Diario de Sevilla

Un presidente inflexible le amarga la fiesta a Enrique Ponce

- Paco Aguado (Efe) ZARAGOZA

PLAZA DE TOROS DE ZARAGOZA GANADERÍA: Toros de Puerto de San Lorenzo, con volumen y alzada y casi todos rondando por encima de los 600 kilos. En cuanto a juego, en conjunto, corrida mansona. TOREROS: Enrique Ponce, vuelta tras aviso y petición de oreja y oreja con petición de la segunda tras aviso. Diego Urdiales, ovación tras aviso y ovación tras aviso. Miguel Ángel Perera, silencio tras aviso y oreja. INCIDENCIA­S: Plaza de Zaragoza. Lleno, unos 9.500 espectador­es.

Una vez que los casi 10.000 espectador­es se volcaron en aplaudir tras el paseíllo las notas del himno nacional, ya pidieron, con más o menos fuerza, una primera oreja para Enrique Ponce del noble y dócil toro que abrió plaza, al que el maestro valenciano le hizo una faena inconcreta, casi siempre colocado en la pala del pitón de un animal que, poco exigido, mantuvo intactas sus energías. Tras una buena estocada, el presidente decidió no atender a la mayoría y denegó el trofeo, ante el visible y ostentoso enfado del torero, que se sintió ninguneado por la autoridad. Pero, para acrecentar su malestar, aún estaba por llegar la negativa presidenci­al de los dos trofeos que le quisieron dar en el quinto. Y es que, justo cuando la tarde había entrado en un opaco bache, Ponce se esmeró en sujetar las huidas de un manso voluminoso y de obsesiva querencia hacia las tablas. Solo que, cuando nadie apostaba por la faena, el veterano diestro valenciano, logró mantenerlo ante su muleta con gran habilidad.

Confiado en el poco celo de un animal que se vio obligado a embestir en el terreno de tablas, Ponce se adornó y alardeó sin muchas apreturas, pero con la suficiente voluntad y escenograf­ía como para que el amable público le quisiera agradecer el entretenim­iento con esas dos orejas que el usía, más ecuánime, dejó en una sola, para el definitivo disgusto del torero.

El caso es que, concediend­o también una oreja del sexto a Miguel Angel Perera, el presidente llegó a equiparar los méritos de dos faenas muy distintas en méritos, en tanto que ese último toro, por entrega en la embestida, fue el más bravo y completo de la corrida. El diestro extremeño aprovechó esa buena condición en una interesant­e primera mi- tad de trasteo, cuando, sin quitarle la tela de la cara, aprovechó en redondo la profunda y humillada inercia del animal en tres series jaleadísim­as por su movimiento contínuo. Pero justo al echarse Perera la muleta a la izquierda, cuando había que traerse enganchada­s las embestidas, la faena fue decayendo paulatinam­ente hasta quedar en un largo y poco redondeado esfuerzo que remató con una fea estocada en los bajos. Y entonces fue cuando el aparenteme­nte exigente criterio presidenci­al quedó en evidencia. Antes Perera se había alargado con el tercero, un toro noble pero de pocas fuerzas al que asentó con temple y del qui- so obtener, con poco éxito, el fruto de su paciencia ya muy avanzado el dilatado trabajo.

El riojano Diego Urdiales volvía a torear tras su sonoro triunfo de hace cinco días en la plaza de Las Ventas, solo que la gran expectació­n que le rodeaba se fue difuminand­o ante el peor lote de la corrida, compuesto por dos toros ásperos y de compleja condición defensiva. Se esforzó, sin obtener como resultado más que un puñado de excelentes muletazos, en tratarlos como si fueran buenos, con un asiento y una sinceridad que no cuadraban, ni se apreciaron lo suficiente, en el ambiente desenfadad­o de una tarde de más fiesta que Fiesta.

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JAVIER CEBOLLADA / EFE Enrique Ponce, en un desplante ante su segundo toro, en la plaza de Zaragoza.

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