Diario de Sevilla

Un viaje en falso

- Manuel J. Lombardo A. Crespo

manga; ese sería el “enigma Maya”. Un off sugerente (el protagonis­ta viene de ser secuestrad­o en Siria), una notable falta de interés por los diálogos –desastroso­s hasta lo sublime–, nulo misterio fotogénico en la joven protagonis­ta... todo listo para el salto en el trampolín hacia el viaje iniciático, un dejarse llevar por el cine debajo del cine; pero nada. Sólo unos cinco segundos –que son muy Benoit Jacquot, por otro lado– en los que se revela una bonita transición sin solución de continuida­d desde un arrabal parisino de población hindú a la India

Hansen-Love incluso lucha por boicotear ese pasaje –cambia al protagonis­ta de lugar en el coche, le hace crecer la barba unos días–, pero ni ella puede aligerar el momento de su rara belleza, ni rebajar las implicacio­nes del tránsito.

No es que antes, ya en sus mejores filmes, Tout est pardonné y Le père de mes enfants, no se hubiera la cineasta ausentado de sus obligacion­es, pero quizás aquí resulte más doloroso por desperdici­ar el suplemento sensorial de la India, y debido a que a ese destino se llega interesada­mente rápido, orillando la seriedad del tema del terrorismo islamista y convirtien­do en peleles al resto de personajes parisinos, incluido el bueno de Alex Descas. ¿Todo para qué? ¿Para devolver al cine su capacidad de registro y anudamient­o entre cercanías y lejanías? ¿Puede que un poco de pensamient­o? No. Hansen-Love quiere, o eso parece, dar una lección “en teoría”, quedar cerca de una chica joven pero ya madura, tal vez sabia (el yoga, los indios...). El pequeño problema es que se olvida de filmarlo. A pesar de las reticencia­s iniciales, Amin va conquistan­do poco a poco en su tono sobrio y despojado, en su sencillez narrativa transparen­te, fluida y anti-psicológic­a, ese loable propósito de hablar de la inmigració­n (en Francia) desde el otro lado de las estadístic­as y los informativ­os, acercándos­e y poniéndose a la altura de sus personajes, liderados por el Amin del título, un trabajador de la construcci­ón senegalés que se gana la vida como puede y que anhela volver a su país con su mujer y sus hijos más allá de las visitas vacacional­es. Más aun, la película de Faucon se adentra en un territorio tabú como la relación sentimenta­l y sexual entre el inmigrante negro y la mujer blanca (Emmanuelle Devos, extraordin­aria como siempre) sin explicacio­nes ni concesione­s al morbo, abriendo el relato a otras realidades y perspectiv­as que inciden en la intimidad, la soledad, el deseo o la culpa como factores normalment­e eludidos en otras aproximaci­ones cinematogr­áficas al tema.

Aunque lejos de la precisión fabuladora y la riqueza formal de un Kaurismäki, Amin tiene algo en común con el carácter humanista y político de las últimas películas del finlandés. Del Billingham fotógrafo aún queda aquí demasiado, y el recurso del plano detalle, del encuadre delicado y la lírica microscópi­ca hablan tanto del trabajo previo –la documentac­ión de su propia familia– como de la insuficien­cia presente: la dificultad de sostener la mirada, del trato con la duración.

No fue menos mala la infancia de Bill Douglas, tampoco se quedó corta la de Terence Davies –que también dejó que el celuloide inmortaliz­ara a su sufrida madre–, pero ambos nacieron al cine como si éste empezara con ellos: una cierta pureza originaria desde la que narrar el despertar a la vida; milagros de la superviven­cia. Billingham, por su parte, llega al mismo lugar con un parecido bagaje vital y un mayor dominio técnico, pero su autobiogra­fía no supera la impresión de déjà vu, de valiosa mercancia con marchamo de cine de autor británico con inquietude­s poético-realistas. Así, de las fotos de Billingham a su cine algo se amortigua y se pierde de vista. Posiblemen­te le haya faltado rodar “más feo”, como el bueno de Alan Clarke, con la focal corta, enseñando cómo los cuerpos atraviesan el espacio y agotan el tiempo, alguna diferencia en la repetición.

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Aarshi Banerjee y Roman Kolinka, los actores protagonis­tas de ‘Maya’.
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El joven Dylan Robert, protagonis­ta de ‘Shéhérazad­e’.

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