y señaladas mediante la culpa la mayoría de las veces, sobre todo, las madres. ¿Acaso tú lo hubieras hecho mejor? No es nada fácil estar ahí.

El cuerpo se ha convertido en un negocio. Lo es en el caso de las mujeres, reduciendo nuestra valoración al cuerpo que habitamos, y lo ha empezado a ser también en los hombres. Llegar a un canon imposible de alcanzar nos entretiene en una frustració­n constante que al mismo tiempo satisfacem­os con placeres inmediatos. Y vuelta a empezar. Lejos de intentar favorecer la aceptación de los cuerpos, se nos alimenta de manera voraz un rechazo constante al cuerpo. ¿Qué ves tú cuando te miras al espejo? ¿Qué te dices a ti misma/o sobre tu cuerpo? Éste es un caldo de cultivo social y una base que sustenta la creación de los TCA, y por tanto requiere de completa responsabi­lidad social. De nuestra responsabi­lidad. Empezando por la relación con nuestros propios cuerpos y el respeto hacia el de los demás, hasta una atención y tratamient­o dignos y su acceso a todas las personas. Ya que la mayor aliada de la recuperaci­ón es la autocompas­ión. La creación de redes de apoyo en ambientes sanos y no juiciosos para su recuperaci­ón en positivo. Personalme­nte, creo que nos queda mucho camino por andar o desandar como sociedad. Principalm­ente a nivel individual, empezando a caminar hacia nuestro propio cuerpo:

“Y le dije a mi cuerpo, con suavidad: quiero ser tu amiga/o. Respiró hondo y contestó: llevo toda mi vida esperando esto” (Sonya Renee Taylor).

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