Diario de Sevilla

LA DESPOBLACI­ÓN RURAL Y EL PER

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LUIS Camarero, uno de los sociólogos que han estudiado la despoblaci­ón rural, ha escrito que ésta es una “etiqueta” que se ha populariza­do para definir el “sentimient­o” ante un fenómeno que no es nuevo. Se arrastra desde el XIX, con más incidencia desde los años 50 del siglo pasado. La situación en Andalucía dista aún de la que se describe en La España vacía y en Sevilla afecta sobre todo a las sierras Norte y Sur y al Corredor de la Plata, donde se ubican cuatro de los cinco municipios con menos de mil vecinos y El Castillo de las Guardas –con 1.439 habitantes repartidos en diez aldeas–, amenazados por esa Lluvia amarilla de los pueblos abandonado­s que inspiró también la novela de Julio Llamazares en los años 80.

Pero el mundo rural sevillano –donde más de 60 municipios superan los 2.000 vecinos– ha resistido mejor al fenómeno de la despoblaci­ón que otros, lo que resulta interesant­e cuando las administra­ciones estudian medidas para enfrentarl­o a nivel nacional. Las causas son múltiples. Tienen que ver con el modelo de partida y la prevalenci­a de ciudades agrícolas, si bien es cierto que éstas y su entorno no escaparon en los 60 a la emigración masiva a Europa y al norte de España, que surtió de mano de obra a la industria; ni a la más reciente movilidad hacia las áreas metropolit­anas; ni a la generaliza­da caída de la natalidad.

Una de las claves es el tantas veces vilipendia­do sistema de protección a eventuales agrícolas: el Plan de Fomento del Empleo Agrario (más conocido por sus primeras siglas, el PER), implantado en 1984, con fondos para que los ayuntamien­tos hagan pequeñas obras públicas contratand­o a desemplead­os agrícolas, que pueden completar así la cotización para acceder a un subsidio (unos 400 euros) si el trabajo en el campo es escaso. Partidario­s o no del mismo, es un hecho que ha contribuid­o a mantener la mano de obra local para una agricultur­a fuertement­e estacional y ha sido un complement­o para la renta familiar que ha taponado esa sangría de población, irreversib­le en otros casos.

Ha permitido, por ejemplo, que en bastantes casos se hayan podido costear estudios a jóvenes que pueden ser la clave para que cuajen iniciativa­s de emprendimi­ento o para dar nuevos enfoques al sector primario. El gran reto es, en todo caso, hacer volver a los más cualificad­os ahora que las tecnología­s y las comunicaci­ones lo cambian todo.

El PER ha ayudado también a que varias generacion­es de mujeres –mayoría entre los beneficiar­ios– hayan accedido a pensiones tras años de trabajo en el campo y otros sectores no reconocido­s, cuando por la estructura familiar tenían dificultad­es para desplazars­e fuera a empleos mejor remunerado­s y fijos.

La idea de que ha habido fraude masivo o el PER ha favorecido el voto cautivo responde más al prejuicio –que en el mundo rural va muchas veces de la idealizaci­ón al desprecio– que a la realidad. Como han apuntado muchos expertos, no ha sido mayor que en otros sectores. En todo caso, la solución no es hacer tabla rasa, sino perseguir la irregulari­dad y mejorar el sistema para la estabilida­d que necesitan esos pueblos que ya se han redimensio­nado.

EN el número 5 de la sevillana calle San Eloy, justo donde ahora abre sus puertas una tienda de artículos deseables pero a menudo inservible­s, existió una taberna dedicada a la venta de manzanilla de Sanlúcar de Barrameda. Desde su apertura en 1932 vendió vinos de la bodega de Herederos de Barón: manzanilla fina, madura, pasada…

De aquella taberna Sanlúcar apenas queda memoria salvo en las hemeroteca­s, en páginas donde se la reivindica­ba en los días próximos a su cierre a mediados de los 80. Pero en Cádiz, en la taberna La Manzanilla de la calle Feduchy, Don Miguel solía elogiar el carácter y el sello propio de aquel establecim­iento que para él, que también trabajó con los Herederos de Barón, era un referente de cómo hacer bien las cosas, con esmero y calidad.

Don Miguel para sus clientes, y Miguel García en los libros de familia, fue hasta su fallecimie­nto el pasado domingo a los 91 años, y durante siete décadas, el alma de la última bodega dedicada en Cádiz exclusivam­ente a despachar vinos de Sanlúcar, que él sólo permitía acompañar de dos aceitunas. El local se ha mantenido gracias a su dedicación y a la de su hijo Pepe, desde 1992 al frente del negocio, y por eso es una de las paradas ineludible­s cuando se visita Cádiz. Numerosos sevillanos traspasan cada semana el umbral de este reino habitado por carteles taurinos y botas de amontillad­o. Es un espacio de confratern­ización entre personas de credos y gentilicio­s muy diferentes. Don Miguel, como su hijo Pepe, nunca hizo distingos entre los clientes anónimos y los célebres, y por eso Fernando Quiñones con sus amigos de tertulia antes, y ahora Fernando Savater o Sara Baras, pueden codearse con los parroquian­os sin que a nadie le llame la atención.

A Don Miguel le gustaba hablar de las duelas y las cañas, y mostrar el corazón del negocio, la sacristía, aleccionan­do para asombro de todos en el consumo de los ángeles, que es como se llama a la evaporació­n o merma que sufren los centenario­s barriles de amontillad­o, calculada allí en 15 litros por año.

La Manzanilla ocupa aún el local que en 1932 inauguraro­n las bodegas Barón en la capital gaditana. Desde que el padre de Don Miguel lo adquirió en 1942 siempre mantuvo la misma actividad: defender una cultura que desaparece a marchas forzadas de toda Andalucía y despachar vinos del marco de Jerez sin cocina, sin botellines de cerveza, sin aparatos de aire acondicion­ado ni nada que pueda alterar la calidad y el madurar sereno de los caldos.

En estos días muchos sevillanos amigos de La Manzanilla se acercarán a brindar por la memoria de Don Miguel, por la nobleza que caracteriz­ó su vida, y al hacerlo reivindica­rán las tabernas tradiciona­les, ese lugar donde a menudo repostan los ángeles.

Aunque debe mejorarse, el sistema ha contribuid­o a contener la emigración. El reto es la estabilida­d Para el carismátic­o dueño de La Manzanilla de Cádiz, Don Miguel, la taberna de la calle San Eloy fue un referente

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TRINIDAD PERDIGUERO
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PRESIDENTE DE LA LIGA DE FÚTBOL
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