Zarzuela Recordando el pasado
que el público salga tarareando alguno de sus temas. El txistu, que, también, viene de lejos, es protagonista al “sustituir” a la cuerda en el foso; algo novedoso, aunque, ya hace muchos años, en el Conservatorio, escuchamos a Bach al popular instrumento. En la obra de Casalí / Crooke, hay números que funcionan muy bien, otros, no tanto. Pero lo que sí hay que constatar es que fue un rotundo éxito para un público que aplaudió a rabiar.
Con un argumento tan sencillo y previsible, a mi juicio, sobra bastante diálogo, que no hace más que insistir sobre el texto de la parte cantada. Por otra parte, el tramo que se supone más dramático: la exclusión, el robo… no acaba de cuajar en su crudeza; y el final se soluciona por arte de magia: sin un desenlace tenso que surja de las dos partes en conflicto. Bueno. Casi un cuento de Navidad.
La música de Casalí, que atrae a muchos, fieles a su estilo, funciona estupendamente en los coros. No tanto en los concertantes y algunos dúos. El coro de la Asociación Gayarre Amigos de la Opera (Agao), sonó siempre muy bien; se mueve lo bien que le permite el espacio, y canta la nueva partitura con implicación, buen gusto y matices, con empaste de gran coro, cálido, abundante de volumen. De los solistas, Carolina Moncada se llevó la principal ovación de la noche: ciertamente, borda el papel de Mari, tanto en voz como en teatro. Imprime al personaje de tal poderío, que embruja a todo el teatro con su romanza de hechicera: voz penumbrosa, ideal para el rol, y una fuerza expresiva arrebatadora. Itxaso Moriones (La Pícara) salva su rol, pero su voz cambia de color en el recorrido de sus solos, por otra parte bastante ingratos de abordar, con algún agudo impreciso. El tenor Igor Peral (policía bueno), también cumple, pero algo forzado, vocalmente. Ambos, a dúo, se enfrentan a tesituras exigentes en graves, difíciles de escuchar, y en la parte aguda, siempre con tensión. Darío Maya, como padre de la Pícara, se desenvuelve bien, con voz amplia, redonda, bien emitida. Como en el caso que nos ocupa, el director es el compositor, no me voy meter con el tempo con el que gobernó toda la zarzuela, pero, así como el ajuste, fraseo y resultado de toda la parte coral fueron impecables, y con buena relación de balance con el foso, los solos, dúos y concertantes, me resultaron algo precipitados, demasiado medidos, sin apenas dejar opción al rubato; no es cuestión de velocidad, sino de fraseo más sosegado.
Hay que tener en cuenta, también, que el foso –que solucionó bien el tema técnico y de afinación– no arropa tanto a los cantantes como con cuerda convencional. El txistu solista se luce en los tramos de virtuosismo, tratados los dedos, a veces, como vocalizaciones rossinianas. La puesta en escena, correcta. Con aciertos como los visuales que simulan mareos (todo el pueblo emponzoñado). Bravos a todos por parte del público, redoblados para Moncada y Casalí.