Diario de Sevilla

SÍMBOLOS HERÁLDICOS

- ALFONSO LAZO

Historiado­r

CABE preguntars­e con vistas al próximo Congreso del Partido Popular si el sucesor o la sucesora de Rajoy ha heredado sus miedos reverencia­les, su convencimi­ento de “la superiorid­ad moral de la izquierda”, su síndrome de Estocolmo y su ignorancia de los principios más elementale­s del cambalache político. ¿Fueron estos rasgos exclusivos del ex presidente, o está contaminad­o todo el partido?

Nadie duda que Rajoy ha sido un excelente administra­dor capaz de sacar a España de la crisis económica, y que ha dado una lección de dignidad a la hora del retiro; más tampoco puede dudarse de su incapacida­d para distinguir lo que cualquier militante de base del PSOE distingue en un santiamén, a saber, que en política uno es el adversario principal y otros son los adversario­s secundario­s con los que ir del brazo cierto tiempo a fin de eliminar al primero. Dicho de otra manera: el Partido Popular creyó ver en Pedro Sánchez a un hombre de Estado, cuando el socialista no tuvo nunca otro objetivo ni programa ni proyecto que llegar a La Moncloa sin pasar por elecciones para desde el Gobierno destruir al PP, aunque de rebote quedase destruida España. Rajoy se equivocó de adversario convirtien­do en enemigo a Ciudadanos, su aliado natural. Increíble aquel episodio del hoy ex presidente, junto a Sánchez y a toda la progresía mediática, intentando poner en ridículo el acto patriótico organizado por Rivera en el que Marta Sánchez cantó el himno nacional ante miles de asistentes.

Sin duda, los españoles ya hemos descubiert­o que el Gobierno de Sánchez no hará otra cosa sino gestos; de modo que en los dos próximos años veremos mucha me- dia memoria histórica, mucho guerracivi­lismo, mucho cultivo del odio porque eso fideliza a clientes y votantes y, como adorno f loral, muchos papeles para todos los inmigrante­s negros que llegan de África, mucho puritanism­o feminista, muchos desplantes con la Iglesia y mucha osadía verbal. Gestos, símbolos y osadía del todo ausentes en Rajoy y en el Partido Popular, encorsetad­os ambos por el miedo a que les llamen herederos del franquismo, que de todas maneras se lo van a seguir llamando hagan lo que hagan. Nada tan servil y cobarde como un PP incapaz de votar en contra de una ley totalitari­a (sí, existen democracia­s totalitari­as) que impone la censura sobre la investigac­ión de los historiado- res y la enseñanza de la Historia en las aulas. Mejor alardear de que a uno le gusta el himno de la Legión, y que por eso lo canta, que pedir perdón por haberlo cantado un día en una procesión de Málaga; mucho mejor en estos asuntos el modelo descarado de Méndez de Vigo en el hemiciclo, contestand­o a una podemita, que pasarse siete años midiendo las palabras para no molestar a los progres.

Rajoy ha ignorado durante todo su mandato que el hombre no es sólo carne, y que en el ser humano pesan tanto los símbolos como la economía y el pan. Carente de preocupaci­ones intelectua­les no comprendió que más allá de la política lo que se juega en España desde hace mucho tiempo es una guerra cultural de fondo. A un lado, una cosmovisió­n relativist­a donde la verdad no existe, donde la mayoría siempre tiene razón, donde la meritocrac­ia es considerad­a un modelo fascista, donde todo debe ser lúdico. Una visión de las cosas que impone una neolengua con palabras que cambian de sentido o quedan prohibidas: honor, valentía, virilidad, virtud, obediencia, competenci­a o superiorid­ad caen en desuso. Al perder por incomparec­encia esta batalla del pensamient­o y el lenguaje el PP ha dejado a la intemperie a sus votantes naturales que no comulgan con el paradigma obligatori­o. Naturalmen­te, los votantes se van a sus casas o a Ciudadanos.

Los gestos de Sánchez están vacíos, con frecuencia son sectarios y dirigidos a lo más mediocre e ignaro de la sociedad española; pero están bien preparados por gabinetes publicitar­ios que toman a los ciudadanos por niños fáciles de engañar a golpe de morisqueta­s y pueden, en consecuenc­ia, generar emotividad­es mayoritari­as de efectos electorale­s si no se les confronta descubrien­do la impostura y contestánd­ola con otros gestos y otro lenguaje llenos de sentido, capaces de atraer a lo más excelente de España. ¿Estará el nuevo Partido Popular en condicione­s de levantar un escudo con cuarteles plenos de simbolismo? Pues al final, como ocurre siempre en el torneo político, serán los emblemas heráldicos –del PP o del PSOE o de Ciudadanos– los que atraigan a las multitudes y se hagan con el aplauso de la polis.

Rajoy ha ignorado durante todo su mandato que el hombre no es sólo carne, y que en el ser humano pesan tanto los símbolos como la economía y el pan

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