Diario de Sevilla

LOS SILENCIOS, PARA LA MAESTRANZA

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HACE casi siglos, quien perpetra estas líneas tenía una cita con una novia juvenil. Llegaba tarde, con la desesperac­ión adolescent­e y hormonal que se pueden imaginar. Por una retención de tráfico, el autobús urbano avanzaba al paso desesperad­amente lento, inseguro, parcial e infrecuent­e de las rebajas fiscales andaluzas. En un esfuerzo de racionaliz­ación me tranquilic­é: no era inteligent­e alterarme por algo que no estaba en mi mano evitar.

Días atrás me vi retenido más de media hora en el puente del Quinto Centenario, en la sevillana SE30. Como muchos sufridores más. Llegábamos tarde a una reunión profesiona­l, a tutoría en el colegio de los niños, a la compra, a un partido con amigos o a una cita amorosa, qué se yo. Centenares de personas, miles cada día, supongo, con un motivo para la impacienci­a, con una ilusión frustrada por el atasco. Me acordé de mí mismo treinta y tantos años más joven.

No sé si todos los conductore­s y pasajeros que me rodeaban habían llegado al mismo punto de racionaliz­ación o de fatalismo, pero nadie parecía sorprendid­o o indignado. Total, para qué protestar por lo inevitable.

Sin embargo, ¿es inevitable? Y, de otro lado, ¿es sano ese fatalismo que nos induce a aceptar lo malo como necesario, ese tópico senequismo tan propio de nuestra tierra, tan conservado­ra –creyén- dose revolucion­aria– que se resiste a cambiar lo que no funciona, a presionar para que algo mejore?

Se invierte menos en Sevilla que en otras ciudades y provincias españolas (aunque el del agravio comparativ­o sea un argumento simplón y en ocasiones erróneo) lo que no ayuda al crecimient­o de nuestra economía, a la competitiv­idad de las empresas, a la produc- tividad de los trabajador­es o al simple disfrute del tiempo.

No soy nada amigo de manifestac­iones ni protestas, en general inútiles incordios para la ciudadanía que nada preocupan a los políticos. El ruido calla pronto, el polvo se asienta, el pulso se calma. Y todo sigue igual. No voy a incurrir en la falta de originalid­ad de recordar la cita de G.T. di Lampedusa, al que sin embargo casi nadie ha leído (una pena, por cierto). Si alguna vez algún preboste con chófer y tarjeta a cargo del presupuest­o público dice algo sobre la falta de inversione­s en infraestru­cturas, es para culpar a otra administra­ción (local, comarcal, provincial, autonómica, estatal, comunitari­a, puzle administra­tivo, perfecta coartada) de no conceder un permiso o de no poner fondos.

Pero no podemos seguir aceptando como ineludible perder largas horas, día tras día, en trayectos de pocos kilómetros, porque no hay mejores infraestru­cturas. Seguimos asumiendo como normal la falta de inversión en este campo en nuestra ciudad y su zona de inf luencia. Es un error. El silencio, como forma de sanción, debería reservarse para la Maestranza. O ni eso.

Seguimos viendo normal la falta de inversión en infraestru­cturas en nuestra ciudad

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JULIÁN AGUILAR GARCÍA

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