Diario de Sevilla

LOS BILATERALE­S

- MANUEL GREGORIO GONZÁLEZ

AL poco de su reunión en La Moncloa, la vicepresid­enta Calvo ya hablaba de bilaterali­dad, de f luidez, etcétera, como novedosos frutos del encuentro entre el presidente de la nación, don Pedro Sánchez, y el obsequioso president Torra, nuestro supremacis­ta de guardia, que venía cargado con una garrafa de licor, como Astérix se hace acompañar de una pócima secreta. El asunto de la bilaterali­dad, sin embargo, no ha quedado claro para nadie, ya que si la grey catalanist­a puede pensar en una relación de Estado a Estado, con el consiguien­te triunfo de su coup d’état, la señora Calvo

parecía aludir, sencillame­nte, a las comisiones y despachos habituales entre administra­ciones. El hecho, en cualquier caso, es que Sánchez y Torra ya se han visto (este último con su lacito al pecho, como un viejo “detente, bala” del carlismo), sin que el asunto de la bilaterali­dad, de la bilaterali­dad real, se haya tocado.

Digamos que la bilaterali­dad a la que aspira el señor Torra es hija de esa bilaterali­dad previa que el nacionalis­mo impone en sus dominios. Para hablar de un conflicto entre naciones, como hacía el difunto monseñor Setién, primero hay que crear el bando de los nacionales. Un bando, lógicament­e, del que queda excluida toda esa población inmunda, con el ADN defectuoso, que pertenece, por definición, al Estado invasor, y cuyo concurso

en la vida pública debe ser residual o nulo. En el caso del País Vasco, por ejemplo, es sabido que mucho más de la mitad de sus ciudadanos no pueden ingresar en la Administra­ción autonómica por su desconocim­iento del euskera. Y otro tanto ocurre en Cataluña, aunque en menor medida. Esta mismo tipo de segregació­n es el que la señora Armengol promueve en Baleares, con un pintoresco añadido: la señora Argmengol quiere mandar a sus estudiante­s a Valencia y Barcelona para que aprendan catalán en el extranjero. Con lo cual, y una vez extranjeri­zada la población autóctona, sólo queda reclamar la expulsión de los invasores y la creación de un Estado propio donde los limpios de sangre, donde las almas puras (otra vez Setién) hallen consuelo, a salvo de razas degenerada­s e impúdicas.

De esta bilaterali­dad real, existente en España desde hace más de cuatro décadas, no parece que vaya a hablarse en los próximos días. Cabe la posibilida­d, eso sí, de que el señor Torra nos convierta en buenos catalanes con su pócima de hierbas. Y entonces uno se pregunta por qué no acabamos de salir del siglo XIX.

Cabe la posibilida­d de que el señor Torra nos convierta en buenos catalanes con su pócima de hierbas

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