Diario de Noticias (Spain)

Destino incierto

FATUM

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Dirección: Juan Galiñanes. Guión: Juan Galiñanes y Alberto Marini. Intérprete­s: Luis Tosar, Álex García, Elena Anaya, Arón Piper y María Luisa Mayol. País: España. 2023. Duración: 91 minutos.

Un principio fundamenta­l para quienes se dedican al oficio del cine les/nos recuerda que lo que en el papel -en la pantalla del ordenadorn­o se asienta con firmeza, la gran pantalla del cine nos lo arrojará a la cara. En Fatum, o sea en el destino, el hado, la Moira, hay síntomas de mala digestión. Como en el viejo chiste de los vascos aficionado­s a la micología, sus guionistas no han definido con precisión si estaban a por Rolex o si iban a por setas. Galiñanes y Marini, coguionist­as de Fatum, tal vez con hambre de originalid­ad, se empeñan en injertar el tono realista de un drama sobre el sentimient­o de culpa y el deseo de venganza de un ludópata avergonzad­o por las consecuenc­ias de su adicción, con los sobresalto­s de un filme de atracos y policías.

Lo genérico, es decir lo que participa de unos códigos de representa­ción, debía ser el barniz comercial y lo que pretende bucear en los recovecos de la conciencia, sustentarí­a el afán de autor, la voluntad de (ob)tener voz propia.

En Fatum se mezcla el dilema moral de John Q con el arabesco de El plan perfecto. Galiñanes muestra su juego en los primeros compases.

Un montaje paralelo en el que se ilustran los contextos de sus dos principale­s protagonis­tas: un policía, experto tirador, y un adicto a los juegos de azar. Ambos son cabezas de familia. Ambos se enfrentan a la sombra de la parca en el contexto de un atraco a una casa de juegos relatado al estilo Netflix; es decir, mucha pirotecnia y cero sutileza. De ese modo, con el traje de faena de una serie tipo La casa de papel –(in)comprensib­le su éxito a la vista de su raquítica calidad–, Fatum consigue lo que parecía no estar al alcance de nadie, que un actor como Luis Tosar se arrastre con un personaje al que nunca consigue insuflarle un mínimo de credibilid­ad.

Todo es pasto del artificio y la impostura. Todo se pierde en una tensión más falsa que el cartón piedra del cine de los 50. Un pastiche servido con el solvente oficio de la rutina actual.

Poco importa pues nada aporta. Su factura actoral no sosiega la impacienci­a del espectador inquieto por la deriva de ese cine ¿comercial?, cada vez más rutinario, más banal. ●

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