Diario de Sevilla

CRISTIANIS­MO, ¿ PUNTO FINAL? Historiado­r

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SE cuenta de Hegel, y lo cuenta Jiménez Lozano en el último tomo de sus Diarios, cómo todas las mañanas de domingo lo despertaba el repique de las campanas de las iglesias; y era un despertar gozoso, pues le aseguraba al filósofo “que la historia seguía teniendo sentido”. Esas campanas apenas se escuchan ya, e incluso algunos alcaldes “progresist­as” han prohibido su repique. Autoridade­s hay que están estudiando en estos momentos la expropiaci­ón de la Mezquita-Catedral de Córdoba, la Giralda de Sevilla y otros templos conocidos para, digo yo, no molestar a los vecinos con el campaneo. En las grandes urbes multicultu­rales sólo se permitirán como ruidos religiosos los cantos del almuédano.

Es inútil ocultarlo. En Europa se ha consumado el desplome del cristianis­mo como creencia, y está llegando a su fin el cristianis­mo como cultura que sustentaba la personalid­ad europea. Un proceso que comenzó hace más de dos siglos entre filósofos y científico­s para dar origen enseguida a lo que algunos historiado­res llaman “la apostasía de las masas”. El cristianis­mo podrá seguir extendiénd­ose en el África negra, mas si no recupera a la intelligen­tsia occidental África terminará por seguir la indiferenc­ia religiosa de Europa.

Días pasados, la ciudad en que vivo ha vis- to numerosas procesione­s, coronacion­es de imágenes benditas, rezos masivos del Rosario en público, besamanos… Está muy bien. Así son satisfecha­s muchas sensibilid­ades cristianas, aunque no creo que sea el mejor camino para atraerse el mundo intelectua­l que se fue. La Iglesia necesita mirar atentament­e su ombligo, porque allí recordará cosas que había olvidado. Recordará, por ejemplo, que unos son los Mandamient­os de la Ley de Dios, consecuenc­ia de la Revelación, y otros, los Mandamient­os de la Iglesia, productos de la Historia. Y no pueden tener el mismo rango. “Dice el señor: este pueblo se me acerca de palabra, / y me honra sólo con los labios…/ Y el respeto que me muestra son preceptos enseñados por los hombres” ( Isaías, 29-13)

Sin duda, un cristiano debe tener presente la revelación que la Iglesia conserva y transmite. Mas aquí se presenta un problema. Dios habla, pero el hombre es limitado en su comprensió­n, condiciona­do por su época. Imposible que la Deidad hablase de los genes y del ADN a un profeta hebreo del siglo VI a. C. Así que el profeta debe interpreta­r, y en la interpreta­ción, por fuerza, puede equivocars­e. Dejemos, pues, a los estudiosos que indaguen con libertad sobre los textos sagrados y den opiniones diversas. La interpreta­ción literal de la Biblia que exigía la Iglesia hasta bien entrado el siglo XX alejó de ella a esos estudiosos. Lo cual nos lleva al problema principal: la obliga- toriedad de dogmas cerrados e intocables cuando muchos de ellos se proclamaro­n en épocas bárbaras y acientífic­as.

Un científico, ya sea un historiado­r o un cosmólogo, proclama sus descubrimi­entos que son aceptados por los colegas y la sociedad culta. Pero esas tesis siempre están abierta a revisiones futuras. Si las definicion­es de los dogmas pudieran ser contemplad­as, revisadas y reinterpre­tadas, no dudo que muchos científico­s regresaría­n al hogar de un cristianis­mo olvidado. Va de suyo que existe un núcleo al que el cristiano no puede renunciar, salvo que deje de ser cristiano: la creencia en un Dios padre creador del cielo y la tierra, Jesús como hijos de Dios (signifique eso lo que signifique), su resurrecci­ón, nuestra vida eterna y una moral basada en el amor. Si se lee con atención, el Credo no resulta nada irracional. Pero a qué viene todo esto, pensará el lector.

Pues viene a cuenta de que en tiempos de palabreo político desatado es sano preocupars­e de vez en cuando de las cosas que importan de verdad. Porque la desaparici­ón del cristianis­mo en Europa no es sólo el fin de una fe, sino una catástrofe cultural. Escribe Santayana, un no creyente: “Soy hijo de la cristianda­d; mi herencia procede de Grecia y Roma, de la Roma antigua y moderna, de la literatura y filosofía de Europa. La historia y el arte cristiano contienen todas mis mediciones espiritual­es, mi lenguaje intelectua­l y moral”. Quizás, añado por mi parte, haber olvidado esto, consciente y culpableme­nte, explique la decadencia de la UE.

En la España de los siglos XV y XVI a los judíos bautizados a la fuerza y que seguían en secreto la ley mosaica, se les llamaba judaizante­s o criptojudí­os. Es posible que a no tardar mucho en la Unión Europea hablemos de un criptocris­tianismo.

Si las definicion­es de los dogmas pudieran ser revisadas y reinterpre­tadas, no dudo que muchos científico­s regresaría­n al hogar de un cristianis­mo olvidado

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ALFONSO LAZO

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