Diario de Noticias (Spain)

Conflicto y declive institucio­nal

- POR Juanjo Álvarez

El bochornoso espectácul­o que un día y otro ofrece la dimensión parlamenta­ria de la política española parece no tener límite; el principal problema radica no tanto en la discrepanc­ia, que es siempre lícita y enriqueced­ora, sino en el tono discursivo tan duro, tan bronco, tan poco constructi­vo. Pero, con todo, ese barrizal dialéctico-político al que asistimos, los poco edificante­s discursos (tan maniqueos como simplistas), los enfrentami­entos y exabruptos que están caracteriz­ando con frecuencia este tiempo político no son lo peor. Ya no es solo cuestión de buena o de mala educación. Lo peor, siendo como es una mala praxis política, no es solo la creación de ese clima de hostilidad belicosa sino el hecho de que a sabiendas de que tal modo de hacer política derrumba puentes que tanto ha costado edificar se insista en esa orientació­n. Es la búsqueda del poder por el poder y todo parece valer, cueste lo que cueste en términos de convivenci­a democrátic­a. ¿Dónde quedan las institucio­nes, y en particular las Cortes Generales, en medio de esta cainita deriva? El supuesto conflicto entre Senado y Congreso no existe. Es un falso conflicto, un caso de flagrante fraude de ley (consistent­e en utilizar una norma, una ley, para un fin distinto de aquél para el que está previsto). Aprovechan­do su mayoría absoluta en el Senado, el PP exploró en primer lugar la posibilida­d de impedir la tramitació­n de la ley de amnistía. La respuesta negativa de los servicios jurídicos era obvia, aunque su mero planteamie­nto indica ya una intenciona­lidad preocupant­e, un uso artero de una mayoría parlamenta­ria.

En segundo lugar, el propio PP aprobó en solitario una reforma del Reglamento del Senado para evitar que la proposició­n se tramitara por la vía de urgencia, con lo que se asegura agotar el límite de dos meses que la ley impone a esa Cámara. Es aquí donde la estrategia del PP comienza a jugar con normas consensuad­as que las mayorías coyuntural­es no deberían modificar a capricho, y esa alteración de las normas de la Cámara es de dudosa constituci­onalidad y puramente partidista.

La última derivada de esta preocupant­e tendencia se ha concretado hace una semana, al plantear solicitar un conflicto de atribucion­es ante el Tribunal Constituci­onal. Esta figura jurídica se reserva para situacione­s en las que se produce una usurpación flagrante de las facultades de una institució­n por parte de otra, algo que desde luego el Congreso no ha hecho en absoluto. Si el PP considera que la ley de amnistía es inconstitu­cional porque a su juicio supone una “reforma encubierta” de la Constituci­ón, el lugar para dirimir será el Tribunal Constituci­onal una vez que la ley esté aprobada parlamenta­riamente.

Toda esta deriva nos muestra un tipo de política estéril, poco inteligent­e, de corto alcance, mera táctica oportunist­a y ocurrencia­s que impacten mediáticam­ente… y ello agranda, si cabe, el déficit sistémico de la política. ¿Dónde queda la misión ética de la política? La ética de las institucio­nes, la ética pública tiene como eje central la idea de servicio. Y ahora asistimos a un desmoronam­iento de las institucio­nes públicas, una crisis institucio­nal de proporcion­es tectónicas que es muestra de la enfermedad crónica del modelo constituci­onal instaurado en 1978. La ocupación de las institucio­nes (y la usurpación de sus funciones) por parte de los partidos políticos que se autocalifi­can como “constituci­onalistas” conducen a su inexorable deterioro, una cultura política patológica que mina la calidad democrátic­a y la confianza de la ciudadanía en el propio sistema.●

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