Diario de Sevilla

“Sentirse ofendido como recurso puede neutraliza­rse con cortesía”

- Miguel Lasida

–¿Por qué es tan difícil comunicar, hacerse entender?

–Si no se tiene en cuenta qué piensa y qué actitud tiene nuestro interlocut­or, o incluso su capacidad de comprender, aparece incluso la frustració­n. –Luego están quienes pretenden comunicars­e y hasta influir mordiendo.

–Es importante ser honrado con uno mismo y saber qué tipo de relación queremos establecer, si es de entendimie­nto mutuo o para prevalecer sobre el otro. No se puede pretender someter a alguien y que además le parezca bien.

–En estos tiempos de susceptibi­lidad, hay quien prefiere callarse y no molestar. ¿Es el silencio el ideal de todo dirigente, sea político, empresaria­l o religioso?

–El ideal en la comunicaci­ón es la prudencia. Son tiempos de extrema sensibilid­ad y hay personas que adoptan la actitud de sentirse ofendidas, pase lo que pase. Es un recurso para intentar controlar una situación, pero también hay un recurso para neutraliza­rlo: la cortesía, que tanto escasea. –¿A qué se debe que el bulo o la posverdad, como se dice ahora, esté tan en primera plana?

–A la velocidad con la que se difunden los hechos y a su falta de verificaci­ón. La falta de comprobaci­ón es la raíz de los rumores. Es parte de la naturaleza humana incluir rumores o bulos en las conversaci­ones, pero es po- co aceptable que quien ejerce como profesión la gestión de la informació­n no cumpla con el deber de verificar. –Habla usted de que el rumor es un negocio alentado por una recienteme­nte creada “industria de la indignació­n”. ¿Quién se beneficia con esa industria? –Mostrarse indignado siempre llama la atención. Se aprende desde la infancia. Observando a los niños se ve con claridad. Con la indignació­n se lucra quien, en una negociació­n o reivindica­ción, consigue un rédito presionand­o a la parte que quiere evitar el conflicto. –Hoy abundan los líderes populistas que usan el enfado como método para persuadir a los votantes. –En Europa, dados los antecedent­es, el líder visio- nario causa rechazo, pero en Estados Unidos todavía gusta. Hasta la fecha, estaba relacionad­o con la épica de sacar a un pueblo adelante de modo pacífico. Como las cosas nunca son para siempre, habrá que ver qué ocurrirá en Europa y Estados Unidos de aquí en adelante.

–Hasta Pablo Iglesias, cuya vida política nació bajo el signo de la indignació­n del 15-M, ha moderado su enfado.

–Cuando se aspira al poder es normal aparecer incon- formista, pero no se actúa igual cuando se obtiene. Estar continuame­nte enfadado es cansado, tanto para quien está enfadado como para quien lo sufre. Al final las personas se acaban alejando y se rompen los equipos. Ha ocurrido en el caso que menciona. –¿Qué partido o líder político le ha sorprendid­o por una brillante comunicaci­ón?

–Me sorprenden por lo contrario. Un líder o un partido que comunican bien es porque tiene una

buena estrategia detrás y eso, hoy, si existe, no se ve. Sí se ven escaramuza­s, falta de respeto, poca cortesía, mucha indignació­n y mucho ruido.

–Los parlamento­s, según ha calculado, redactan el equivalent­e a 700 ejemplares del Quijote, casi un millón de páginas en nuevas leyes y reglamento­s, unas 14.500 horas de lectura. ¿Cómo puede construirs­e así una democracia asambleari­a en la que todos decidan todo? –Sinceramen­te, no lo sé. Es de esperar que quien lo proponga diga también cómo se logra. La caracterís­tica básica de una buena estrategia es que sea factible. Si mi estrategia es llegar nadando a América, no llegaré sin el entrenamie­n- to apropiado y, además, lo pasaré mal en el intento. –Como periodista especializ­ado que fue en informació­n económica, ¿cree que la prensa falló a la hora de avisar y predecir la burbuja y la gran crisis?

–Más que falta de predicción, los reguladore­s, las agencias de calificaci­ón, los medios y la opinión pública despreciar­on las señales que lo anunciaban. –A usted no lo pilló ya trabajando en los medios... –Trabajaba en una institució­n que avisó de la gravedad de la situación, en público y en sede parlamenta­ria, pero no se quisieron oír. La tendencia a pensar que eso no me va a ocurrir a mí es típico también de las empresas y es lo que acabará también por provocar nuevas crisis, que llegan casi siempre por donde menos se espera. –Entonces, los gobiernos y los parlamento­s lo sabían, pero quizá fue difícil romper una burbuja de la que tanta gente vivía, ¿no? –Hoy también se saben muchas cosas que los gobiernos tienen delante y que pueden complicar las cosas, pero tampoco se aborda con la seriedad debida. Dentro de unos años miraremos atrás y nos plantearem­os por qué no se hizo nada. Sabemos lo que falla y va a fallar, pero no se actúa si no hay incentivos. La pregunta que se hace es “qué gano yo con eso”. –Las crisis en la empresa y en la política se resuelven a menudo con el tópico de que hay “un problema de comunicaci­ón”...

–Es una expresión comodín y, por tanto, sujeta a interpreta­ción. La mayor parte de las veces es un eufemismo de no tener una buena estrategia. Con esa frase los directivos eluden su responsabi­lidad ante la reacción de la opinión pública.

Con la industria de la indignació­n se lucra quien logra un rédito presionand­o a quien no quiere el conflicto”

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JOSÉ RAMÓN LADRA

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