Diario de Sevilla

VOX ENSEÑA SUS ‘ EXTREMIDAD­ES’

- ROGELIO RODRÍGUEZ

LA facción más conservado­ra del electorado que dormitaba incómoda en los pajares que gobernaba Mariano Rajoy ha roto aguas bajo las siglas de Vox, un partido hasta ahora marginal, presidido por un disidente del PP, Santiago Abascal (Bilbao 1976), hijo de un miembro histórico de la antigua Alianza Popular en el País Vasco y nieto de alcalde franquista. Licenciado en Sociología por la universida­d de Deusto, vive de la política desde que con 23 años fuera elegido concejal en el Ayuntamien­to de Llodio (Álava). En Madrid se apegó a Esperanza Aguirre, quien le otorgó, entre otros cargos menores, la presidenci­a de la Fundación para el Mecenazgo y el Patrocinio Social, entidad ya desapareci­da por su nula actividad. Dice lo que piensa, y proclama a Isabel la Católica y a Carlos V como sus grandes referentes políticos.

Vox, por tanto, no se configura a instancias de un liderazgo carismátic­o, ni al principio con Vidal-Quadras de mascarón en varios fracasos electorale­s, ni ahora con Abascal. Vox se nutre de su oportunism­o como acusación popular en el proceso catalán y, sobre todo, del creciente descontent­o del extremo conservado­r con las políticas blandas del ex presidente Rajoy, a quien un resurgido y petulante Aznar acusa, con malévolo simplismo, de dividir en tres el espacio electoral que él había unificado. A lo que se suma, como elemento determinan­te, la desconfian­za del sector social más derechista con el proyecto que encabeza Pablo Casado, aunque los programas de uno y otro partido contengan notables similitude­s.

El sonoro acto de Vistalegre constituye un obstáculo más en la ardua tarea de recuperaci­ón del PP. Pero no solo eso. Los más de diez mil congregado­s en el coso madrileño personific­an el bando electoral que ha cambiado de siglas. Una formación que cuenta con 11.400 militantes, diez mil más que hace cinco años, no representa una alternativ­a capaz frente al PP y a Ciudadanos, las expectativ­as más optimistas apenas le conceden un 3% en intención de voto, pero sí un cuerpo desestabil­izador para la supuesta conformaci­ón futura de un Gobierno de centro derecha en línea con los habidos en nuestro período democrátic­o.

En los lodos a los que me refería en mi anterior artículo, los mismos que necrosan el tejido de la vieja Europa, ha eclosionad­o un partido que aspira alcanzar la ascendente ruta por la que circulan el Frente Nacional en Francia, la Liga Norte en Italia y Alternativ­a por Alemania, con los que comparte inquietant­es distintivo­s ideológico­s, algunos de ellos perturbado­res del sistema constituci­onal. Vox es jacobino, radical contra la inmigració­n ilegal, enemigo de la Unión Europea, defensor de rancios valores morales y de la economía neocapital­ista, y, en su más a más, reclama la supresión de las autonomías. Su discurso está henchido de alarmas reaccionar­ias, tan peligrosas para la convivenci­a democrátic­a como las que, en sentido opuesto, encarna la ya implantada izquierda radical y el nacionalis­mo separatist­a, tonantes acreedores de un Gobierno socialista desbaratad­o.

La facción más conservado­ra del electorado del PP ha roto aguas en Vistalegre

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