La crisis del
El virus, como la tarántula de la zarzuela, es un bicho muy malo que no se mata con piedra ni palo. Un virus se mata con antivirales, sí, pero la síntesis de medicamentos eficaces e inocuos no es una tarea fácil. Sin la actividad del sistema inmunitario de cada uno –creada por una infección previa o inducida por una vacuna– y sin un tratamiento farmacológico disponible, la reducción de un virus depende de la adquisición de hábitos, como la asepsia o el enclaustramiento, o de la transmutación de valores remotos, como el uso de la mascarilla.
“Forma parte de la cultura de los pueblos. En esta parte del mundo –China–, por razones variadas, la gente mantiene un comportamiento estricto hacia estas enfermedades: es una disciplina hacia la salud de uno y la del entorno”. Fernando Arenzana, virólogo sevillano y director científico de la fundación del Instituto Pasteur en Shanghái desde 2015, no sólo cree fundamental el empleo de máscaras en situaciones de pandemia sino que ya se agota de explicarlo una y otra vez. “No saldréis del confinamiento sin mascarillas; lo dije en febrero –recuerda Arenzana–, pero entonces ni siquiera se hablaba de mascarillas”.
El médico contesta al teléfono desde Shanghái y, más que responder, expone sus ref lexiones en voz alta. Y no elude la crítica. La conexión telefónica no es buena; se corta. Su tono de voz denota un estupor reciente, quizá también contrariedad, que ha evolucionado a la ironía cuando se trata el asunto de las mascarillas. “Llegaron a decir que eran muy difíciles de poner, dan risa las cosas que se han dicho”. sus anfitriones, pero la mayoría intenta atacar los mecanismos que utiliza el patógeno en el interior de la célula para ir multiplicándose y sobreviviendo, si vale el término para estos organismos casi vivos, casi inertes. Y no es fácil conseguir una molécula que dañe al virus sin dañar la célula que lo acoge.
Ya dije que no se podría salir del confinamiento sin mascarillas, pero de eso nadie hablaba entonces”