BAUTISMO DE TIERRA
GIRO PELAYO SÁNCHEZ FESTEJA LA VICTORIA ANTE ALAPHILIPPE Y PLAPP EN LOS CAMINOS DE TIERRA DE LA TOSCANA, DONDE POGACAR ELIGE EL ANONIMATO
PAMPLONA – Caminos blancos, tierras de labranza, ramales entre vides, sendas de carros y tractores bajo el sol de la Toscana, polvo del trabajo y del vino Chianti y Montalcino. Carreteras terrenales que guían el Giro con los evocadores tramos de sterrato, con su color blanquezino donde se perpetuaron luchas medievales siglos atrás. Los cuerpos de tierra se mueven en una carrera de color sepia. Antigua. Rostros sucios. Guerreros de terracota que comen arena y que hunden las cubiertas y quieren sepultar a los otros con paladas de furia. Lo logra Pelayo Sánchez, que sepultó a Julian Alaphilippe y Luke Plapp fugados tantos kilómetros. En Rapolano Terme –donde brotan las aguas termales y, por tanto, el bienestar tras el tajo– se purificó el asturiano. Agua milagrosa sobre Pelayo Sánchez. El bautizo en el Giro. La tierra es para quien la trabaja. Abrió la tierra Pelayo Sánchez para su mejor victoria. Polvo eres y en polvo te convertirás. Se lo sacudió el asturiano en un remate exquisito en una llegada picuda. Escalón hacia el cielo. Labró con el esfuerzo del labriego un sueño entre los campos verdes de la sedosa hierba y los caminos polvorientos que tanto fatigan. Levitó por esos senderos Pelayo Sánchez, que anestesió al bicampeón del Mundo, Alaphilippe, y Plapp tras una portentosa exhibición. Anudadas fuerza e inteligencia. Un buen Chianti para celebrarlo. El paladar más dulce, el de la gloria que emerge desde el trabajo y alcanza el paraíso. La musa de la inspiración necesita sudor. El asturiano, corajudo, estuvo a punto de perderlo todo en una rotonda que trazó mal. Como si la vida le retara y le pusiera una prueba más para engrandecer su laurel. Se enganchó al hilo de vida tirando con fuerza de él. Lázaro. Levántate y anda. Alaphilippe, teatrero, trilero, quiso engañarle con la mímica, con el histrionismo cuando rastreaban a Plapp, que trazó con destreza. Pelayo Sánchez se reconstruyó y se cosió a Alaphilippe y al australiano. No picó en el señuelo que le lanzó el francés. Sabía que era su rival en el desenlace porque Plapp, fuerte, rodador, no posee chispa.
En el muro anterior a la meta cada uno se retrató. Pelayo era el más fuerte. El francés, antaño burbujeante, dorado y espumoso su ciclismo achampañado, tantas veces festivo, se le acabó el gas cuando empujó el entusiasmo del asturiano en la sinuosa y pendenciera llegada. No le alcanzó ante Pelayo Sánchez, incrédulo, las boca abierta, las manos al casco. La mirada llorosa. Lágrimas de felicidad. Estalló de alegría, emocionado hasta el tuétano por la jerarquía de una victoria grandiosa. El asturiano aleccionó al resto. Descomunal su carrera. Interpretó de maravilla cada fotograma. Eso le elevó sobre dos ciclistas con galones en un día de polvo en el que no se quiso manchar Pogacar, cómodo en su atalaya. El esloveno pensaba en el porvenir, en la línea del horizonte de la crono de 40 kilómetros que fijará las líneas maestras de lo que resta de Giro. Pogacar eligió el perfil bajo en un terreno en el que se ha agigantado. “Prefiero la Strade Bianche”, dijo.
LA PRUDENCIA DE POGACAR Pelayo Sánchez, Alaphilippe y Plapp fueron los primeros en salir de la tortura, de los caminos seductores, poéticos, pero que en el cuerpo son metralla y lija en la piel. Radiografía de polvo y tierra. Caras de barro. Máscaras que mastican polvo y miseria.
Piernas que pican por las termitas que son la gravilla que salta de esos tramos tortuosos donde sufrió Daniel Martínez y penó Cian Uijtdebroeks. Pogacar, dos veces campeón de la Strade Bianche, la cita que luce con el sterrato, evitó llenarse de polvo. Se lo quiere quitar en la crono de hoy. Por eso, el esloveno, que en marzo completó en Siena una exhibición atemporal, antológica, tras un ataque a 81 kilómetros del palio, prefirió otro camino. La senda del tiempo. En la Toscana, los cipreses esbeltos, centinelas de la vistas, esperaban a su hijo pródigo entre las arterias blancas que recorren los campos verdes, esplendorosos en mayo. En el mes de la flores, Pogacar, de rosa, se camufló en el anonimato de la hilera que atravesaba las vías labriegas, lejos de los fugados, en la bella Toscana, embelesados los ojos con sus paisajes hipnóticos en la narcotizante primavera. El punto de fuga es aún más bonito. El tramo más punzante, el de arenas movedizas, era Grotti, con 3,4 km de subida al 4,9% y una pendiente máxima del 15% en algunos puntos. Un calvario en el que se desgajó la escapada, allí donde Pogacar amagó, asomó, pero no se lanzó. El Giro no acaba en la Toscana. No es la Strade Bianche. Carismático, juguetón y travieso, lúdico su ciclismo de rompe y rasga, el esloveno mostró su madurez. Repantingado en su trono, guiado por el Ineos en Pievina, la última lengua blanca de tierra que burló a la fuga y afiló el colmillo de los mejores, Pogacar optó por la prudencia. Plapp, Pelayo Sánchez y Alaphilippe soportaron el chasquido del látigo de la persecución. El trío inició el cortejo de la victoria con las miradas bizcas y las piernas que desconfían. Gafas de soldador para tapar las máscaras de polvo. En ese ritual, como un zahorí, el asturiano encontró agua limpia y pura. Pelayo Sánchez se bautiza en la tierra del Giro.●