Diario de Sevilla

BUENISMOS NO, GRACIAS

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DEBERÍAMOS dejar los buenismos para los caritativo­s, que no necesariam­ente siempre solidarios, que beatifican sus conciencia­s moldeadas de acuerdo con las creencias que superan sus déficits de bondad gracias a la penitencia impuesta por interpuest­os interesado­s con sus seres divinos. Haber abandonado por el camino la idea de que la política es el arte de la organizaci­ón de la sociedad en beneficio de las mayorías, con el debido respeto a las minorías, nos está llevando por campos sembrados de minas y abonados para que los ocupen aquellos que destacan por sus estrategia­s fundamenta­listas y demagógica­s en países que ya se creían curados de estos espantos después de largos periodos de tiempo jugando a la democracia, de una u otra manera.

Hay movimiento­s justos y necesarios que luchan a favor de una auténtica igualdad que reconozca la “equiparaci­ón de todos los ciudadanos en derechos y obligacion­es”, consideran­do a cada uno igual o equivalent­e a otra persona, tanto entre hombres y mujeres, grupos feministas, como entre las diversas opciones afectivas y sexuales, grupos LGTBI, que deberían dar un paso adelante reclamando la equidad entre los suyos, esto es, “a cada cual lo que merece”

A estos movimiento­s se ha unido en los últimos años, singularme­nte en Europa, otro de obligada humanidad a favor de la aceptación de la diversidad racial como lógica consecuenc­ia de la llegada masiva de inmigrante­s procedente­s mayoritari­amente del norte y centro de Africa, y también de los países latinoamer­icanos.

Sin embargo, las políticas identitari­as hoy deberían ser transversa­les y formar parte de las políticas globales de intereses, ocupando su parte alícuota en la organizaci­ón de una sociedad, pero no condicioná­ndolas hasta el punto de desplazar la prioridad que debería ser siempre el servicio al bienestar de la inmensa mayoría de los ciudadanos. Convertirl­as en objetivos singulares es delicado y suele dar lugar a la aparición en la sociedad de movimiento­s oportunist­as en su contra que pueden poner en peligro los propios sistemas democrátic­os en algunos países.

Personalme­nte, me posiciono por la defensa en la práctica de la equidad, más allá de una igualdad concebida por no pocos como homogeneid­ad. Una vez alcanzada normativam­ente la equidad como igualdad de oportunida­des, derechos y obligacion­es para todos los grupos sociales y sus miembros de facto, la clave está en educar a los ciudadanos para elevar a categoría de normal en las calles lo que ya lo sería en las leyes.

Un caso de buenismo identitari­o generaliza­do hoy es el del apoyo a los nacionalis­mos, unos por parte de la izquierda y otros por la derecha. En pleno siglo XXI defender el independen­tismo de determinad­os territorio­s, o el nacionalis­mo rancio de los estados-nación, sólo responde a intereses creados de unos pocos que lo promueven y lo respaldan. Basar el nacionalis­mo independen­tista en un pilar cultural diferencia­do es actualment­e una estafa de malos jugadores que se hacen trampas al solitario y que utilizan métodos de adoctrinam­iento propios de los grupos religiosos en un momento histórico en el que la globalizac­ión por las nuevas tecnología­s es la clave para lograr un futuro de bienestar sostenible que será transnacio­nal, sí o sí.

Buenismo es también defender como ejercicio de libertad personal que las mujeres de cultura árabe y creencias mahometana­s vayan cubiertas, como mínimo, cuando no perdidas en el interior de un burka o prenda similar. Al igual que no se me permite luchar en sus países contra la discrimina­ción de la mujer bajo pretexto cultural, como tampoco contra las condenas a los homosexual­es a penas de cárcel, cuando no de muerte, en el país que me ha tocado vivir y por el que junto con otros muchos hemos luchado por la libertad para todos y todas, sin que pueda prevalecer “discrimina­ción alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstan­cia personal o social”, es un errático ejercicio de buenismo permitir que las mujeres aparezcan en público con la cara cubierta y caminando a varios pasos de sus maridos; esto es discrimina­ción por sexo y humillació­n y vejación a las personas, que no un ejercicio práctico de libertad, se explique como se quiera justificar.

Cambiar las normas es sólo una acción de consenso y tolerancia política, pero adaptar la idiosincra­sia de las personas requiere tiempo y mucha lucidez para que la igualdad ante la ley no quede en papel mojado más pronto que tarde y la equidad se resista en la práctica. En política, hay que ser sólidos y huir de los buenismos líquidos que tarde o temprano terminan por crear el rechazo pendular por parte de algunos grupos sociales debidament­e alentados por grupos totalitari­os.

Basar el nacionalis­mo independen­tista en un pilar cultural diferencia­do es actualment­e una estafa de malos jugadores que se hacen trampas al solitario

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ROSELL
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EMILIO A. DÍAZ BERENGUER

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