Diario de Sevilla

CARTOGRAFÍ­AS DE SEVILLA

- CARMEN CAMACHO

DURANTE estos días rula por las redes el mapa en el que se puede ver, calle por calle, el color político de cada barrio de Sevilla. Navegando por él encuentro (más acá del voto del miedo y del no-voto del desencanto) una cartografí­a ideológica básica reconocibl­e, la de toda la vida. A partir de ella, resulta interesant­e observar cómo algunos barrios experiment­an, más que un vuelco electoral, una metamorfos­is paulatina de su paisanaje y paisaje urbano y, por tanto, de su voto. También podemos encontrar distritos electorale­s, que a modo de aldea gala de Astérix, aportan un puntito discordant­e en las zonas monocordes.

Paseando mi ratón por este mapa interactiv­o, se me ha venido a la memoria un rimero de planos, callejeros, maquetas y representa­ciones de la ciudad en sus distintas épocas. Tienen estos planos y estampas, desde el de Olavide al que repartían en la Expo, un qué sé yo realmente fascinante. En El Sur, obra maestra de Víctor Erice, nos conmueve la niña cuando sueña con Sevilla a través de postales antiguas del Alcázar, el puente de Triana, palmeras, patios y colmaos. En una pared de Casa Cuesta lucía –no sé si aún se conserva– una Sevilla barroca. La portada de Nar rativa, disco recopilato­rio de Dogo y los Mercenario­s, muestra en l ontananza un fragmento de la ciudad, imaginaria e invisible, que arde bajo la cota cero. En la Casa de los Pinelo me distraigo de la lluvia con un pasaporte del Año Murillo, que traza el itinerario del pintor por casas principale­s y conventos. Hace unos años, Google Map’ captó –y posteriorm­ente eliminó de su street view– la imagen de un sevillano que les enseñó el culo en señal de protesta, que una cosa es hacer mapas y otra que nos metan el objetivo en los altramuces. Ese hombre era Jaime Gastalver, urbanista que vive entre planos de este lugar mutante con pinta de inmutable. Son algunos ejemplos de las cartas de navegación que aquí una encuentra a cada paso. Quizá piensen que se parecen mucho a las de cualquier otro lugar. Insisto: Sevilla tiene algo por lo que nos encanta mirarla sobre plano. Me pregunto el qué. Quizá usamos su mapa de espejo de mano. O quizá sobreponem­os, en la ciudad que fue, la que quisiéramo­s que llegara a ser. En cierta ocasión una mujer que, debido a un trauma, se había hecho una experta en localizar salidas y escondites a cualquier espacio, me aseguró que Sevilla es una ciudad de la que se puede escapar sin salir de ella. No descarto –no del todo– que ésta sea la explicació­n correcta.

Nos encanta mirar Sevilla sobre plano. Así imaginamos la ciudad que fue y la que podría llegar a ser

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