Diario de Noticias (Spain)

VAN AERT SE ROMPE EN FLANDES

CICLISMO EL BELGA SUFRE UNA FEA CAÍDA Y SE FRACTURA LA CLAVÍCULA Y VARIAS COSTILLAS EN A TRAVÉS DE FLANDES, DONDE GANA SU COMPAÑERO JORGENSON

- César Ortuzar NTM

PAMPLONA – La poesía de los héroes trágicos dice que las mejores victorias son las de los vencidos. Probableme­nte sea algo cierto. En la conquista de Matteo Jorgenson confluyen el drama y la gloria, que en el ciclismo tienden a compartir colchón. El norteameri­cano entró en la historia de A Través de Flandes. Ningún ciclista de Estados Unidos había ganado en los campos de Flandes. Un cementerio recuerda a los soldados caídos en combate cerca de allí. La clásica belga tuvo algo de guerra, de la fortuna que a unos sonríe y a otros condena. Jorgenson logró el triunfo el día que cayó Wout Van Aert, su jefe de filas. Una dura caída le provocó la fractura de la clavícula y de varias costillas. El belga permanecer­á varias semanas en el dique seco. Se perderá el Tour de Flandes, la París-roubaix y la Amstel. A Van Aert, que acabó en el hospital, le arrastró un enganchón con Kirsch. En ese instante, cuando se desató el caos, –también se contabiliz­aron las bajas de Stuyven, Pedersen, Philipsen y Girmay– Jorgenson iba a la rueda de Van Aert. Un desastre. Desolador. El paisaje tras la batalla. “Iba a rueda de Van Aert. Ha sido un enganchón entre Kirsch y Van Aert. Yo puede esquivarlo. Mis pensamient­os están con Wout y el resto de caídos”, expuso el norteameri­cano, que pudo esquivar la fatalidad. La vida en un instante. Un parpadeo. Un sueño para Jorgenson, una pesadilla para Van Aert. Fintó la malaventur­a el estadounid­ense para enhebrar después un victoria formidable. “Es un sueño”, resumió Jorgenson, campeón de la París-niza y de A Través de Flandes. Criado en Boise, ofreció un recital en el final, cuando se destacó del grupo cabecero. Su ataque, definitivo, le impulsó a la corona de laurel por delante de Abrahamsen y Küng. Con la coreografí­a de un banco de peces, que se alteran, asustados, por la presencia de los depredador­es, se configurab­a el pelotón, espasmódic­o, en las carreteras anchas, ensayo para el domingo del Tour de Flandes. La paradoja es que allí se alojaban los depredador­es. Temerosos los unos de los otros en cada giro y en cada estrechez. Codos afilados, miradas aviesas y desconfian­za. En cada manillar, una embestida. Una premonició­n. Los tramos de piedras y las cotas recordaban su incomodida­d y la dureza, el peaje para el cuerpo. La percusión del organismo, golpeado por el pavés. El Lidl, encolumnad­o, dispuso la batería de artilleros para atosigar a la fuga, que jugueteaba con una renta de un par de minutos. El Visma se activó de inmediato. En ese arrebato se aceleró la clásica, que entró en otra dimensión. Desbocada, estalló. Levantó un hospital de campaña con una caída masiva. Crujió el pelotón. Carbono y carne. Pieles raspadas. Cuerpos golpeados. Descarnado­s. Dolor. El drama del ciclismo. Una feísima caída brotó con la clásica disparada.

DURÍSIMO IMPACTO Van Aert, uno de los grandes favoritos, perdió el control (al parecer hizo el afilador con Benoot en un enganchón con Kirsch) y se arrastró por el asfalto, descabalga­do con enorme violencia. La caída, a gran velocidad, le lijó la espalda. El maillot hecho jirones. El dolor le tatuó la espalda, la piel levantada. Huesos rotos. Abandonó en camilla la carrera entre gritos de desolación. El belga se enredó con Kirsch y se aceleró la caída. Se rodaba con urgencia, a toda velocidad. Una huida. Derribado en la cintura del grupo, el bandazo zarandeó a Stuyven, Pedersen, Philipsen y Girmay. Se golpearon contra el asfalto. Efecto dominó. Parte de bajas. Las estrellas del cielo de A Través de Flandes se cayeron. La carrera perdió luz. Tonos oscuros, tenebrosos. El quebranto, tremendo, destempló el ánimo. La clásica perdió el cartel de los mejores. En ese trasiego, Oier Lazkano, segundo el pasado curso, se enredó. Día de aprendizaj­e para el alavés. Experienci­a acumulada en el libro de ruta. Verso libre, sin la coraza de un equipo poderoso, se vio aislado antes de que la página de sucesos torciera los renglones de la clásica. Jorgenson, Benoot, Bettiol, Küng y Valgren, que sobrevivie­ron a la caída, tomaron vuelo. Tarling, un excelso contrarrel­ojista, se encaramó al grupo que salió sano y salvo del desastre. Aún jadeaba por delante la fuga, cada vez más fatigada, pero con el orgullo intacto. Resistían Pedersen, De Pooter, De Bondt, Eenkhoorn, Abrahamsen y Cachignard. Ambos grupos litigaban en 20 segundos. En la cota de Ladeuze, apenas un kilómetro, se empastaron los dos unidades. Otro comienzo. Un nuevo amanecer camino de Nokereberg, la última frontera. Bettiol se encrespó hasta que los calambres le dejaron sin flujo. Tieso. Tachado. Comenzó el cortejo, el baile sinuoso. Danzad malditos. De Bondt se quedó en el fondo, ajeno a la cadena de relevos. Se mordieron unos y otros sin piedad. Enemigos íntimos. Jorgenson, Benoot, Küng, Tarling y De Bondt, sentados en la partida de póker. Hubo algunos faroles. No el de Jorgenson, demoledor. Apedreó al resto antes de enfrentars­e al último tramo de pavés. Les hizo polvo. Sobre las ruinas del dolor construyó un triunfo inolvidabl­e. La victoria de los vencidos. Jorgenson honra a Van Aert, roto en cuerpo y alma en Flandes.฀●

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Foto: Eurosport Van Aert, en el suelo, con abrasiones y un fuerte golpe en la espalda y las costillas.

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