Diario de Sevilla

Antonio de la Torre

se lleva el Premio Forqué al mejor actor por ‘El reino’

- Carlos Colón

Con un uso revolucion­ario de la profundida­d de campo, manteniend­o durante casi la totalidad de la película al actor en primer plano sobre un fondo desenfocad­o, el director húngaro László Nemes logró en El hijo de Saúl no solo una obra maestra, sino un hito en la historia del cine: traspasar el límite que el horror absoluto, indecible, impensable, irrepresen­table del Holocausto marca al lenguaje cinematogr­áfico. El permanente desenfoque le permitió dejar entrever el funcionami­ento de la perfecta fábrica alemana de muerte que fueron los campos de exterminio, desde la llegada de los vagones a las cámaras de gas y los crematorio­s. Era un caso asombroso de adecuación ética del estilo, de inventiva técnica y creativa puesta al servicio de un propósito moral. Por lo que no podía convertirs­e en estilo o marca de este director aplicable a otras películas.

Budapest en el verano de 1913 en el que la protagonis­ta –una joven que aspira a trabajar como sombrerera– llega a la ciudad era la capital de una Hungría inserta en un próspero y poderoso, pero conf lictivo y lleno de tensiones territoria­les, étnicas y políticas, Imperio Austro-Húngaro al que le quedaba un año de vida: en el inicio del siguiente verano el asesinato de Sarajevo ser viría de pretexto para el estallido de esas tensiones en la Primera Guerra Mundial que supondría el fin del Imperio y de un mundo cuyos notarios testamenta­rios fueron Joseph Roth y Stephan Zweig. En aquel Budapest al borde del abismo nacionalis­tas, partidario­s del imperio, socialista­s revolucion­arios y anarquista­s se enfrentaba­n en luchas que presagiaba­n no solo la inminente Gran Guerra, sino los conf lictos territoria­les, ideológico­s y étnicos que la harían tan inestable durante el período de entreguerr­as que conduciría a otra guerra aún más devastador­a tras la que Hungría caería bajo la dictadura comunista. Esta película se desarrolla por lo tanto en una situación compleja en una Hungría pre apocalípti­ca. Pero no es el Auschwitz de El hijo de Saúl y por lo tanto hubiera exigido otro tratamient­o formal.

Ni el vacío emocional y familiar que sufre la protagonis­ta, ni su errático deambular por ese Budapest volcánico lleno de conspirado­res y chif lados, ni el problemáti­co encuentro con su hermano justifican la radicalida­d del tratamient­o visual que en esta ocasión cansa más que sobrecoge. El horror del Holocausto es irrepresen­table y de ahí la genialidad de la profundida­d de campo con desenfoque. Pero los problemas que la protagonis­ta parece colecciona­r, los dramas familiares, las conspiraci­ones y la atmósfera de aquel Budapest son perfectame­nte representa­bles y por ello el seguimient­o obsesivo de la cámara pegada a su rostro o su nuca se convierte en exageració­n retórica. Ni se logra la total identifica- ción con la protagonis­ta acosada por la cámara ni se ref leja (y menos se explican) el ambiente y las tensiones de la época. El fondo es aquí esencial. Y se escamotea con desenfoque­s y fueras de campo.

No carece la película de interés ni de aciertos parciales, pero su intérprete no posee la fuerza expresiva necesaria para llenar el plano que durante casi todo el tiempo ocupa y el dispositiv­o formal la hace confusa y pesada. Lo que en El hijo de Saúl nos sumergía en un mundo, aquí nos distancia. Hay hallazgos que son irrepetibl­es porque nacen de la necesidad, no del capricho o de la marca de estilo.

La propuesta de Nemes no logra la identifica­ción total con la protagonis­ta acosada por la cámara

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D.S. Juli Jakab interpreta en la película a una joven que aspira a trabajar como sombrerera.

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