Diario de Sevilla

EXTRAÑA TIRANÍA

- CHARO RAMOS

SE ha vuelto frecuente en Sevilla que nos pidan rellenar encuestas y valoracion­es de satisfacci­ón de cualquier servicio, sobre todo privado, que contratemo­s o al que nos hayamos suscrito. De todas las consultas que de este tipo proliferan, una de las más generaliza­das es la que popularmen­te se conoce como “encuesta de las caritas” y que podemos encontrar, por ejemplo, en varios departamen­tos de El Corte Inglés.

Cualquier respuesta singular que uno dé a una indagación de este tipo, aun haciendo gala de toda su bonhomía, podrá ser usada en contra. Todavía recuerdo el día aciago en que en vez de valorar con un 5, la máxima puntuación, di un 4 a la actuación del taller de reparacion­es donde mi viejo Volkswagen Polo afrontó su revisión anual cuando arreciaba la polémica por algunos modelos contaminan­tes que la fábrica alemana había retirado de la circulació­n. Un operario me telefoneó angustiado advirtiénd­ome que si bajaba un punto mi satisfacci­ón con la firma peligraría su puesto de trabajo. De nada sirvió que yo intentara explicarle que la aminoració­n en la nota del servicio pretendía reflejar la insuficien­te informació­n que la multinacio­nal había aportado a los clientes sobre su crisis. En caso de peligro siempre es mejor comunicar que callar, le dije. El pobre mecánico insistió en que no había lugar en la encuesta para integrar esos matices y que básicament­e hiciera el favor de aceptar que volvieran a llamarme para darle la máxima nota a la reparación realizada.

Pienso mucho en aquel hombre, en su nerviosism­o al otro lado del teléfono, cuando al visitar mi parafamarc­ia de referencia para comprar pasta de dientes me piden que rellene las caritas. Nunca penalizo a ningún empleado con la cara roja de enfado pero a veces me gustaría poder tener margen para expresar que no le veo ningún sentido a que los asalariado­s tengan que ser permanente­mente simpáticos, parlanchin­es o diligentes en demasía.

Si a la falta de horas de descanso y de sosiego, a los horarios extenuante­s del trabajador por cuenta ajena y a la sobreexplo­tación del trabajador autónomo le sumamos ahora la presión capitalist­a de ser siempre proactivos y dinámicos, más sonrientes que el más alegre de los emoticonos, abriremos la veda a la depresión o la cólera, males ambos que la sociedad digital está exacerband­o como ninguna según nos explica la filósofa holandesa Joke J. Hermsen en su último libro, La melancolía en tiempos de incertidum­bre, editado por Siruela. Por favor, déjennos ser taciturnos, tímidos e incluso aburridos alguna vez. Porque la extraversi­ón está sobrevalor­ada y no aporta en sí misma valor alguno, ni siquiera en términos de liderazgo. Y un cliente satisfecho es siempre aquel que vuelve.

Dejen a los empleados ser taciturnos; la extraversi­ón está sobrevalor­ada y no aporta valor ni al liderazgo

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chramos@diariodese­villa.es

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