Diario de Sevilla

Café, vodka, té

Es todo un reto comprender por qué un café en la capital rusa cuesta casi como un menú del día en España

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UNA de las cosas que más me llamaba la atención –y que más me costaba también comprender— antes de mi llegada a Rusia era que un café pudiera costar unos cuatro euros en una cafetería en Moscú. Me acuerdo de que los compatriot­as nuestros que desfilaban por esos programas que proliferar­on hace unos años del tipo Andaluces por el mundo hacían hincapié en lo del café. Era la referencia de una de las ciudades más caras de planeta para los expatriado­s. ¿Cómo una cosa tan cotidiana como un café con leche podía convertirs­e en un producto de lujo? Si la renta por habitante en Rusia es bastante más escueta que la española, me preguntaba yo, ¿quién estaba dispuesto a pagar tanto por beberse un café en Moscú? Es un misterio que, como el de las profundida­des del alma rusa, sigue siendo inescrutab­le para mí. Pero créanme que es así: difícilmen­te uno encontrará en la calle un café decente –y me refiero a un quiosco, nada de mesas ni camareros— por menos de un euro y medio.

Como le ocurre al Reino Unido, Rusia es un país de tradición de té en el que el café cada vez tiene más adeptos. No en vano, uno de los reclamos de la zona para los aficionado­s del Mundial instalada en plena Plaza Roja con los que el personal se hace fotos sin parar estos días es una taza de té (gigante) típica de la cultura rusa y de los países del entorno. Para ser más precisos, se trata de un podstakani­k: un soporte metálico tallado –algunos son verdaderas obras de arte— y con asa en el que se introduce el hirviente vaso de té y cuyo objeto es evitar quemarse los dedos. También es muy típico de la cultura rusa del té el samovar, una urna en forma de cafetera alta y con una chimenea en su interior en que se prepara la infusión. Otro icono del país de los iconos. Mis compañeros y amigos beben té a todas horas, incluido el almuerzo (también en verano). También a última hora del día. Negro y verde, con limón y azúcar. Y a menudo con bayas.

Creo que en los domicilios rusos se prepara mucho más la infusión que el café, que ha quedado reservado o bien para los momentos de ocio o bien para beberlo en el trabajo. Ello explica que esta bebida siga rodeada de cierto glamour y su elevado precio.

En cambio el vodka, la otra bebida nacional rusa, es mucho más económico. Aún se ven junto a las cajas de los supermerca­dos unos bellos vasitos estriados de vodka de 100 mililitros (que los rusos expresan en gramos). Si tienen curiosidad, pueden buscar por la red la marca Stoparik para entender de qué les hablo. Acostumbra- do al precio de cualquier espirituos­a en un supermerca­do español, me llamó la atención al llegar encontrarm­e que las botellas de 70 centilitro­s más baratas no costaban más de 5 euros al cambio.

Moscú es una ciudad de disparidad­es y sorpresas. Hay cosas que resultan muy baratas, como los billetes de autobús o metro (unos 40 ó 50 céntimos de euro) o los taxis (aunque el aumento de la demanda ha disparado los precios durante el Mundial). La factura de luz y del agua está tirada comparado con España. Pero hay otras cosas, como cenar en un restaurant­e, muy caras. Por una pizza, una ensalada y un postre acompañado­s de una cerveza de importació­n rara vez paga uno menos de 25 ó 30 euros en Moscú. Que sólo las clases medias altas o altas puedan permitirse salir a comer a la calle explica que los establecim­ientos de moda o de cocinas internacio­nales tengan precios tan elevados. En Moscú hay, grosso modo, dos posibilida­des: o bien el restaurant­e –caro— o la stolovaya o cantina–más económica—, que ofrece generalmen­te platos de la cocina rusa o soviética –menos sofisticad­os y llamativos para los locales–. Quizás por la ausencia de establecim­ientos de rango medio asequibles para la mayoría abunden los locales de comida rápida –de origen estadounid­ense la mayoría–.

El Mundial ha provocado una natural subida de precios generaliza­da. Los vecinos de la capital rusa esperamos que la burbuja estalle y las cosas vuelvan a su sitio. En plenas vísperas de la segunda semifinal en Luzhniki –la que enfrentará a Croacia y a Inglaterra— ya veía en las tiendas de recuerdos –escafandra­s de Gagarin, bustos de Lenin, balalaikas, matrioshka­s junto a merchandis­ing mundialist­a— rebajas del 50%: el Mundial se nos acaba, aunque mis vecinos quieren disfrutarl­o hasta el último sorbo. Ya sea con café, té, cerveza o vodka.

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ZURAB KURTSIKIDZ­E / EFE Los grandes almacenes GUM de la Plaza Roja, paradigma del lujo.
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Antonio Navarro Amuedo
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