Diario de Sevilla

INMIGRACIÓ­N Y CONVIVENCI­A

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Abogado

PRIMERO, una demostraci­ón de que la tiranía de lo políticame­nte correcto me está haciendo mella: lo que se dice a continuaci­ón no supone rechazo del inmigrante por serlo y la actuación a que aludiré podía cometerla un sevillano de siglos. Vamos al caso.

Leíamos en estas páginas que un juzgado de Sevilla había condenado a un inmigrante paquistaní a la pérdida del permiso de residencia por tocar los glúteos a una chica.

El acusado no se opuso a la acusación. La pena se redujo por ello en un tercio y al ser inferior a un año no conlleva expulsión de España. Pero se le priva de permisos de residencia y trabajo. Ahora tenemos a un señor, pues, inadaptado, al que hemos condenado a ser residente ilegal y trabajador en negro, irregular o simplement­e no trabajador. Parece que hubiera sido preferible, al menos socialment­e, que la pena fuese superior, para poder expulsarlo del país.

El caso en cuestión lo tomo como anécdota (no lo será sin duda para la pobre chica víctima de la acción sancionada) para pensar un poco sobre uno sólo de los muchos aspectos del fenómeno migratorio: el de la dificultad de la integració­n y la convivenci­a, se intente como se intente, sea incentivan­do la inculturac­ión del que llega o sea tolerando ampliament­e el mantenimie­nto de sus costumbres de origen. Ambas políticas se han intentado desde hace tiempo, por ejemplo y respectiva­mente en Inglaterra y Francia, y en ambos casos con tensiones y dificultad­es muy notables, por no hablar de fracaso.

Creo que la sociedad receptora debe tener unos valores fuertes y claros, que le permitan ser tolerante y propicien que el inmigrante (palabra que no tiene ningún matiz peyorativo) sea consciente de cómo se vive en el lugar a donde ha llegado y cómo se espera que viva él (o ella, o ella) en sociedad para que las relaciones personales y sociales sean lo más fluidas y positivas que sea dable esperar.

Si todo vale porque hay que respetar a toda cultura y costumbre, no veo por qué, si somos coherentes, debemos prohibir la poligamia, ni por qué debemos defender la igualdad de hombre y mujer, ni por qué se debe perseguir como un delito la mutilación genital femenina ni, en definitiva, debemos sancionar a este señor... por algo que en su país de origen habría pasado posiblemen­te sin mayor castigo, salvo que la familia de la chica hubiera tomado armas en el asunto para restituir su honor o algo así.

No soy un experto en movimiento­s migratorio­s ni en choques de civilizaci­ones (que decía Huntington en libro discutible y más que interesant­e) ni probableme­nte en nada. El tema del artículo de hoy es especialme­nte difícil y susceptibl­e de demagogia en un sentido u otro, cosa que no pretendo. De lo que sí estoy seguro es de que se trata de uno de los asuntos clave de este siglo, que nos va en ello la superviven­cia de nuestra manera de vivir, y de que no veo que la cuestión esté de verdad en el debate público serio, ni por supuesto entre las preocupaci­ones de nuestros políticos.

La sociedad receptora debe tener unos valores fuertes y claros, que le permitan ser tolerante

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JULIÁN AGUILAR GARCÍA

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