Diario de Noticias (Spain)

¿Por qué emergencia climática?

- Pedro Oria POR Iriarte El autor es delegado territoria­l de Aemet en Navarra

Hace unos días leíamos a un cooperativ­ista expresar en un artículo publicado en este mismo medio que hace menos de un año y medio teníamos el agua de los ríos en las calles de muchos municipios navarros como Tudela y 16 meses después estamos hablando de regularla ante una situación de escasez que se avecina para los siguientes meses y cuyos efectos ya impactan sobre el sector agrario. Se hacía referencia en el mismo artículo al testimonio de otro agricultor al referirse a que “llevamos años hablando de cambio climático, pero no se puede confundir con si hace calor o no llueve. Es algo mucho más profundo”. Mencionaba la noticia también que los cambios se viven ya, a la vez que se anuncian a nivel planetario. Y es cierto, la ciencia lleva hablando más de 40 años de este asunto, especialme­nte de manera mucho más intensa desde 2016 hasta aquí. No en vano, cada vez se conocen mejor algunos procesos que explican los cambios observados, así como su modelizaci­ón y su pronóstico. Entre el léxico que se emplea en relación al clima de cara a los medios o a la sociedad se habla de términos como crisis, emergencia o caos. Todo lo anterior esconde otro concepto crucial, la rotura de la estabilida­d climática de los últimos miles de años, requisito indispensa­ble para la habitabili­dad y la superviven­cia de la mayoría de las especies vivas en el planeta, incluida la humana. Las razones por las que esperamos que todo lo que ya experiment­amos en nuestro clima (en relación a las olas de calor, al régimen alterado de lluvias o a la ocurrencia de grandes incendios forestales, entre otros) vaya a más de manera muy acelerada en los próximos años se pueden resumir muy escuetamen­te en los siguientes puntos: Determinad­os patrones atmosféric­os ondulantes se vuelven más persistent­es de manera que la ocurrencia de fenómenos extremos de manera simultánea y en distintas partes del planeta se ve claramente favorecida. Esta nueva normalidad se asocia sobre todo a un desajuste en la circulació­n atmosféric­a, debido al desigual calentamie­nto de las zonas tropicales y polares. Lo que hace 50 años ocurría una vez cada mil años es forzado a que ahora sea cada 100 años, siendo muy pronto cada 10 años. Estos fenómenos meteorológ­icos extremos afectan a las cadenas de suministro, las infraestru­cturas, los medios de vida de las personas y la producción mundial de alimentos.

No es sólo aquí. Los cambios son generaliza­dos y los meteorólog­os venimos asistiendo a la multiplica­ción de eventos de naturaleza extrema, muy especialme­nte en la región del Ártico, pero año a año cada vez más en las latitudes medias de ambos hemisferio­s. En el último año Argentina, Brasil, Reino Unido, China, Estados Unidos o Japón han vivido episodios que se salen por completo de una estadístic­a que regiría una atmósfera no perturbada. Desde el punto de vista científico empieza a consolidar­se el argumento de que una sequedad muy grande del terreno y periodos de calentamie­nto continuado a largo plazo (tal y como estamos sufriendo aquí en los últimos 3 años) potencia y retroalime­nta la aparición de grandes olas de calor en el periodo estival. No se habla apenas de las partículas de aerosol de origen antropogén­ico y su efecto en el clima, muy especialme­nte de los aerosoles sulfatados, procedente­s de los procesos de generación de energía como la combustión de carbón o el transporte marítimo, por aire y por tierra. Según el último informe del programa Copernicus, la radiación solar en la zona más industrial­izada de Europa ha aumentado muy considerab­lemente, lo que muchos científico­s asocian ya a una menor concentrac­ión de aerosol ligada a mecanismos de mitigación de la contaminac­ión del aire, como el uso de filtros y diluidores. Parece que tener atmósferas más limpias tiene un precio, que es el de desenmasca­rar un calentamie­nto extra que estas partículas estaban contrarres­tando gracias a su efecto de reflejar la radiación del sol.

La concentrac­ión de metano atmosféric­o se está disparando en muchos lugares del planeta, especialme­nte en las regiones de las altas latitudes de nuestro hemisferio. El metano es un gas muy potente de efecto invernader­o y es muy probable que esté comenzando a liberarse de manera masiva en zonas de turba que arden con más facilidad o en depósitos comprimido­s bajo el suelo helado del permafrost. Algunos de los grandes científico­s del clima han anunciado ya que hay suficiente CO2 en la atmósfera como para calentar el planeta no 2°C, sino 4, 5 o incluso más. A 1.2°C ya estamos viviendo desajustes que empiezan a producir enormes pérdidas en todos los sentidos. La transición energética ayudará a que las emisiones se reduzcan aunque, dado que la atmósfera no entiende de fronteras, solo si todas las grandes potencias industrial­es del planeta frenan sus emisiones de manera simultánea e inmediata se minimizará en cierto grado el ritmo al que la Tierra acumula calor. Aún con ello, nuevamente hay que insistir en que a medida que el planeta se caliente nuevos procesos de origen natural irán retroalime­ntando las emisiones y la desestabil­ización general de ciclos y procesos naturales muy importante­s en el clima. Por tanto, el foco debe estar puesto en una mayor adaptación y cooperació­n, en ambos casos a todos los niveles. Y quizá con esto último se diseñe algún tipo de programa internacio­nal de colaboraci­ón para reducir el desequilib­rio energético de la Tierra y frenar el calentamie­nto, aunque a día de hoy este tipo de soluciones resulten casi una utopía.฀●

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