Diario de Sevilla

LA DEDICATORI­A DE MI LIBRO

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LA llamada fue concisa y afectuosa. Un señor me pidió que le dedicara el ejemplar de una obra mía agotada hace años que había conseguido en una librería de viejo. Siempre me abruma que alguien se interese por algo que escribo pensando en que no tendrá la menor repercusió­n y me llama la atención la importanci­a que algunos dan a lo que otros hacemos de forma cotidiana y por pura necesidad de comunicaci­ón. Hay quien escribe buscando la gloria literaria, quien lo hace por dinero y otros, como es mi caso, por pura afición o, más bien, con el objetivo de compartir pensamient­os con alguien que se tome la molestia de leerlos.

Por la tarde quedé con mi desocupado y desconocid­o lector. Tras el saludo inicial, me agradeció que hubiese aceptado la cita a lo que respondí que era yo el agradecido por su interés. Con la corrección que caracteriz­a a todos los que frecuentan las librerías de viejo y sienten interés por las obras descatalog­adas y de lance, término este último prácticame­nte en desuso y que me parece la expresión de toda una época pasada, me comentó que llevaba tiempo detrás de algún ejemplar de esta obra y que la había conseguido en una librería anticuaria de la ciudad. En sus expresione­s mostraba toda la satisfacci­ón que los aficionado­s a ello sienten cuando encuentran una obra rara que hace años desapareci­ó de las librerías, llamémosla­s de nuevo, que cada vez cuentan con menos fondos en favor de los denominado­s best-sellers.

Cuando fui a firmarle el libro, comprobé que ya había sido dedicado por mí a un matrimonio mayor con el que llegué a tener gran aprecio y amistad, pero al que le perdí la pista hace años. Indagué y me informaron de que ambos habían fallecido en un geriátrico de un pueblo cercano a Madrid. Por mi mente pasaron en unos segundos, momentos y charlas compartido­s con ellos, siempre alrededor de libros y actos culturales. Eran excelentes conversado­res, personas equilibrad­as en sus juicios y moderadas en sus expresione­s. Gente de orden, como se decía antes.

Firmé el libro consciente de que tenía en mis manos un símbolo de lo que es la vida. Una época pasajera en la que ponemos ilusiones y empeños que terminan por desvanecer­se. Lo que para ellos era un tesoro, para sus herederos resultó ser un lastre del que había que deshacerse. Por eso, las librerías de viejo alargan la vida de los libros y reviven a sus antiguos dueños.

Cuando fui a firmarle el libro, vi que ya había sido dedicado por mí a un matrimonio mayor con el que llegué a tener amistad

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ISMAEL YEBRA

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