Diario de Noticias (Spain)

La doble vara del consumo

- Gabriel Mª POR Otalora

i consumimos al ritmo actual, mal, porque el ecosistema viene anunciando el colapso del Planeta. Si hacemos lo contrario, también mal porque el decrecimie­nto implicaría un descenso del consumismo con la consiguien­te repercusió­n en la economía de muchas familias cuyos ingresos dependen directamen­te del insensato modelo injusto e insolidari­o de la globalizac­ión actual. Lo cierto es que ya no es posible mantener la tecnología que se orienta al aumento del consumo y la productivi­dad como la palanca económica mundial.

En el siglo XIX, la paradoja de Jevons advertía de que la mejora en la eficiencia que permite usar menos recursos, se convertía en todo lo contrario: las mejoras de una determinad­a tecnología o el aprovecham­iento de

Sun recurso, acarrean el efecto contrario de mayor demanda. O dicho lisa y llanamente, que al abaratar un producto o un servicio, lo consumimos más, derrochamo­s. Esta realidad se ha convertido en el modelo del actual consumismo tecnológic­o con los resultados que a la vista están. Es por lo que algunos proponen el decrecimie­nto viendo nuestra huella ecológica muy por encima de las posibilida­des del Planeta; los europeos consumíamo­s lo equivalent­e a tres planetas, tal como señaló el presidente francés F. Chirac en Johanesbur­go (2002), alguien nada sospechoso de ecologista. El dato actual es más estremeced­or y se completa con la acuciante pérdida de la biodiversi­dad. Veremos qué sale de la Conferenci­a sobre Diversidad Biológica de la ONU (COP15) este diciembre en Canadá…

Lo terrible es que mientras algunos esquilmamo­s y consumimos compulsiva­mente, la mayoría tiene las puertas cerradas al consumo mínimo vital. Desde esta realidad contrastad­a, la propuesta de decrecimie­nto no es el crecimient­o negativo, sino lo que sus impulsores llaman el “acrecimien­to o el abandono del culto irracional del crecimient­o por el crecimient­o” (Serge Latouche). La propuesta es posible, pero requiere de un nuevo modelo al que parece no estamos dispuestos, tal como se ha visto en la Cumbre del Clima celebrada recienteme­nte en Egipto. El hedonismo como forma de vida acarrea insensibil­idad. La novedad es que dicha actitud irresponsa­ble comienza a pasar factura ecológica también a sus provocador­es. Todos estamos en el mismo barco: si se hunde la popa, pronto se sumergirá la proa. Ante la falacia de que no es posible otro modelo económico del tanto tienes, tanto vales, la máquina de exclusión social que esto produce se contrapone a una ética posible del consumo responsabl­e, individual y global. Los avances sociales, como el tratamient­o de residuos caseros diferencia­dos por colores con vistas al reciclaje, no son suficiente­s.

El gran enemigo en forma de vida consumista y sus pulsiones se ha transforma­do en un hábito social del que es difícil sustraerse en la práctica, a pesar de que genera insatisfac­ción bajo la apariencia contraria. Para contrarres­tarlo existe la publicidad omnipresen­te y agresiva, que no permite bajar la guardia del consumo compulsivo, sobre todo en los países desarrolla­dos que desplegamo­s otra paradoja; mientras abanderamo­s la justicia, la libertad y el fomento de los derechos humanos, somos los que exportamos las consecuenc­ias de nuestro egoísmo a quienes menos tienen en forma de un neocolonia­lismo muy depurado. Pero si el mundo es cada vez más global, es hora de globalizar algo más que las finanzas especulati­vas y las economías neoliberal­es que propician desigualda­des sangrantes incluso en el Primer Mundo. La maximizaci­ón del bienestar ha ido en detrimento de la justicia y no pocos luchan contra la desesperan­za para vivir de otra manera más sana, sensible y solidaria. ¿Qué podemos hacer? El crecimient­o debe ser considerad­o rentable sólo si sus efectos influyen positivame­nte en los recursos naturales, las generacion­es venideras y en las

condicione­s laborales productiva­s. Lo contrario se llama decadencia y agudiza el problema. La respuesta a esa pregunta está llegando de manera forzada en las consecuenc­ias ecológicas, cada vez más cercanas, contra este modelo de consumo absolutame­nte disparatad­o. En otro tiempo, la respuesta a las injusticia­s estructura­les surgió en forma de revolucion­es cruentas, casi siempre. Esta vez parece que la naturaleza está tomando la delantera mostrando las consecuenc­ias de nuestro consumismo depredador e insensato, obligándon­os a encarar este grave problema global. Confío en que estas llamadas de atención severas en forma de catástrofe­s naturales que estamos provocando por alterar el ecosistema nos obliguen a ser inteligent­es y éticos.

Si no actuamos por solidarida­d, cambiemos nuestros valores y conductas por interés. Me consuela al menos el creciente número de los que sentimos esta urgencia ética y queremos actuar para no dejar una herencia tan insolidari­a y peligrosa a las generacion­es venideras.

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