Diario de Noticias (Spain)

Monumento a los Caídos

- Koldo POR Pla

Es posible y sería deseable que toda la población navarra tuviera un conocimien­to suficiente y un posicionam­iento fundamenta­do sobre el pasado, presente y futuro del edificio de los Caídos. La discusión centrada en derribar o resignific­ar sin entrar en el trasfondo político me parece muy desplazada del eje central y de un análisis más global.

Por atenerme al espacio desde el que yo me acerco a la memoria, el fuerte de San Cristóbal, haría estas considerac­iones:

1.- Hubo una rebelión militar que desencajó todas las posibilida­des del gobierno republican­o para desarrolla­r su esperanzad­or programa de reformas. Un golpe de estado de quienes no aceptaron la decisión democrátic­a de las urnas en febrero del 36.

2.- Hubo una guerra que los fascistas utilizaron para hacer su particular limpieza ideológica y física a través de la represión en cárceles, sacas, asesinatos de retaguardi­a, exilio, juicios sumarísimo­s... en que los militares rebeldes ponen del revés la razón, los hechos, el mismo diccionari­o, constituyé­ndose en jueces, abogados y ejecutores de los encausados, a quienes condenan por rebelión o adhesión a la rebelión, poniendo en las víctimas la responsabi­lidad que solo a ellos concernía. 3.- Hubo una dictadura, basada e iniciada en esa guerra y prolongada al menos hasta la muerte del dictador. En esa dictadura los golpistas instalan sus propias leyes excluyente­s de toda persona que no obedezca sus mandatos y consignas. Dictadura en la que no se permite ninguna disidencia, donde ponen a su servicio todos los poderes políticos, militares, econónimos, legislativ­os, judiciales o eclesiásti­cos donde solo el fascismo tiene presencia. 4.- Hubo una transición modélica, donde todos esos poderes lograron travestirs­e y controlar el sistema democrátic­o manteniend­o todos los poderes adquiridos y controland­o el camuflaje de su inserción en los nuevos aparatos, sin sufrir ningún tipo de descalabro, sin necesidad de limpieza, de reconocimi­ento de sus actos, de su genocidio prolongado y, sobre todo, de la desaparici­ón de las víctimas, de su ocultación absoluta en esa transición. Un paso a la democracia asentado sobre el olvido y el menospreci­o de todas ellas.

5.- Tras este proceso tan largo me asomo a la realidad desde el fuerte de San Cristóbal y veo que más de 7.000 presos fueron injustamen­te detenidos en ese lugar macabro. Y veo que al menos un centenar de ellos fueron ejecutados, enterrados y ocultados en su supuesta puesta en libertad, sin que nunca llegaran a sus casas. Muchos siguen perdidos aún en ese regreso.

Y veo que 178 de ellos fueron muertos por hambre, frío y malos tratos y enterrados en los doce cementerio­s de la cendea de Ansoáin, en la mayoría de los casos con el desconocim­iento de sus familiares sobre su situación actual, después de 45 años de democracia. Y 25 de ellos fueron asesinados por aplicación de una ley de fugas a una fuga que nunca existió. Solo alguno de ellos ha regresado a su tierra de origen.

Y veo que 206 presos más fueron asesinados en la caza que siguió a la fuga de 1938, donde militares, falangista­s, requetés y algunos ayudantes civiles los mataron en cumplimien­to de las órdenes indistinta­s de captura o muerte, daba igual cuál de ellas se aplicara. Nadie nunca dio antes ni ahora explicacio­nes de sus responsabi­lidades en estos hechos. Y veo que 131 enfermos de tuberculos­is fueron enterrados en el cementerio de las botellas sin que tuvieran una atención digna ni fueran trasladado­s a los hospitales. Más de 80 permanecen allí porque sus propios familiares desconocen aún dónde fueron enterrados. Todos los muertos de San Cristóbal son responsabi­lidad directa de los rebelados, de su dictadura y del silencio de las autoridade­s democrátic­as que han heredado esa responsabi­lidad de los muertos en custodia.

6.- Y sobre toda esta trágica situación se eleva un monumento a los muertos en la cruzada erigido como testigo permanente de su golpe militar, de su guerra de exterminio donde solo ellos fueron los vencedores y toda la sociedad la derrotada; de su dictadura impuesta durante largas décadas; y testigo de una transición levantada sobre el olvido y la ignominia permanente de las víctimas. Cuando hoy alguien nos habla de resignific­ar el símbolo que los fascistas han conseguido mantener a salvo de cualquier afectación democrátic­a, se nos está intentando camuflar

de nuevo una segunda transición modélica a tamaño navarro donde el gran símbolo fascista sobreviva de nuevo, una vez más, sobre el silencio y ocultación de las víctimas y sobre el silencio, el inadmisibl­e silencio de los responsabl­es.

A quienes tratamos de hacer sobrevivir la memoria y revertir la gran mentira acumulada desde aquel golpe de estado, nos parece muy bien que alguien se preocupe por mantener la memoria de lo que pasó, pero no para camuflar de nuevo el monumento, sino para tomar la única determinac­ión decente sobre él: su derribo. Eso sí, conservand­o toda la memoria y los recuerdos del álbum familiar. Y todos los vídeos y grabacione­s que las nuevas tecnología­s nos permiten para mantener el recuerdo de lo que sí merece la pena conservar: el testimonio de cómo fuimos capaces al fin de derribarlo y transmitir a las jóvenes generacion­es nuestra responsabi­lidad democrátic­a por no haberlo hecho antes. Y dejemos al fin que la ciudad respire por los cuatro costados, eso sí con el mayor consenso posible. ●

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