POGACAR DESTROZA EL GIRO
7ª ETAPA EL LÍDER COMPLETA UNA EXHIBICIÓN DESCOMUNAL EN LA CRONO PARA SOMETER A GANNA Y FIJA UNA DISTANCIA CASI INSALVABLE CON DANIEL MARTÍNEZ, A 2:36, Y GERAINT THOMAS, A 2:46, EN LA GENERAL
PAMPLONA – Coronada la pose de mantis religiosa, su ergonomía de devoto rezando con la bandera de Italia impresa en el casco, la piel también de la Tricolor, Filippo Ganna es un avión supersónico que disocia el asfalto y el cielo. Es posible que vuele Top Ganna con la turbina de sus piernas de Gigante de Verbania produciendo vatios. Es una fábrica. La energía del italiano, recordman de la hora, el hombre capaz de coleccionar 56,7 kilómetros en el anillo del velódromo, es una bestia que mastica el asfalto entre Foligno y Perugia en una crono de 40 kilómetros que sube al final para encontrarse con una pared tras recorrer la llanura. Ganna es un coloso feliz en el examen del reloj. Para lo que en los otros es tortura, en el italiano es un encuentro con el placer. Un éxtasis. El poderoso Ganna fijó un registro sobre las piedras de Perugia: 52:01. Entonces asomó, supersónico, Tadej Pogacar, el todopoderoso, para borrar la huella de Ganna. Era un registro caduco. Pasado. Pretérito. Él viene del futuro. Es de otro tiempo, aún no imaginado. Ciencia-ficción. El esloveno laminó esa marca. Coloca la suya para los incunables. La historia le pertenece. Para el crono en 51:44. El único en establecer una media por encima de los 47 kilómetros tras un ejercicio superlativo. Pogacar vive en otra dimensión. Contenido en los dos primeros tercios – alegre ma non troppo–, antes de desatarse en la resolución, en la subida que le eleva a categoría de criatura mitológica. Ser alado. El muchacho del mechón revoltoso es un competidor implacable y voraz. Ángel exterminador. Inmisericorde. Un asesino con cara de niño. Caníbal. En la empalizada final devoró a Ganna, nostálgico, triste. Escupió su registro. Descomunal la ascensión del esloveno. Ganna es un avión, pero Pogacar es un cohete que se dirige a la luna rosa del Giro.
Después de su exhibición, otro capítulo para su antología de hiperbólicos logros, arrancó la intriga el esloveno, que bajó en 17 segundos la marca del italiano. Un asunto menor para Pogacar que sentencia la carrera salvo sucesos extraordinarios. El Giro de las pasiones perdió la vibración de la emoción en la cúspide, con acceso exclusivo para el esloveno. Él, su sombra y la nada. Daniel Martínez entregó 1:49. Tiene un retraso de 2:36 en la general. Geraint Thomas, desplomado en el tramo que peleaba con la ley de la gravedad, concedió 2:00. 2:46 en el total. El galés padeció el síndrome del Monte Lussari. Pogacar es de otro mundo. No pertenece al de los humanos, guiñapos en su manos. El Giro será lo que él quiera que sea. O’connor pierde 3:33 y Plapp 3:42. Todavía no ha pasado una semana desde el inicio de la Corsa rosa, que es un fundido a negro para los rivales del esloveno. La vie en rose es la suya. Lejos de la pose de Ganna, más juguetón que devoto, Pogacar, los cascos inalámbricos ayudándole a aislarse sobre el rodillo, las gafas de marco rosa, la pantalla dorada, toqueteaba el móvil esperando su turno. Era el último en salir. El primero en el reino de los cielos. Voló alto Pogacar, un ciclista abrumador. El esloveno de rosa por arriba y de ciclamino el culote, se mostraba despreocupado, con ese deje de carisma y seguridad en sí mismo. Nada de imposturas. Después de las derrotas en el reloj del Tour ante Vingegaard, el invierno sirvió al esloveno para mejorar en las cronos. Nada como el estímulo de las derrotas para rebelarse. Los campeones siempre están dispuestos a aprender y mejorar. Por eso, cuando recuperó el resuello de un esfuerzo supremo, jadeante, la rabia y la felicidad emulsionaron en su cuerpo. Las horas y los kilómetros hincando los codos en largas sesiones le premiaron. Ni los genios viven solo de las musas.
A medida que creció la crono, que se apelmazó el recorrido, Pogacar se despegó de Thomas, muy cerca del esloveno al comienzo, vapuleado al final, y Daniel Martínez, siempre alejado. En la subida, Pogacar afinó la mirada felina, de depredador, para voltear a Ganna, que intuyó la caída. Le dejó en los huesos. Recuperó 1:04 en ese tramo. Sacó la lijadora en las rampas. Una detonación. Dos muelles por piernas. La ambición vibrante en cada poro de piel. Desatado. Lanzado hacia la conquista del Giro. Después de homenajear a Pantani en el Santuario di Oropa y antes de acudir a la montaña, en Perugia puso en marcha la cuenta atrás para la celebración de Roma. Pogacar viaja en el tiempo para destrozar el Giro. ●