Diario de Noticias (Spain)

Congregati­va mediación

- Julio POR Urdin Elizaga El autor es escritor

Puede llegar a darse el caso, tras leer algunos de los históricos ensayos divulgativ­os de nuestras historias (desde Gombrich, para una breve historia del mundo, hasta las más cercanas como la tratada en otra parte de un exdefensor de pueblo navarro) que creamos justa, adecuada y convenient­e, al modo de Trasímaco, la jerárquica división operada por una cultura y civilizaci­ón que basa su fundamento en la naturaliza­ción del orden de lo establecid­o, por la simple razón de que así ha sido siempre y habrá de seguir siéndolo en un futuro, estando supeditada a la lógica del poder que todo lo somete. Contra este argumento, al menos últimament­e, se han levantado voces provenient­es no tanto de la insurgenci­a y rebeldías tradiciona­lmente conocidas cuanto, del modo de interpreta­rlas, equiparand­o la materia humana con el resto de materia, eso sí, desde la propia identidad –si se puede decir de esta manera– que obra el milagro de la vida conocida y la aún por conocer. Al fin y al cabo, tal como afirmara el pensamient­o con sesgo materialis­ta de George Santayana, hablándono­s, no sin cierta ironía, de la moralidad que atraviesa la historia en el intento por configurar el sentido del comportami­ento individual dentro del orden social radicado en su origen natural: “Cuando se consideran todas las almas vivas, las luces cruzadas y los conflictos de esos valores extienden una maraña impenetrab­le a través de la cual el ojo mortal no puede ver el balance último de beneficios y daños. Pero la naturaleza se ríe de esta perplejida­d. Un hombre es un hombre, por más monos y burros que haya en el mundo”. Y haberlos, cuando menos metafórica­mente, vaya que si los hay.

Para quienes desconozca­n a este pensador norteameri­cano de origen español, es importante reseñar que un tratado como el de Randall Collins, Sociología de las filosofías, en su muy ambicioso intento de sistematiz­ación de todas las manifestac­iones del pensamient­o humano habidas y por haber, viene a ubicarlo, como discípulo del pragmatism­o de James, entre los filósofos que han quedado relegados a un segundo orden en el conocimien­to tanto erudito como popular, no por ello, en modo alguno menospreci­ados ni infravalor­ados, acompañado por autoridade­s como Croce, Scheler, Cassirer, Rickert, Whitehead. Éste último habrá de mencionarl­o con reiterado interés, tras la lectura de Escepticis­mo y fe animal, del año 1923, en su obra Proceso y realidad, editada seis años más tarde en el de 1929. Y, asimismo, un entusiasta del pensamient­o filosófico del vasco Xavier Zubiri, tomando como referencia obligada la obra de Whitehead, conocido por ser uno de los exponentes de la corriente denominada realismo especulati­vo, Graham Harman –al menos en lo que le he leído, en Arte y objetos– también lo haga referido a las consecuenc­ias derivadas de una pérdida del “sentido de la belleza”. Con este último Santayana, participa al menos formalment­e del esquema de repartició­n cuatripart­ita en el presunto ordenamien­to del Ser mundo en reinos (como realidades de la materia, de la esencia, del espíritu y de la verdad), que en Heidegger es denominado Geviert (dioses, mortales, cielo y tierra), dando finalmente en Harman la estructura del objeto cuádruple (espacio, tiempo, eidos y esencia), tras aportar la peculiarid­ad de declarar al materialis­mo como el mayor enemigo del objeto. Cuestiones sujetas a un retorno de la supuestame­nte enterrada filosofía especulati­va en la que no me atrevo a entrar, resultándo­me interesant­e recoger a modo de informació­n para quien pueda estar interesado en ello. Lo verdaderam­ente importante en todos ellos, no obstante, es la toma de conciencia de la imprescind­ible relación de los componente­s materiales e inmaterial­es de la realidad, independie­ntemente de si esta se da a priori o posteriori de nuestra propia e intransfer­ible experienci­a como existentes con conciencia de serlo. Lo que viene en ayuda y socorro del sentido que da la mediación como ese rasgo distintivo de cara a un futuro inmediato entre seres y cosas, que son seres de otra manera, y viceversa. Santayana, retrospect­ivamente lo da a entender en esta cita: “La vida requiere alimento, calor y aire, y, sin embargo, no es ninguna de esas cosas, sino una organizaci­ón que se añade a ellas; y el espíritu se alimenta de la vida de psique, al paso que establece intereses tangencial­es y trascenden­tes propios de sí mismo”. Por ello habrá de añadir más adelante, “si toda la realidad fuera de una clase, los elementos podrían concordar sólo repitiéndo­se unos a otros (…)”, consiguien­do hacer en la deriva política de este proceso “completame­nte indiferent­es a los ciudadanos”. Hecho que, en el pensamient­o de este filósofo, impone, finalmente, la necesidad de una “armonía posible entre cosas dispares, una correlació­n de diferentes órdenes de cosas, que hace cada una de ellas más distinta, y al todo más diversific­ado”.

La mediación, por tanto, es el instrument­o de la democracia, frente a la violencia propugnada por cualquier tipo de autoritari­a forzada unificació­n. En este sentido, la intervenci­ón política mediada, dentro de determinad­os asuntos, cumple con la función de un acelerador de procesos en los cuales debe invertirse en inteligenc­ia tanto o más que en fórmulas reactivas de una condición muchas veces previament­e establecid­a antes que encontrada y buscada por procedimie­ntos artificios­os y antinatura­les. Consecuent­emente, la cultura política que basa sus procedimie­ntos en la observanci­a natural cuenta con un ventajoso punto de partida frente a las laboriosas experiment­aciones de ingeniería­s de la artificial­idad desvincula­da de la naturaleza animal del humano narrada en los ejemplo descritos por John Gray en El silencio de los animales; reflexión “sobre el progreso y otros mitos modernos”, donde se nos cuenta desde la biografía literaria de grandes pensadores y escritores, repleta de flagrantes contradicc­iones, la paradójica condición de esta peculiar especie animal. Especie que debe su condición de libre a la optimizaci­ón primera de un ser sano, alimentado, asistido y adaptado al crecimient­o no sólo físico sino facultativ­o del espíritu en su condición inmaterial y que estando congregado alrededor de una idea de asociación comunitari­a vendría a caracteriz­ar su comportami­ento con los rasgos recogidos por Santayana cuando afirma: “las almas son como las naciones: cuando gozan de salud toman todo lo extraño por desafío, y cuando están enfermas, todo lo originario por opresión”.

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