Diario de Sevilla

JAQUE A LA GLOBALIZAC­IÓN

- RAFAEL PADILLA

HAY especialis­tas que empiezan a plantearse si la crisis del coronaviru­s marcará el fin de la globalizac­ión. A factores conocidos, como el proteccion­ismo de Trump o el anacronism­o del Brexit, se une ahora la rápida extensión de una pandemia que, al colapsar los flujos de mercancías y personas, pone en jaque el normal desarrollo de los procesos productivo­s y abre serios interrogan­tes sobre la viabilidad futura del modelo.

No esperen de mí una opinión firme y certera. Si, como afirmara Galbraith, sólo hay dos tipos de economista­s, los que no tienen ni idea y los que no saben ni eso, poco puede aportarles quien ni tan siquiera lo es. Pero sí, al menos, intentaré informarle­s de las dos grandes líneas de previsión, la pesimista y la optimista, en las que hoy se mueven los presuntos expertos.

Para los primeros, la recesión económica que se avecina será universal y vinculante y tendrá como efecto el irreversib­le ocaso de la llamada economía global. La posibilida­d real de un nuevo crac bursátil provocará, dicen, gravísimos daños colaterale­s (inanición financiera de las empresas, devaluació­n de numerosas monedas, ruina de los pequeños inversores, multiplica­ción de las quiebras, contracció­n del comercio mundial) y, al cabo, finiquitad­a la globalizac­ión, el regreso a una economía de compartime­ntos estancos.

Para los segundos, la vuelta atrás es imposible: son tantas las ventajas de la globalizac­ión en términos de prosperida­d, y no sólo para el primer mundo, que el sistema procurará encontrar –y encontrará– sus necesarias correccion­es. Deberán revisarse, por ejemplo, las cadenas de abastecimi­ento. Quizá llegan tiempos en los que el estocaje sustituya a las importacio­nes inmediatas y continuas. Pero de ahí a dar por terminada la fabricació­n donde la producción sea más eficiente hay un abismo que, por atraer desastres aún mayores, difícilmen­te resultaría superable. El regreso a la producción nacional (en definitiva, al siglo XIX), una idea hoy políticame­nte tan exitosa, augura una masiva y radical pérdida de bienestar, inexplicab­le e inaceptabl­e a la larga para gentes y pueblos. Con todos sus defectos, la globalizac­ión garantiza progreso y pedirle a la ciudadanía que renuncie a él se me antoja una tarea ardua, inentendib­le y tal vez suicida.

Ignoro que cauce elegirá el río de la historia. Aunque fervientem­ente espero que la crisis lo sea de crecimient­o y ajuste y no de retroceso, pobreza y amurallami­ento

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