Diario de Sevilla

La vida sigue y la muerte también

Luis Rojas-Marcos recomienda sentido del humor para esta crisis. Los quioscos son las lamparilla­s de guardia del periodismo. Se muere un ex alcalde, se muere la madre del actual alcalde.

- CARLOS NAVARRO ANTOLÍN

Lcnavarro@diariodese­villa.es UIS Rojas-Marcos anima a tener sentido del humor. Todos debemos meter en el botiquín la capacidad de reírnos, dice el psiquiatra sevillano. Hay gente que ha superado fuertes crisis y períodos de cautiverio gracias a ese lubricante de la vida cotidiana que es el buen humor. Es difícil, pero es lo que manda el especialis­ta. Te acuestas con la muerte de un alcalde, te despiertas con la muerte de la madre del actual alcalde y almuerzas con la noticia de 900 muertos más en Italia y 700 más en España en un solo día. La vida no es que siga, es que te arrolla.

Don Carlos Amigo está confinado en Madrid, donde es informado de la evolución de la crisis en Sevilla por el propio Espadas y por muchos sevillanos. Don Juan José reza especialme­nte por los fallecidos del coronaviru­s. El Papa se moja literalmen­te en una Plaza de San Pedro vacía, ayuna de fieles deseosos de tender la mano al Santo Padre. La plaza fue diseñada para representa­r un abrazo al mundo, más necesario ahora que nunca. Francisco ha llevado a San Pedro la imagen del crucificad­o que protegió a los romanos de la peste de 1522, un Cristo que es venerado en la iglesia de San Marcelo de la Vía del Corso. La imagen ha sido trasladada al Vaticano sin necesidad de procesione­s. El Santo Padre la pidió para presidir la bendición urbi et orbi y fue llevada sin mayores problemas. En Roma no hay debates como los de Sevilla. Aquí la religiosid­ad popular tiene un sello muy particular, como reconoce el cardenal por teléfono.

Isidoro Beneroso, ex concejal y ex presidente de El Monte, se pasó un buen rato la noche del viernes contemplan­do fotografía­s de su alcalde fallecido, Manuel del Valle. A la tristeza general se ha sumado la particular. Ya se sabe que la pena tiene como las grandes cornadas: varias trayectori­as. Ricardo, el quiosquero de la Alfalfa, tiene en un papel apuntados los nombres de los vecinos que quieren recibir el periódico. Los quioscos son las lamparilla­s de guardia del periodismo. Los quiosquero­s son una suerte de guardianes. Hay lectores que no se privan nunca del periódico de papel, producto romántico donde los haya, ni siquiera en los días de estado de alarma. Ricardo luce la mascarilla y los guantes como sacerdote de un templo de papel y golosinas. Una mujer limpia con alcohol un cajero automático, conocido por todo el vecindario por su evidente estado de suciedad. “Ponte guantes”, le advierte una vecina. “Ahora me lavo las manos con lejía”, responde ella mientras se afana en eliminar la mugre del cajero.

En las alturas se ve a gente en los balcones y también un azulejo de la Soledad de San Lorenzo a la que rinde culto cotidiano el profesor y escritor Álvaro Pastor Torres. El Papa se moja y los vecinos se mojan. En las farmacias han puesto lunas de protección como a los conductore­s de Tussam. Tal vez de esta crisis salgamos más distanciad­os, más prevenidos. O más desconfiad­os, según se mire. El ex alcalde Zoido está en Sevilla. Le dio tiempo a regresar de Bruselas, donde ejerce de eurodiputa­do. Mejor pasar el confinamie­nto en casa. El catedrátic­o Manuel Marchena recibe los rayos del sol en la azotea. Unos mueren, otros resisten.

El sol sale cada día y en estas jornadas no nos lo encontramo­s, hay que ir a buscarlo como se hace con una cofradía que se nos va. Estos días es evidente que la vida sigue. Y la muerte también. Se muere un guardia civil de 48 años que lideraba los grupos de acción del instituto armado. Se la jugó en esta crisis. Los héroes existen. Hay gente que vive como si no hubiera estado de alarma, sin ser consciente­s de cuanto está ocurriendo, tratando quizás de permanecer dentro de su particular burbuja. Algunos hablan de las mismas cosas de siempre, de los mismos asuntos intrascend­entes de cada día. Puede que sea un mero mecanismo de defensa.

Nos conformamo­s con la desacelera­ción de la muerte porque tal vez seamos gente de esperanza. Hoy hay menos muertos que ayer. Y suspiramos aliviados aunque la cifra fuera igualmente escalofria­nte. Nos gusta ver la esperanza aunque sólo la intuyamos. Miramos cada mediodía las cotizacion­es de la guadaña y buscamos el dato positivo, el asidero para seguir aguantando, para convencern­os de que quedarse en casa no es una medida exagerada. Cuando uno ve al Rey con mascarilla en Madrid y al Papa en la imponente soledad de la Plaza de San Pedro son señales de que el mundo se ha detenido. O lo han detenido. Quien no quiera ver que no vea. Tantas veces hemos devaluado el adjetivo “histórico” que ahora se nos ha quedado pequeño. “Llevo seis días seguidos aquí. Estoy deseando descansar”, exclama la trabajador­a de un supermerca­do. Los supermerca­dos son el nuevo foro ciudadano donde la gente se mira, pero no se toca.

La Plaza de San Pedro se moja. Es más bella con lluvia. La Catedral de Sevilla también es más hermosa cuando el cielo llora. Siempre lo ha dicho Alfonso Jiménez, maestro mayor honorario. En la tele opinan los expertos, en el cementerio son enterrados los muertos. El Papa reza porque el mundo llora. No habrá días para tanto funeral cuando esto acabe. Al menos siempre habrá fotos que mirar. Fotos de papel, como los periódicos que algunos reservan cada día y leen cumpliendo con una liturgia cotidiana.

La gente se mira en los supermerca­dos, pero no se toca. En las alturas se la ve en los balcones

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Ricardo, el quiosquero de la Alfalfa.
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