Música Año Bruckner
EUSKADIKO ORKESTRA Intérpretes: Markus Schirmer, piano. Marie Jacquot, dirección. Programa: Concierto 20 para piano y orquesta de Mozart, y Séptima sinfonía de Bruckner. Lugar y fecha: Baluarte. 29 de abril de 2024. Incidencias: Casi lleno (de 38 a 10 eu
Conmemoramos el doscientos aniversario del nacimiento de Bruckner, ese compositor austríaco al que siempre se le veneró como organista, y del que, sin embargo, aún sigue, para muchos, la incomprensión de sus sinfonías. Soportó duras críticas contra su sinfonismo, y no pocos sarcasmos contra su persona. Pero siempre se ha dicho que el hombre de zafiedad campesina y de aparente ingenuidad, “entraba a tocar el órgano en una ermita y salía de una catedral”. Para Víctor Pablo Pérez, (que lo dirige a menudo), la longitud de los movimientos de sus sinfonías permite asomarse a la música con mayor perspectiva, desde mayor distancia; y su verticalidad y acordes a fuego lento fijan los pilares de las armonías y de la entonación con más rotundidad y claridad. Bruckner es el gran músico teológico –con Schütz y Messiaen–; el místico tardo gótico, en pleno siglo XIX; y, siempre, con la “registración organística” de fondo. De ahí que la titular de la velada, Marie Jacquot, ya desde la presentación de la orquesta en el escenario, pusiera la tuba en medio del viento metal, entre las tubas wagnerianas y trombones y trompetas, a modo de tubos de órgano. La directora francesa tiene un gesto ondulante, más bien suave, pero eficaz y siempre elegante. Controló las enormes masas sonoras que se le vienen encima, y las contrastó con el íntimo lirismo escondido entre los tramos vigorosos y épicos. El trémolo, que abre la sinfonía, prepara el precioso sonido de violonchelos y violas. Se lucieron. De ahí hasta el sonoro final: robusto y tenido, grande, y como no queriendo terminar. Ciertamente, Jacquot tomó un tempo más bien tranquilo. Lento, en el segundo movimiento, (con lentísima solemnidad), como aconsejan el sentimiento de duelo y la serenidad que lo inspiran. El tempo lento siempre es más arriesgado: hay que llenarlo todo de música, pero la orquesta responde muy bien, tanto en la cuerda aguda, empastada y poderosa, (da gusto ver a la concertino implicarse tanto), como en la grave, que, junto al metal –trompas y tuba– buscan, de nuevo, ser tubos de órgano. El tercer movimiento es expuesto sin mayor problema en su insistente y repetida temática. En el último, seguimos disfrutando de las trompas. Se escucha bien el pizzicato de contrabajos. Quizás el estallido final, con el tema del principio, quedó algo más confuso y menos controlado. Sigue siendo un verdadero privilegio disfrutar en directo del mundo bruckneriano, tan particular, de tan rara programación por los efectivos que necesita: siempre caros con relación a la popularidad el compositor.
Cada vez más se ve por ahí programaciones en las que Bruckner ocupa todo el concierto: un poco corto, sí, aunque denso. Pero el formato del descanso es más práctico. Bien. Aquí se optó por una primera parte con el concierto 20 para piano de Mozart: no precisamente una obra menor o ligera. Markus Schirmer, el solista, no terminó de atrapar emocionalmente al público. Todo sonó en su sitio, claro, la directora logró la atmósfera brumosa en el comienzo orquestal, y el drama se mantuvo en la rotunda mano izquierda del pianista; pero el primer movimiento resultó algo “gordo” de sonido y duro en el teclado. Por el contrario el segundo, –la divina romanza mozartiana–, sonó delicadísimo, transparente en el piano. Y fue, también, delicada, íntima, volátil, y romántica, la propina de Schubert. ●