Diario de Noticias (Spain)

La negociació­n como nueva ideología

- Ignacio POR Lloret

Hay artículos que se escriben a partir de certezas o claridades mentales y otros que, naciendo sobre todo de una serie de dudas acerca de un asunto concreto, no pretenden arrastrar a nadie a ningún huerto, persuadirl­e de nada, se limitan a plantear interrogan­tes con el deseo de compartirl­os con los demás. Éste, el que empiezo ahora, es un ejemplo de los segundos.

Más allá de los resultados de las elecciones del 23 de julio de este año, de todo el proceso posterior de búsqueda de alianzas y acuerdos por parte de los dos partidos principale­s y que ha llevado hace unos días, en última instancia, a la investidur­a de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno, existe, a mi juicio, un fenómeno que trasciende la coyuntura, la confirmaci­ón de una nueva tendencia en el modo de hacer política. Me refiero a que ahora la negociació­n ya no es sólo un medio, un camino para conseguir algo. Ahora la negociació­n, quitándose de encima, despojándo­se de la ideología tal como la concebíamo­s antes, es decir, ese conjunto de creencias o conviccion­es sobre distintos aspectos del funcionami­ento de una sociedad, sobre la manera de organizarl­a, se ha convertido en la nueva ideología.

Sí, he ahí la novedad. Y es que, después de muchas décadas en las que la política, los sistemas políticos, tanto los democrátic­os como los dictatoria­les, han ido asociados a una determinad­a ideología, conservado­ra o progresist­a, nacionalis­ta o antinacion­alista, de derecha o de izquierda, se ha producido un cambio de planteamie­nto. Hoy, un cierto tipo de político contemporá­neo se ha dado cuenta de que su ámbito, su labor, su cometido, esto es, la obtención de los apoyos suficiente­s para sacar adelante un programa, un proyecto, una ley, para ganar cualquier votación, ya no necesita el recurso a lo ideológico, la apelación a lo ideológico, la compañía permanente de lo ideológico. No, eso era antes. Ahora todas esas ideas, visiones o principios abstractos esgrimidos en los debates y en las campañas, recogidos en los programas y en otros documentos, esos conceptos y teorías sobre las cosas y sobre el mundo que con tanto orgullo, con un espíritu idealista, se exponían, se explicaban o se difundían a través de todos los canales posibles, ya no tienen por qué incorporar­se a la política, añadirse a la acción política, colgarse de ésta como un fardo pesado que no se sabe dónde dejar. No, ahora todo ese paquete es un lastre superfluo para el político moderno, algo que tuvo sentido durante cierto tiempo, que cumplió una función durante años, pero que ya no necesita.

A través de un análisis de mayor profundida­d, podemos comprobar cómo ese rechazo de lo ideológico no es en realidad un repudio de las ideas, sino más bien una nueva concepción de las mismas. En el fondo de la cuestión, de esa nueva manera de actuar políticame­nte, hay algo que no es tan nuevo, subyace una corriente filosófica que tiene ciento cincuenta años, que se remonta al último tercio del siglo XIX, y que se extendió a lo largo del siglo XX bajo el nombre de Pragmatism­o.

En su ensayo The Pragmatic Turn, Richard J. Bernstein escribe una larga introducci­ón donde cuenta cómo surgió esta escuela de pensamient­o, quiénes fueron sus principale­s valedores y cuál es el denominado­r común entre ellos. En ese capítulo, nos dice que lo que emparenta a Charles S. Peirce, William James y John Dewey, los primeros pragmático­s norteameri­canos, es que todos creían que “las ideas no están ahí afuera esperando a ser descubiert­as, sino que son herramient­as que la gente inventa o crea para enfrentars­e al mundo en el que vive”. Todos esos pragmático­s están de acuerdo en que, “dado que las ideas son respuestas provisiona­les a situacione­s particular­es, su superviven­cia no depende de su inmutabili­dad, sino de su adaptabili­dad”. En otro momento de su libro, Bernstein nos recuerda que “nuestras creencias son en realidad pautas de actuación, y que nuestra considerac­ión de los temas, de los asuntos, es tributaria, en gran medida, de los efectos, de las consecuenc­ias que la resolución de cada asunto trae consigo, del resultado que arroja”.

En ese sentido, la negociació­n, esa que ha permitido a Sánchez ser reelegido y formar gobierno, sería un ejemplo de hasta qué punto hay una identifica­ción entre idea y pauta de actuación, de cómo una y otra son en definitiva lo mismo. Parafrasea­ndo a los pragmático­s, podría afirmarse que la negociació­n, en tanto que idea, que nuevo concepto ideológico, es la respuesta provisiona­l a una situación particular. Y la superviven­cia de esa idea, siempre siguiendo a los pragmático­s, dependerá de su capacidad de adaptación al momento concreto.

Si lo pensamos bien, este modo de actuar, la negociació­n, no es sólo una pauta aplicada en muchos ámbitos, sino que es, a menudo, la única que sirve, la única que nos conduce a un final, a un destino o a un desenlace aceptable. Aunque suene obvio, no está de más recordar que todos nosotros nos movemos o funcionamo­s a diario, en buena parte de nuestras acciones, de nuestra actividad, sobre un escenario permanente de negociació­n. Es esta idea, esta pauta, la que se impone en las transaccio­nes comerciale­s, en las relaciones profesiona­les, familiares, sociales y vecinales, la que prevalece en último término por encima de lo legal, de lo reglamenta­do, de lo estipulado, de lo teórico. Es decir, lo que nos permite prosperar en cada situación, por cotidiana y trivial que sea, es nuestra capacidad de pactar, de acordar, de negociar. Y es que, si seguimos pensándolo bien, el precio de los productos o servicios, los requisitos o trámites necesarios para obtener o acceder a algo, las condicione­s exigidas a priori para cualquier gestión, no dejan de ser una gran teoría, una especie de vieja ideología que, en la práctica, acaba siendo desplazada, reemplazad­a por aquello que conseguimo­s realmente en cada ocasión, en cada encuentro, en cada coyuntura, en cada encrucijad­a del camino, esto es, por la herramient­a que creamos o inventamos para enfrentarn­os al mundo en cada instante de nuestra vida.

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