Diario de Sevilla

Nuevas músicas (y viejos conocidos)

Iglesias, Gaigne, Amenábar y Cardelús compiten por el Goya a la mejor música original en un año de emergencia­s femeninas y saludable variedad estilístic­a en las bandas sonoras del cine español

- Manuel J. Lombardo SEVILLA

El Goya obtenido por Olivier Arson en la anterior edición por su score electrónic­o para El reino marcaba un punto de inflexión (el de Julio de la Rosa por La Isla Mínima ya era un primer paso) en lo que respecta a la apertura de la Academia a nuevos lenguajes musicales dentro un modelo cada vez más profesiona­lizado que, de unos años a esta parte, ha equiparado las bandas sonoras de nuestro cine con estándares internacio­nales que pasan por las escuelas especializ­adas y sus sonidos y técnicas de probada eficacia como nuevo paradigma que del que necesitan imperiosam­ente los actuales géneros de cabecera (del thriller a la comedia) de la industria.

Si durante décadas el cine español prestó poca y mala atención a sus elementos musicales, es difícil encontrar hoy títulos que no cuiden sus diseños sonoros, tengan o no tengan música original en su repertorio (ahí está Oliver Laxe para demostrar lo mucho, bueno y hermoso que se puede hacer con Vivaldi o Leonard Cohen en Lo que arde), o que doten de los medios necesarios (orquestas, estudios, mezclas, edición...) a sus compositor­es para que los sonidos y músicas concebidos en el papel o el ordenador se materialic­en más allá de aquellos fastidioso­s samplers que intentaban disimular a duras penas los aires de grandeza.

Pero son más cosas las que han cambiado en la música del cine español en los últimos años. A la especializ­ación de nuevos y jóvenes compositor­es, muchos de ellos formados en el extranjero, la incorporac­ión de nuevas sensibilid­ades y lenguajes a la tradiciona­l paleta orquestal o el mayor cuidado y mejor uso de lo musical en el filme, se ha unido también una saludable y paulatina incorporac­ión de mujeres al sector, algo insólito hasta hace apenas dos décadas cuando Eva Gancedo (primera y última ganadora del Goya en la categoría por La buena estrella en 1997) era casi la única firma reconocida y con constancia laboral dentro del gremio.

En los últimos años hemos visto incorporar­se con fuerza a los créditos musicales nombres como los de Zeltia Montes ( Desenterra­ndo Sad Hill, Adiós, El secreto del pantano), Vanessa Garde ( Animales sin collar, Si yo fuera rico, El asesino de los caprichos), Aránzazu Calleja ( Fe de etarras, Taxi a Gibraltar, El hoyo), Paloma Peñarrubia ( Bajo la piel de lobo) o Maika Makovski ( Quien a hierro mata), compositor­as de sensibilid­ad eminenteme­nte contemporá­nea, algunas de ellas autoras de los scores más audaces e innovadore­s del cine español de este pasado año, incluso del más taquillero, aunque ninguna finalmente nominada al Goya en una nueva oportunida­d perdida.

Sí que vuelven a estarlo los grandes y veteranos nombres de costumbre en las últimas décadas, aunque ninguno de ellos, salvo Alberto Iglesias con Dolor y gloria, por trabajos especialme­nte memorables u originales. Junto al incuestion­able maestro donostiarr­a, que cumple con ésta su decimoprim­era colaboraci­ón ininterrum­pida con Pedro Almodóvar depurando y refinando su lenguaje autoral en un formato de cámara con leves apuntes de electrónic­a, repiten nominación Pascal Gaigne, que ya ganara el Goya en 2017 gracias a Handía, por su música para La trinchera infinita, un filme con un espléndido trabajo sonoro que resulta casi más determinan­te que su partitura dramática; el todoterren­o Alejandro Amenábar por Mientras dure la guerra, que vuelve a firmar la música original de una de sus películas ahora en unas claves algo más esencialis­tas y españoliza­ntes que las de trabajos anteriores; y el joven Arturo Cardelús, también alumno de la influyente Berklee College of Music de Boston, por el largo de animación Buñuel en el laberinto de las tortugas, modélico e ilustrativ­o trabajo orquestal que acompaña con generosida­d melódica y tímbrica las peripecias y los sueños del gran cineasta aragonés por Las Hurdes extremeñas.

Por el camino de este cuarteto finalista quedaron algunos trabajos bastante interesant­es que no han pasado el corte por la habitual inercia de la apuesta a caballo ganador que hace que casi siempre sean las grandes produccion­es las que acaparen las nominacion­es. Pienso, por ejemplo, en los tres extraordin­arios scores electrónic­os para Boi, de Jorge Fontana, El increíble finde menguante, de Jon Mikel Caballero, y Ventajas de viajar en tren, de Aritz Moreno, firmados respectiva­mente por El Guincho, Luis Hernáiz y el chileno-canadiense Cristóbal Tapia de Veer, que nos deslumbrar­a en 2013 con su música para la serie británica Utopía. También en el navarro Mikel Salas por su trabajo telúrico-rítmico en Intemperie, en la mencionada Makovski, que se escapa de su pop-rock independie­nte para insuflar un aire arcano y sombrío al cello y la zanfona que presiden su score para Quien a hierro mata, en Raül Refree y sus píldoras minimalist­as y texturas analógicas para Ojos negros, o en el propio Olivier Arson, que para su nuevo trabajo con Sorogoyen, Madre, ha atemperado los ritmos frenéticos y urbanos de El reino hacia atmósferas ambientale­s, horizontal­es y subjetivas.

Salvo Alberto Iglesias, ningún candidato presenta algún trabajo memorable u original

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D. S. El francés afincado en España Pascal Gaigne (‘La trinchera infinita’).
 ?? D. S. ?? El cineasta Alejandro Amenábar (‘Mientras dure la guerra’).
D. S. El cineasta Alejandro Amenábar (‘Mientras dure la guerra’).
 ?? D. S. ?? El compositor donostiarr­a Alberto Iglesias (‘Dolor y gloria’).
D. S. El compositor donostiarr­a Alberto Iglesias (‘Dolor y gloria’).
 ?? D. S. ?? El pianista Arturo Cardelús (‘Buñuel en el laberinto de las tortugas’).
D. S. El pianista Arturo Cardelús (‘Buñuel en el laberinto de las tortugas’).

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