1919: el año del Vltra
aplaudieron tímidamente esa vocación de pioneros.
“Se pretende que el ultraísmo sea un episodio sin continuidad en nuestra historia literaria. Se lo silencia y se le niega. Y eso es falso e injusto. El ultraísmo fue una realidad positiva y eficaz en una época de anquilosamiento en las letras españolas. Abrió horizontes y marcó rutas. Creó la revista total y puramente literaria. Se batió en las calles y en los ateneos. Puso España al día con las corrientes literarias de Europa. Produjo pocas obras, pocos libros, porque las editoriales de entonces desdeñaban cuanto significase poesía; pero desbrozó el camino y dejó abiertas las fuentes de la curiosidad”, se lamentaba Pedro Garfias, ya en 1934, en las páginas del Heraldo de Madrid.
De algún modo, aquella corriente llegó para desacralizar la literatura, con Cansinos-Assens a los mandos y con el influjo del chileno Vicente Huidobro, quien acababa de aterrizar desde París con novedades vanguardistas, propias y ajenas. Lo inmediato, lo urbano, lo espontáneo y la contradicción eran la leña para prender el nuevo fuego. Con ánimo de derribo, se promulgó que había llegado el tiempo de la libertad radical en las letras y así fue dispersando y contagiando su mensaje. Primero, el movimiento hizo nido en Madrid; después tuvo ecos transatlánticos, llegando a modificar profundamente la lírica de Argentina, Uruguay, Chile y México.
“El ultraísmo constituyó un momento decisivo de transición a la modernidad. Son poetas que asimilan la poesía cubista francesa, el futurismo, el expresionismo, el dadaísmo”, ha explicado Juan Manuel Bonet, quien reunió los poemas de esta vanguardia ibérica en la antología Las cosas se han roto (Fundación José Manuel Lara). En opinión del experto, la canonización de la Generación del 27 echó al olvido los logros del movimiento, que también tuvo sonoras deserciones. Sin ir más lejos, Cansinos-Assens arremetió en 1921 en El movimiento V. P. contra aquel grupo de poetas, algunos claramente identificables en aquel libro bajo sus nombres en clave.
La revista Grecia acumuló, entre el 12 de octubre de 1918 y el 1 de noviembre de 1920, medio centenar de números y un traslado a Madrid a mediados del año veinte. Tras apagarse le siguieron otras de vida fugaz, como Gran Gvignol, Tableros, Horizonte y Plural. “La importancia del Ultra de Sevilla es evidente: inició la vanguardia hispánica y sentó las bases de un mo-
Como no podía ser de otra forma, la aventura de Grecia también convirtió a Sevilla en escenario de veladas poéticas y bromas vanguardistas. Acaso ninguna como La Epopeya del Ultra que González Olmedilla relata en el número XLII, con fecha de 20 de marzo de 1920, a la salida de una lectura de Pedro Garfias en el Ateneo. Se trataba de festejar “el nuevo éxito de incomprensión” que había cosechado el autor de El ala del Sur “disparando su ametralladora de estrellas”. Junto a él, Adriano del Valle, “incorregible corruptor de estrellas vírgenes”, e Isaac del Vando-Villar, calificado como “portaestandarte del ultra” por ser el director de Grecia, entre otros.
Los poetas acudieron a la Plaza Nueva y rodearon allí el lugar donde en breve se colocaría la estatua de Fernando III el Santo. Para los ultraístas, el personaje es un “rey bárbaro” o “un militarote del pasado sangriento”. Luego, pusieron rumbo a la casa del promotor del monumento y cronista de la ciudad, Luis Montoto, en la actual calle Mateos Gago, para lanzar al grito de “¡Ultra!” piedras y patatas a la fachada y provocar allí “un auténtico fracaso de cristales”, en palabras del cronista, quien remata su texto asegurando que los poetas se dispersaron por las calles aledañas al refugio de la noche. Todo eso pasó en Sevilla, “la Nazaret del Ultra”, según la definió Pedro Luis de Gálvez.
Aquella corriente, con Cansinos-Assens a los mandos, llegó para desacralizar la literatura