“Sentirse ofendido como recurso puede neutralizarse con cortesía”
–¿Por qué es tan difícil comunicar, hacerse entender?
–Si no se tiene en cuenta qué piensa y qué actitud tiene nuestro interlocutor, o incluso su capacidad de comprender, aparece incluso la frustración. –Luego están quienes pretenden comunicarse y hasta influir mordiendo.
–Es importante ser honrado con uno mismo y saber qué tipo de relación queremos establecer, si es de entendimiento mutuo o para prevalecer sobre el otro. No se puede pretender someter a alguien y que además le parezca bien.
–En estos tiempos de susceptibilidad, hay quien prefiere callarse y no molestar. ¿Es el silencio el ideal de todo dirigente, sea político, empresarial o religioso?
–El ideal en la comunicación es la prudencia. Son tiempos de extrema sensibilidad y hay personas que adoptan la actitud de sentirse ofendidas, pase lo que pase. Es un recurso para intentar controlar una situación, pero también hay un recurso para neutralizarlo: la cortesía, que tanto escasea. –¿A qué se debe que el bulo o la posverdad, como se dice ahora, esté tan en primera plana?
–A la velocidad con la que se difunden los hechos y a su falta de verificación. La falta de comprobación es la raíz de los rumores. Es parte de la naturaleza humana incluir rumores o bulos en las conversaciones, pero es po- co aceptable que quien ejerce como profesión la gestión de la información no cumpla con el deber de verificar. –Habla usted de que el rumor es un negocio alentado por una recientemente creada “industria de la indignación”. ¿Quién se beneficia con esa industria? –Mostrarse indignado siempre llama la atención. Se aprende desde la infancia. Observando a los niños se ve con claridad. Con la indignación se lucra quien, en una negociación o reivindicación, consigue un rédito presionando a la parte que quiere evitar el conflicto. –Hoy abundan los líderes populistas que usan el enfado como método para persuadir a los votantes. –En Europa, dados los antecedentes, el líder visio- nario causa rechazo, pero en Estados Unidos todavía gusta. Hasta la fecha, estaba relacionado con la épica de sacar a un pueblo adelante de modo pacífico. Como las cosas nunca son para siempre, habrá que ver qué ocurrirá en Europa y Estados Unidos de aquí en adelante.
–Hasta Pablo Iglesias, cuya vida política nació bajo el signo de la indignación del 15-M, ha moderado su enfado.
–Cuando se aspira al poder es normal aparecer incon- formista, pero no se actúa igual cuando se obtiene. Estar continuamente enfadado es cansado, tanto para quien está enfadado como para quien lo sufre. Al final las personas se acaban alejando y se rompen los equipos. Ha ocurrido en el caso que menciona. –¿Qué partido o líder político le ha sorprendido por una brillante comunicación?
–Me sorprenden por lo contrario. Un líder o un partido que comunican bien es porque tiene una
buena estrategia detrás y eso, hoy, si existe, no se ve. Sí se ven escaramuzas, falta de respeto, poca cortesía, mucha indignación y mucho ruido.
–Los parlamentos, según ha calculado, redactan el equivalente a 700 ejemplares del Quijote, casi un millón de páginas en nuevas leyes y reglamentos, unas 14.500 horas de lectura. ¿Cómo puede construirse así una democracia asamblearia en la que todos decidan todo? –Sinceramente, no lo sé. Es de esperar que quien lo proponga diga también cómo se logra. La característica básica de una buena estrategia es que sea factible. Si mi estrategia es llegar nadando a América, no llegaré sin el entrenamien- to apropiado y, además, lo pasaré mal en el intento. –Como periodista especializado que fue en información económica, ¿cree que la prensa falló a la hora de avisar y predecir la burbuja y la gran crisis?
–Más que falta de predicción, los reguladores, las agencias de calificación, los medios y la opinión pública despreciaron las señales que lo anunciaban. –A usted no lo pilló ya trabajando en los medios... –Trabajaba en una institución que avisó de la gravedad de la situación, en público y en sede parlamentaria, pero no se quisieron oír. La tendencia a pensar que eso no me va a ocurrir a mí es típico también de las empresas y es lo que acabará también por provocar nuevas crisis, que llegan casi siempre por donde menos se espera. –Entonces, los gobiernos y los parlamentos lo sabían, pero quizá fue difícil romper una burbuja de la que tanta gente vivía, ¿no? –Hoy también se saben muchas cosas que los gobiernos tienen delante y que pueden complicar las cosas, pero tampoco se aborda con la seriedad debida. Dentro de unos años miraremos atrás y nos plantearemos por qué no se hizo nada. Sabemos lo que falla y va a fallar, pero no se actúa si no hay incentivos. La pregunta que se hace es “qué gano yo con eso”. –Las crisis en la empresa y en la política se resuelven a menudo con el tópico de que hay “un problema de comunicación”...
–Es una expresión comodín y, por tanto, sujeta a interpretación. La mayor parte de las veces es un eufemismo de no tener una buena estrategia. Con esa frase los directivos eluden su responsabilidad ante la reacción de la opinión pública.
Con la industria de la indignación se lucra quien logra un rédito presionando a quien no quiere el conflicto”