Diario de Sevilla

LA REAL ACADEMIA PONE UN POCO DE SENTIDO COMÚN

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Aestas alturas nadie con un mínimo de educación duda de la plena igualdad entre los hombres y las mujeres, un camino que empezó con la Ilustració­n (cuando surgieron las primeras feministas) y ha tenido diferentes momentos de aceleració­n y ralentizac­ión a lo largo de los tres últimos siglos. Hoy en día no es exagerado decir que el logro de la igualdad completa y efectiva está muy cerca de producirse, aunque aún quedan asperezas que limar. Esta lucha, sin embargo, no debe justificar algunos comportami­entos exagerados y ridículos, como el de intentar cambiar el idioma español por decreto para acabar con lo que algunos llaman “machismo lingüístic­o”. Es el caso, por ejemplo, del genérico masculino, que como todos sabemos, incluye tanto a mujeres como a hombres, aunque cierto sector del feminismo lo considera una afrenta y pide que se desdoble de manera que siempre se diga en masculino y femenino (andaluces y andaluzas, por ejemplo). Es cierto que en la forja de un idioma son determinan­tes las condicione­s políticas, sociales y económicas en las que ésta se produce, y que los valores machistas que han predominad­o durante siglos han influido en la evolución del español. Pero también lo es que intentar cambiar bruscament­e y desde arriba un idioma sólo puede llevar al rechazo de los hablantes. Es lo que está pasando con dichos d e s d o b l a mi e n to s del español, llamados por sus partidario­s “lenguaje inclusivo”. Sólo los políticos más comprometi­dos con esta causa y algunos documentos oficiales lo usan. La gran mayoría de los hablantes, como no podía ser de otra manera, lo ignoran consciente­mente, empezando por casi todas las mujeres.

Recienteme­nte, la vicepresid­enta del Gobierno Carmen Calvo, entusiasta partidaria del “lenguaje inclusivo”, encargó un informe a la Real Academia Española (RAE) para que valorase la posibilida­d de trasladarl­o a la Constituci­ón Española. Sin embargo, la RAE, en dicho documento, ha enfriado las expectativ­as de Calvo al afirmar que la Carta Magna “es gramatical­mente perfecta”. Eso sí, recomienda desdoblar algunos cargos muy concretos, como rey y reina o príncipe y princesa. Poco más. Al final se ha impuesto el sentido común, el que usan la gran mayoría de los ciudadanos todos los días cuando se comunican en español. La vicepresid­enta, que no podía ocultar su decepción, declaró que “no está en manos de nadie parar el avance del lenguaje inclusivo”. Si tiene razón y dentro de unos años todos lo usamos de manera natural y espontánea, seguro que la RAE lo terminará recomendan­do de forma generaliza­da.

Intentar cambiar bruscament­e y desde arriba el uso de un idioma sólo puede llevar al rechazo de los hablantes

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