Historias de adolescentes en el confinamiento
tuación económica o problemas de convivencia agudizados.
El denominador común de los adolescentes consultados es que han sorteado con estoicismo el inconveniente de no poder salir a la calle ni verse con sus amigos, un grupo esencial en esta etapa de desarrollo. Contra todo pronóstico, la mayor parte de estos menores han aprovechado la reclusión para aprender cosas nuevas, adquirir nuevas habilidades y ayudar más en las tareas del hogar.
En Sevilla Este, Genaro (un pseudónimo), hijo único, buen estudiante y buen lector de 15 años que serán 16 en pocos días, se ha entregado con su grupo de amigos al aprendizaje del esperanto, esa lengua internacional ideada para hacer posible la comunicación entre todos los pueblos, que cuenta con organizaciones de adeptos en todo el mundo y multitud de cursos on line. Para satisfacción de sus padres, ha empezado a colaborar a diario en esas ingratas y repetitivas tareas de la casa que se hacen más llevaderas cuando todos ayudan: lavar los platos, tirar la basura, hacer la cama y ordenar el cuarto.
Lo que peor ha llevado, aparte de la preocupación por la salud de sus familiares más mayores, es la inquietud que le generaban las malas noticias del virus, la incertidumbre sobre cómo continuarían sus estudios y el cambio de ritmo de su jornada, que empieza con deberes a eso de las diez y media. La preocupación le ha causado algunas noches de insomnio. Otro punto negativo del confinamiento ha sido el verse rodeado permanentemente de personas en la casa acostumbrado como estaba a su espacio durante las horas en las que esperaba que sus padres volvieran del trabajo. Su solución: salir a tomar el aire aunque fuera al descansillo del bloque, y moverse un poco escaleras arriba y abajo.
En la Macarena, Clara, de 17 años, buena estudiante y muy familiar, cuenta que el mejor balance del confinamiento ha sido pasar mucho tiempo con todos sus hermanos, incluido el que faltaba de casa al estudiar fuera, y las tar