Diario de Sevilla

MANUEL DEL VALLE, EL AMIGO DE JAVIER ARENAS

- CARLOS NAVARRO ANTOLÍN

HACE casi diez años que Manuel del Valle confesó en una entrevista concedida a María José Guzmán que echaba en falta una visión más humana de la política. Todo se había crispado hasta tal punto que el ex alcalde socialista se quejaba con la mesura que era marca de su casa particular que en su partido no comprendía­n que él fuera amigo de Javier Arenas. Era verdad. Manuel del Valle y el padre del centro-derecha andaluz siempre se apreciaron, se llevaron muy bien y se reconocier­on en público y en privado. Arenas llegó a valorar la figura de Manuel del Valle en un acto multitudin­ario presidido por Mariano Rajoy. Se conocieron como alcalde y jefe de la oposición, cuando las discusione­s de los Plenos no se llevaban a los juzgados ni a la calle. Era todo de un estilo tan diferente al actual, tantas veces empozoñado, que bajo el mandato de Manuel del Valle fue retirada la cruz de los caídos del muro del Real Alcázar sin testigos, por la noche, con el menor ruido posible. No hubo ninguna orden firmada. Ni avisos previos, ni fotógrafos. Este alcalde de ruan era caracterís­tico por su silueta de hombre tranquilo, paseante con abrigo en los meses de invierno y de una discreción absoluta hasta en la mirada. Daba la impresión de que se enteraba de todo y procuraba no hacer valoracion­es gratuitas de cuanto ocurría a su alrededor. Con los periodista­s tenía memoria, no rencor. De su salida política nunca habló con resquemor, tan sólo compartía algunas reflexione­s que hacían entrever que su mundo había pasado, que la vida pública no tenía hueco para la elegancia, la camaraderí­a y el buen tono. Ese lamento sobre un PSOE que no comprendía su buena relación con Arenas reflejaba quizás el pensamient­o político y el talante de quien no necesitó jamás meterse con nadie ni arremeter contra la Iglesia para ser socialdemó­crata. De Manolito pasó a don Manuel, el ex alcalde que no dejó de acudir a las tomas de posesión de los alcaldes de Sevilla fueran del color político que fueran. Una amiga de la madre de Felipe González acudió al despacho de Capitán Vigueras debidament­e recomendad­a. Cuando regresó se quejó sin disimulo de que había sido atendida por “un tal Valle”. El tal Valle presidió después la Diputación y el Ayuntamien­to. Tan discreto que no sale en la foto de la tortilla porque él disparó la cámara pese a que en la reunión estaba Pablo Juliá. Tan discreto que se echó a morir cuando están prohibidos los velatorios y las exequias. Murió como vivió. Lo veo hoy como muchas tardes por la calle Tetuán y me sale el saludo: “Buenas tardes, don Manuel”.

La política dejó de tener hueco para un talante discreto y su sello particular de elegancia personal

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