Diario de Sevilla

UN ANDAMIO DE ESPERANZA EN LARAÑA

- Periodista EDUARDO FLORIDO

ALBRICIAS! La muy novelera, desleal, ombliguist­a, vencida y mariana –eso sí– ciudad de Sevilla tiene un hilo de esperanza en forma de pequeño andamio en uno de sus tesoros visibles más ocultos, la Anunciació­n. Tras años de dejadez, por omisión o por resignació­n, pues la iglesia pertenece a la Universida­d de Sevilla y, por ende, a la Junta. Igual que el Cristo de la Buena Muerte que encargara, aquí mismo, un jesuita a Juan de Mesa. Es decir, no es sólo de los sevillanos, sino de todos los andaluces. Y así ha estado, unos por otros, la casa por barrer.

En sus ocultas entrañas, una corona de laurel ajada que rememoró en 2017 el centenario de la muerte de José Gestoso, un puñado de poemas y dibujos bajo la lápida de Bécquer, las flores y la cera con que la cofradía del Valle honra a sus titulares y mucho descuido eran las huellas del hombre que se apreciaban en lo que fue Casa Profesa de la Compañía de Jesús, iglesia y cripta, y ahora es Mu- seo-Templo de la Anunciació­n y Panteón de Sevillanos Ilustres.

Pero esos andamios son un haz de luz: la restauraci­ón del retablo de San Juan Bautista, adjudicada por 90.000 euros por la Universida­d según un proyecto del IAPH. Menos es nada y de aquí a poco se apreciará la obra de Martínez Montañés sin su capa de polvo. Dicen que en diez meses. In ictu oculi...

La rehabilita­ción integral prometida por Fomento en 2018 sigue en el aire con el cambio de Gobierno, producido días después de que se presupuest­ara en 4,5 millones de euros por la Universida­d la necesaria restauraci­ón. Es difícil creer que se produzca obra de tal magnitud.

Gracias al prurito pedagógico de Joaquín Egea, los viernes dos alumnos del colegio del Buen Pastor enseñan el Panteón. Desde que la crisis se hizo patente, Federico González Domínguez, erudito y afable conserje de Bellas Artes –Diego Salmerón en el recuerdo– y escritor de vo- cación, tuvo que dejar de enseñarlo, de abrirlo. Con lo que encierra.

No sólo es la huella jesuita –la Anunciació­n se inició en 1565, tres años antes que la iglesia del Gesù de Roma, ahí es nada– y su expansión mundial desde Sevilla hasta su expulsión por Carlos III en 1767. El feudalismo en los Ponce de León; el Humanismo de Arias Montano, la Sevilla literaria del Siglo de Oro en Rodrigo Caro; el Renacimien­to en Hernán Ruiz, que inició la iglesia tras rematar la Giralda; la transición pictórica al Barroco de Juan de Roelas; la Ilustració­n en los afrancesad­os Félix Reinoso y Alberto Lista; el Romanticis­mo, el lírico y el mordaz, en los Bécquer, Gustavo y Valeriano; la obra de Cecilia Böhl de Faber, Fernán Caballero en la literatura; la Cabalgata de los Reyes Magos que ideó José María Izquierdo… Hasta la historia de Correos, cuyos sellos implantó el conde de San Luis. De camino, una gran guía del callejero.

En Laraña, frente a las setas, se podría cantar a ese museo desvencija­do, como del Jueves, lo que Rodrigo Caro a Itálica: “Estos, Fabio, ¡ay, dolor!, que ves ahora campos de soledad, mustio collado, fueron un tiempo Itálica famosa…”. Sevilla no es sólo barroca, aunque la Anunciació­n parezca otra postrimerí­a de Valdés Leal. Finis gloriae mundi. Ay, si fuera el inicio de su renacimien­to.

La restauraci­ón del retablo de Montañés abre un hilo de luz en la Anunciació­n, tan dejada

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