Críticas de cine
recientemente adaptado también en La bestia en la jungla (2023) por Patric Chiha. Por esa ¿fatal? coincidencia, todas las reseñas que se hacen estos días se ven obligadas a confrontar ambas películas donde las coincidencias son paradójicas y las diferencias determinantes. Imposible de acotar en una reseña de prensa todo lo que La bestia reclama al espectador, aquí hay material que solicita un ensayo largo, el filme de Bonello ni se agota en una única visión ni puede reducirse en un comentario ligero.
Bonello lo sabe y riega su estructura con minas, trampas y trampantojos. En La bestia se pulveriza la línea temporal, todo se sabe anacrónico. Hay una dirección artística tan austera, como pretenciosa resulta su puesta en escena. Para explicar lo que nos aguarda en la morada de La bestia, Bonello recuerda su querencia por el cine de terror y convoca a aquellos que le iniciaron en su juventud. Cita a Carpenter, Romero, Dario Argento y Cronenberg.
Pero se ¿olvida? de los dos que más le acompañan en este viaje: David Lynch y Stanley Kubrick.
El leit motiv que impulsa ese vaciamiento hasta la extenuación que ejecuta Léa Seydoux gira, como estableció el escritor norteamericano de quien toma el pretexto, en torno al miedo al deseo, al temor íntimo a consumar el amor entendido éste como algo sin fin, frente al sueño de tener un fin –como objetivo– transcendente y/o ominoso. Pero si Henry James funciona como motor de arranque, La bestia se sirve de múltiples y diferentes fuentes de alimentación. Con ellas imprime a su idea motriz distintos matices, horizontes diversos. Ese enriquecimiento temático deforma su columna vertebral y le añade significados polisémicos. En su relato a través de 134 años, 1910, 2014 y 2044, se nos hace saber que en 2025, el mundo sufrirá la conquista de la IA y la reducción de la humanidad a fuerza mecánica y alimento de las listas del desempleo como consecuencia de ese dominio. Se destierra la pulsión sexual a cambio de la serenidad del abatimiento. Compositor a la vez que guionista y director, Bonello domina el ritmo interior del filme y utiliza una banda sonora llena de melancolía y evocación. En su sala de baile, llamada ésta por el año que rige su selección de música aunque esté fuera de contexto, Bonello, nacido un 11 de septiembre de 1968, culmina la presencia de esa bestia interior que acompaña a cada persona en 1962, con el Evergreen de Roy Orbison estableciendo, por si no estuviera claro, un puente con el Blue Velvet utilizado por el citado David Lynch. Un gesto de ingenuidad asombroso que pone de relieve ese temor que tanto muerde a los cineastas franceses más ambiciosos. La sombra del cine norteamericano, sombra que empezó el mismo día que los Lumière crearon el invento del cine, mientras que Edison ponía en marcha el negocio cinematográfico. ●