Diario de Sevilla

YA HUELE A LIBROS VIEJOS EN LA PLAZA NUEVA

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COMO es de todos conocido, varias son las señales que anuncian y confirman el otoño en Sevilla. La más temprana es la del humo de los castañeros, que cuando el calor aún aprieta pone un punto de bruma británica en las calles del centro. Sevilla como un Londres subtropica­l con guayaberas y morenas de bandera. Después vienen otras: la luz nítida y naranjosa del atardecer; las bellotas de las encinas de Plaza de Cuba, las que trajo Juan de Aizpuru de Zufre; y, sobre todo, la aparición en la Plaza Nueva de los quioscos de aspecto soviético de la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión, que se inaugura esta noche con el pregón de Luis Alberto de Cuenca, poeta del que le ofrecemos gratis este arranque de soneto un tanto canalla y noctívago: “Sin mujer, sin amigos, sin dinero,/ loco por una loca bailarina,/ me encontraba yo anoche en una esquina/ que se dobla y conduce al matadero.” Si quieren oírlo en directo, estará, a las 20:30, en el regeneraci­onista Círculo Mercantil e Industrial de Sevilla, en la calle de la Sierpes.

El otoño en Sevilla es una maravilla, una tregua en la que la ciudad descansa de sí misma, en la que el clima es benigno sin que las hormonas y las alergias nos destrocen la vida. Una primavera sin pasiones ni arte. Qué más se puede pedir. Y además, cual guinda que colma el pastel, que diría un futbolista, tenemos la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión, con sus quioscos blancos bajo la amenazante grupa del caballo de San Fernando y con su harka de maestros del gremio: Abelardo Linares, Marie Christine del Castillo-Valero, Antonio Castro, Laurence Shand, Antonio Bosch, Daniel Cruz, José Manuel Quesada... Son las jornadas previas a la Inmaculada, antes de que la turba navideña tome las calles y las convierta en intransita­bles, que los centenares de coros de campanille­ros que han proliferad­o en los últimos tiempos impidan el libre deambular de las gentes de orden. Son los verdaderos días del gozo, sobre todo para esa extraña hermandad que adora el ácaro y el papel amarillent­o, que busca febril e insomne periódicos viejos, recortable­s de flechas y pelayos, sórdidas ediciones del Mein Kampf y del Libro Rojo de Mao, Kamasutras polvorient­os, postales de paisajes ya desapareci­dos, libros largamente añorados por una tropa con gabardina (porque estos días la sequía siempre da una tregua)... La nuestra es una Burberry comprada en un suburbio de Londres y el volumen anhelado que esperamos surja deshilacha­do o nuevo de un expositor es La soledad de Alcuneza, de Salvador García de Pruneda. Ya lo tenemos localizado, pero queremos hacernos el encontradi­zo.

El otoño es una primavera sin pasiones ni arte. Qué más se puede pedir. Además, toca Feria del Libro Antiguo

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LUIS SÁNCHEZ-MOLINÍ lmolini@diariodese­villa.es

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