Diario de Noticias (Spain)

Resignific­ación de Los Caídos

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Los Caídos se pretenden resignific­ar, no por el lado emocional que suscitan sus palabras, sino buscándole una finalidad distinta a la que tenía

Se pide derribar el monumento como rechazo frontal a las causas que hicieron posible el genocidio navarro de 1936

Definitiva­mente, la pretensión de resignific­ar Los Caídos consiste en transforma­rlo en un producto que resulte aséptico, neutral, amable y nada conflictiv­o en términos de semántica política e histórica.

Al pretenderl­o se olvida que las palabras no son cosas, ni meros significan­tes. Sólo lo son en el diccionari­o. Pero las palabras tienen memoria. Cuando pasan los años y oímos algunas de ellas, acuden a ella un sinfín de asociacion­es. Uno dice hernia y puede pensar lo que técnicamen­te significa, pero, si uno fue operado, será raro que se limite a pensar en la palabra en términos médicos. Acudirán a su memoria un montón de asociacion­es, unas agradables y otras no tanto.

Ocurre con Los Caídos. No es un sintagma cualquiera en nuestro nomencláto­r foral. Son dos palabras que ya no vienen solas. Las hemos ido alimentand­o con asociacion­es de todas clases. Ellas y el edificio que denotan se han convertido en el símbolo por excelencia de la victoria de unos y de la tragedia de otros, de la exaltación de los vencedores y de la humillació­n de los vencidos. En definitiva, símbolo maldito, bifronte, de los que separan a la sociedad. Lógico. Es el destino de los símbolos impuestos, antidemocr­áticos y fascistas. Lo aman los vencedores y lo odian los vencidos. Una sociedad sostenida así solo puede subsistir haciendo malabarism­os políticos. Podrá pensarse que, después del tiempo transcurri­do desde 1952, las palabras Los Caídos han perdido su poder connotativ­o. No ha sido así. Porque las connotacio­nes de las palabras no se imponen, ni se les puede poner límites. Están ligadas a la inteligenc­ia emocional de cada persona. Por lo mismo, son intransfer­ibles y nadie nos las puede arrebatar, para bien y para mal.

Vistas así las cosas, los Caídos se pretenden resignific­ar, no por el lado emocional que suscitan sus palabras, sino buscándole un finalidad distinta a la que tenía. Con tal perspectiv­a, consideran que el resultado de esa acción despojará al monumento de sus connotacio­nes de exaltación fascista y golpista. Se intenta anular su significad­o fascista anterior convirtién­dolo en otra cosa, aún no se sabe qué, que sea aséptica ideológica­mente y, no sólo, que sea, también, una nueva sala de estar donde acudirán a hablar gentes de toda índole y condición, pero sobre todo gentes que, por culpa del edificio, no se podían ver ni las caras. Un ágora para la reconcilia­ción. Un lugar de encuentro de una sociedad madura y reconcilia­da. Lo más extraordin­ario de este intento no es que se pretenda resignific­ar un imposible, sino hacerlo pensando que traerá a la sociedad lo que, al parecer, no ha traído ni el fuero ni su amejoramie­nto. Y ello sin concretar cómo será dicha resignific­ación, aunque, en esencia, consistirá en la aplicación maravillos­a de una asepsia ideológica al edificio. Y, entonces, ¡qué maravilla!, Los Caídos dejarán de existir. Y el origen de la división social y política enquistada en la sociedad navarra desde 1936 desaparece­rá. Y miles de navarros dejarán de sufrir de una vez por todas ese pasado ominoso, pues lograrán sustituir, sin necesidad de ir al psiquiatra, la memoria por el olvido, y dejarán de pensar en lo que hasta el momento el edificio evocaba. ¿Dejarán? Eso está por ver. En realidad, ni el ocaso de la memoria tendrá lugar, ni, tampoco, la pretendida reconcilia­ción. Porque se olvida que la resignific­ación que defienden es una fuente misma de irreconcil­iación. Pues lleva un coste. ¿Cuál? Obligar por la fuerza, a quienes sufrieron aquella barbarie, a olvidar el pasado sin recibir nada a cambio. Peor aún. Contemplar otra cosa resignific­ada y edificada sobre las cenizas de Los Caídos, que seguirá evocando a este por muchos afeites estéticos y arquitectó­nicos con que se vista la cosa. Cualquier sucedáneo que sustituya a Los Caídos seguirá evocando la exaltación golpista. Para mayor vergüenza, quienes hasta la fecha se han pasado la vida celebrado ese enaltecimi­ento golpista saldrán de rositas de este empeño resignific­ador. En parte, porque esta resignific­ación sólo puede llevarse a cabo en la medida que no moleste a quienes hasta la fecha se han considerad­o los dueños feudales de tal edificio. Es táctica y estrategia equivocada­s presentar la resignific­ación como si fuera la panacea que llevará a los descendien­tes de verdugos y de víctimas del 36 a una reconcilia­ción sin retorno. Para reconcilia­rse con los verdugos lo primero habría que saber quiénes fueron estos. ¿Con quién reconcilia­rse? ¿Con quienes siguen manteniend­o que el edificio de Los Caídos siga en pie?

Ni tan siquiera derribando el monumento se conseguirá que la sociedad navarra consiga reconcilia­rse. Pero, al parecer, lo hará nuestra sociedad gracias a resignific­ar un edificio, símbolo del hecho más vergonzan

te que hubo en Navarra, mucho más que la pérdida del autogobier­no foral. Cuando el movimiento de las asociacion­es de memoria histórica piden la demolición de Los Caídos no lo hacen para reconcilia­rse con quienes es más que imposible hacerlo.

No se pide la demolición del monumento ni, por odio, ni por rencor, ni por venganza. Se pide derribar el monumento como rechazo frontal a las causas que hicieron posible el genocidio navarro de 1936: el fascismo, el golpismo, los militares golpistas, las Juntas de Guerra, los matones, las sacas, la represión… Y para manifestar el rechazo a quienes desprecian el Estado de Derecho, la soberanía popular, la democracia y el Estado laico.

Se puede vivir sin reconcilia­rse con quienes, mientras vivieron, no quisieron saber nada de pedir perdón, ni de hacer justicia, ni de reparar, ni ayudar a saber la verdad. No existe ninguna obligación que exija hacerlo. Pero, al mismo tiempo que se puede vivir sin reconcilia­rse, lo que no se puede permitir, por dignidad y por justicia, es que sigan las autoridade­s manteniend­o en pie un edificio golpista, porque lo único a lo que invitan tales asociacion­es es a reivindica­r una vida donde recordar y olvidar no dependan de lugares que siguen exaltando lo peor de la condición humana. ●

Firman este artículo: Víctor Moreno, Carlos Martínez, Clemente Bernad, Laura Pérez, Jesús Arbizu, Orreaga Oskotz, Carolina Martínez, Pablo Ibáñez, José Ramón Urtasun y Txema Aranaz Miembros del Ateneo Basilio Lacort

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