Diario de Sevilla

Con el himno de la alegría

- Francisco Correal

Como allí los pobres son los señores, a Carlitos Fernández, el rey de las castañuela­s, le abrieron las puertas de la Casa de la Caridad. Había tocado el éxito con los dedos, tocó los palillos como nadie con las más grandes, recorrió el mundo entero con doña Concha Piquer, se codeó con Manolo Caracol, quiso conocerlo Lauren Bacall, pero el éxito siempre es fugaz, y Carlos Fernández (Sevilla, 1929-2019) pasó sus seis últimos años de vida en la Casa de la Caridad creada junto al hospital del mismo nombre que abrió Miguel Mañara.

“Lo trajo su sobrina en junio de 2012. Reunía el perfil, porque no tenía recursos suficiente­s, no podía valerse por sí mismo y era mayor de 65 años”, dice Esperanza Hernández, desde hace quince años directora de la Casa de Caridad donde conviven joyas de Murillo y Valdés Leal. Nació el año de la Exposición Iberoameri­cana de 1929 y el 14 de septiembre cumpliría 90 años.

El capellán de la Caridad, Juan Antonio Salinas, oficiará hoy a las diez de la mañana el funeral por el eterno descanso de Carlitos Fernández. “Una persona muy amable, cariñosa, ha contado aquí toda su vida”, dice Esperanza. “Se volvía loco cuando le poníamos vídeos en Youtube de doña Concha Piquer”.

Entró en una habitación individual, pero cuando su salud empezó a quebrarse y a mermarse su independen­cia, pasó a compartir una doble con Francisco Sevilla. Sevillano de la Puerta Real, pequeño de once hermanos, los que conviviero­n con él conocieron de primera mano las lentejuela­s del éxito, los cantos de sirena del estrellato de quien vivió al lado de las estrellas. “Podía haber escrito un libro de su vida, se lo hemos dicho nosotros”, dice la directora de la Casa de Caridad.

Con Carlitos Fernández eran ochenta los residentes en esta venerada y venerable institució­n que sigue al pie de la letra el revolucion­ario legado de su fundador. Hijo del 29, hizo las Américas muchas veces. Eduardo Ybarra, hermano mayor de la Caridad, guarda como preciado tesoro el anecdotari­o de Carlos Fernández. “Describía a doña Concha Piquer como mujer de mucho genio y carácter, que antes de cualquier actuación en Hollywood o en Buenos Aires los ponía en fila para revisarles el cuello de las camisas y los zapatos para que estuvieran con brillo”.

El bar Patronas, en la calle Santas Patronas, es un pequeño museo del rey de las castañuela­s. El

El 10 de octubre de 1954 Carlos Fernández acababa de cumplir 25 años. En el bar Patronas hay un cartel del homenaje de despedida, “con motivo de su regreso a la Madre Patria”, a Carlos Fernández en el Teatro Nacional de Caracas. “¡Dos horas de simpatía española, Arte y Alegría!”, se lee junto a la larga ficha de artistas españoles y venezolano­s que participar­on con un cuadro flamenco que dirigió el Niño del Brillante y la orquesta a las órdenes del maestro Vilches. Las entradas se podía conseguir en el Bar Los Manolos, Restaurant­e Sport, Bar Andalucía de Caracas y el propio teatro. Aunque la Caridad cuenta con un columbario para los restos de hermanos o residentes, la familia tiene un panteón en el cementerio de San Fernando.

En la Caridad, la alegría la convirtió este huésped en una de las virtudes teologales. Al rey de las castañuela­s le dio tiempo de recibir a los Reyes Magos que llegaron con la hermandad del Baratillo y ver el montaje del belén napolitano con figuras del sacerdote siciliano Giovanni Lanzafame.

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Carlitos Fernández, en una fotografía con Concha Piquer –dcha.– que está en el bar Patronas, que regenta un familiar.
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A la derecha, en La Habana, con Lola Flores y Faico.

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