María del Monte Orodea
pandemia está favoreciendo con el mundo rural, un tirón que muchos agricultores y ganaderos confían en poder aprovechar para dar a sus oficios y a sus negocios el valor que tienen.
La pandemia ha aumentado el consumo de algunos productos claves en todas las crisis, pero hay otros que tienen peor salida. “A los becerros y borregos había que darles de comer, los gastos son los mismos, han ido engordando y algunos en un mes se pasan de peso, tienen difícil salida y hay quienes se han aprovechado comprando a bajo precio”, explica Monte Orodea sorprendida de que la carne de borrego, difícil de colocar en el mercado por la poca costumbre de su consumo, esté teniendo tan buena aceptación. Ella ha optado por quedarse con las hembras para recría y, en general, los ganaderos han recurrido a la venta directa, una actividad que roza la ilegalidad pues para matar hacen falta permisos que no llegan de la noche a la mañana. Sobre todo, entre las mujeres ganaderas hay un espíritu de hermandad que ha facilitado que algunas con licencia para vender se hayan hecho cargo del ganado y productos de otras. “Muchos ganaderos dependemos del turismo porque nuestras carnes van para la hostelería y el cierre nos ha afectado mucho. Algunos se quejan de que se está apoyando mucho al turismo y poco al sector primario, pero la verdad es que ambos nos necesitamos mutuamente”, advierte la ganadera.
Bendara se mantiene con la venta directa y los grupos de consumidores y confía en que empiecen de nuevo a reactivarse los ecomercados. En Sevilla hay cuatro: uno en la Alameda y otro en San Jerónimo y hay otros dos en la provincia, en Bormujos y La Rinconada. “Es muy importante difundir los valores de la ganadería extensiva, el turismo rural ecológico ayuda, y sería clave que hubiera una identificación para que el consumidor aprendiese a leer las etiquetas y a distinguir entra la carne industrial y la ecológica y la local”, explica la ganadera, que alerta de que hay una próxima emergencia que no se puede olvidar: el cambio climático. “El debate global giraba en torno a esa emergencia cuando llegó el Covid-19, ahora son las mascarillas y luego tendremos que adaptarnos a otras, tendremos que ir midiendo los gases de efecto invernadero, lo ecológico no es traer carne de Brasil”, explica la profesora.
Competir con la ganadería industrial es imposible, pero es cierto, y la pandemia lo ha agudizado, que cada vez hay una mayor conciencia social sobre la necesidad de lo ecológico y lo cercano y eso lo notan los pequeños productores que han tenido que reinventarse. Juan Hurtado ya lo hizo una vez. Su empresa es un proyecto que nació en la anterior crisis, en 2008, la del ladrillo, que le hizo cambiar la A de arquitectura por la A de agricultura. Ya tenía una finca con olivos en Alcalá de Guadaíra y quiso probar con el aceite ecológico. Es difícil cuadrar los números, pero el compromiso de este proyectista, dedicado al urbanismo y que ya inició sus pasos en la sostenibilidad en la Expo del 92, es firme. Su bisabuelo, Pedro Lissen, fue pionero en envasar y exportar aceitunas a Estados Unidos y él, tras formarse previamente, se convenció de las bondades de la agricultura ecológica y de la necesidad de apostar por este sector. Hoy, con una década ya de trayectoria, vende su producto en tiendas especializadas, ferias ecológicas y ahora a través de la venta directa, una experiencia a la que ha obligado la crisis, que ha cambiado los hábitos y ha propiciado una relación de afecto con el consumidor nunca vista. Su producto no es lineal y tiene un alto coste de producción.
Su negocio se ayuda con proyectos educativos en colegios, universidades y otras instituciones. “Ahora que lo ecológico parece que está de moda y hace ya un tiempo que las grandes marcas tienen sus líneas bio, hay que caminar hacia otro tipo de consumo de proximidad, más responsable”, explica Hurtado, a quien la pandemia, de momento, ha dejado estampas del Guadaíra menos contaminado.
La Fundación Savia se dedica a defender los derechos del mundo rural. En esta línea, estos días ha reiterado a la Junta de Andalucía, a través de una carta dirigida a su presidente, la necesidad de una estrategia que fortalezca el deseo de vivir en el medio rural. No se trata sólo de frenar el despoblamiento, sino de atender a quienes se quieren quedar en el campo, según explica Francisco Casero. Entre las medidas destacan, entre otras, la creación de un Comisariado de Transición Agroalimentaria, una estrategia de reforzamiento de nuestra ganadería extensiva, más control de la actividad cinegética o ayudas para el sector apícola y, en definitiva, una custodia del territorio.
Lo ecológico y artesanal no suele ser muy rentable. Eso lo sabe bien la ecijana María Miró. Las raíces de esta doctora en Veterinaria están unidas al olivar. Pertenece a la cuarta generación de la familia propietaria de la Recacha de La Lentejuela y el arraigo que sus padres le han inculcado a su cultura rural favoreció un giro en su carrera que la ha convertido en productora de un aceite de oliva que va sumando premios. Su maternidad ayudó a que se decidiese a dejar su trabajo en un laboratorio para dedicarse al campo y apostar por el olivar ecológico. “Mi padre empezó en 2004 y entonces era algo de locos, en 2016 llegó a plantearse dejarlo porque no veía rentabilidad pero entonces decidí trabajar ese valor añadido y ahí seguimos”, explica Miró, convencida de que todo lo aprendido en la pandemia se olvidará en unos meses si no se sigue trabajando en la concienciación y en la divulgación: “El consumidor no distingue entre un aceite virgen o uno ecológico, hay que explicarlo”, comenta mientras opina sobre la reforma de la política agraria, que debería centrarse en la comercialización. Esta empresaria, de entrada, apuesta para que su producto esté en todas las tiendas de su pueblo, bajando los márgenes, con el único beneficio de que el consumidor se identifique con el producto local. No hay mejor receta para hacerse visibles.