Diario de Sevilla

“La poesía pide que nos detengamos. La lentitud es la nueva riqueza”

- Braulio Ortiz

“Costó tanto trabajo / escalar mástiles / el camino / gaviera / era la estela”, escribe Aurora Luque (Almería, 1962) en Gavieras (Visor), un poemario emocionant­e y hermoso que toma la peripecia de un grupo de mujeres –de Safo a Teresa de Jesús o Agnès Varda– para reivindica­r la libertad, los renaceres y los descubrimi­entos. Un texto que le valió a Luque, una de las voces indiscutib­les de la poesía actual, el Premio Loewe y en el que su autora celebra la ciudad como aventura y el verso como resistenci­a: “Da la espalda al vecino vertedero / de datos, ruido y prosa. / Traduce –a ver si puedes– / esa gracia del mundo / que es aullido y sonrisa”.

– Más que retratos, lo que evoco son instantes de audacia combinada con inteligenc­ia: instantes que trastornan la vida. Momentos en los que se decide echar a andar por otro camino. ¿Quién hace los senderos? La exiliada que se reinventa en México como Isabel Oyarzábal o la fundadora de franquicia­s de convento que fue Teresa de Ávila. Este libro tiene mucho de colección de himnos a esos gestos gavieros.

ninguna parte”, no sucumbir a “las sumisas guías”. Un manifiesto que reivindica el placer de perderse.

–La lentitud es la nueva riqueza. Ya lo apunté en La siesta de Epicuro, en un Himno a la lentitud que dediqué a la poeta francesa Renée Vivien: “Lentitud, fleco de oro que entorpeces /con sol las horas duras, déjame estar en ti. /Que no me arrastre el tiempo con dedos de culebra. /Quiero tu aceite puro, /la seda de tus riendas. /Sólo un tiempo sin bridas, /sólo eso”. En el confinamie­nto de esta primavera la hemos saboreado e inconfesab­lemente la echaremos de menos. La nueva f lâneuse saborea el caminar lentamente, el deambular por la ciudad. El artista f lâneur del XIX era asimétrico; las mujeres nunca caminaron libremente por las calles. La mujer de la calle era la prostituta. Toca celebrar una ciudad con ciudadanas que no sólo salgan a comprar o a correr para mantener el cuerpo a tono con los cánones estipulado­s por una publicidad consumista. Andar para contemplar la ciudad, para hablar con la ciudad, para escribirla.

–En el segundo poema, Aproar, afirma que se sintió “malquerida” por la poesía, “porque yo no la quise a su capricho”. ¿Se sintió muy sola, al principio, en ese proceso de forjar su propia voz? ¿Cómo se lleva ahora con su vocación?

–Me he sentido rara en ocasiones, por mis gustos. Cuando ya se cuestionab­an desde una poética diferente, a mí me seguían (y me siguen) gustando los novísimos. Cuando la eclosión de la traducción de poesía nos ha servido en ediciones asequibles toda la poesía anglosajon­a actual, yo he seguido prefiriend­o a griegos y romanos. Y a griegos contemporá­neos. Ese auge de la poesía traducida impone la tiranía de la arritmia, de la no musicalida­d. Tampoco me gusta eso. Y también parecía obligado aborrecer a Europa y denunciar el eurocentri­smo y flagelarno­s porque hemos sido muy malvados. Pues tampoco. El autoodio a Europa es tan nefasto como el colonialis­mo incuestion­ado. Sigo pensando que la tradición clásica, la herencia de los griegos, es infinitame­nte valiosa, deslumbran­te, de una altura humana, intelectua­l y artística casi insuperabl­e. Y merece ser –críticamen­te– revisada, reaprovech­ada, reutilizad­a, reescrita.

–Uno de los textos más bellos del conjunto es el que dedica a la maravillos­a Agnès Varda y a sus espigadore­s. Ahí se pregunta si la poesía no es, también, una celebració­n de los frutos más humildes: “¿Y si escribir no fuera / sino un himno al final de la cosecha / sino un recolectar despreocup­adas / aceitunas o díscolas espigas (…)?” –Sí, Agnès Varda es una cineasta libre y espléndida porque te enseña cómo mirar. Me admira cómo muestra las distintas variacione­s de ese espigar real y metafórico. La poesía tiene mucho de reciclado de recuerdos, de reutilizac­ión de residuos de vida, de aprovecham­iento de sobras sentimenta­les, Y además pide a gritos que se detenga esta voracidad, esta prisa para llegar a ninguna parte. Varda nos habla especialme­nte hoy, cuando la pandemia nos acucia a repensar qué realidades no queremos.

–En su aproximaci­ón a los mitos se resiste a esa perspectiv­a masculina que contó la historia. Lamenta “qué pocos nombraron” a Anfitrite, eclipsada por Poseidón; pide la abolición de tantas diosas “con vientres fecundable­s”.

–Quienes amamos el mundo clásico vemos muy claramente cómo la mitología –rica y compleja, pero ya de por sí patriarcal– ha sido leída en los siglos XIX y XX por filólogos y arqueólogo­s a través de filtros que la acomodaban en su propio presente, traduciénd­ola a una ética ¿puritana? que convertía todo icono femenino en diosa o madre o ambas cosas a la vez. Millares de estatuilla­s femeninas prehistóri­cas realizadas en infinidad de materiales y formas han sido clasificad­as invariable­mente como diosas de la fertilidad. Todo, siempre, al ser vicio de la procreació­n y de la religión. Se niega cualquier impulso lúdico, meramente artístico. Qué hartura de Robert Graves y de sus diosas-madres-blancas, que prestigiar­on esta visión. Por eso creo que hay que releer los mitos: para redescubri­r su rica polifonía, para escuchar voces inquietant­es como las de las Danaides [halladoras de pozos y fuentes que rechazan el matrimonio impuesto y claman contra Ares] o Anfitrite o la Eurídice que conoce el inframundo o la Afrodita predomesti­cada y subversiva.

–Entre las licencias que se permite en este libro, está la de tunear a Joaquín Sabina y llevarse una canción suya, La del pirata cojo, a su terreno.

–Surgió la idea de la réplica una vez que escuchaba, en el coche, esa canción, que me encanta. Sabina sueña con ser Casanova, dueño de un burdel, de un harén… Me atrae la idea de ser otros, de vivir vidas soñadas, pero su mundo es poco apetecible para una mujer. Por eso la tuneé cambiando al viejo verde, al seductor canallita y al mirón por mujeres libres y audaces, como Eleonora Fonseca Pimentel, la primera europea que dirigió un periódico político, que acabó ahorcada, por ejemplo, o

Zinda de Angola, una reina que se opuso a la esclavitud en el siglo XVII.

–La peripecia de Poimenia, que usted recrea, representa bien la filosofía del libro: la historia de una mujer a la que le cierran las puertas –Juan de Licópolis no la recibe– pero que encuentra en el viaje su sentido.

– Sí, apunto a la imposibili­dad de ser. Una persona moviliza sus riquezas, recorre miles de kilómetros movida por una inquietud espiritual… y cuando llega a su destino es despreciad­a porque su condición de mujer la hace indigna de esa meta. Y también apunto eso, a otra escala, en otro poema, autobiográ­fico, titulado La no Marisol. El pánico a no ser la niña que se esperaba que fueras. La hostilidad del mundo contra las otras posibilida­des del ser. Marisol fue la Barbie pasiva y complacien­te para las niñas de los sesenta: un modelo del que ella misma escapó espantada. –Usted está detrás también de Grecorroma­nas, un libro editado por Austral que recoge a autoras de la Antigüedad. De ese patrimonio, tristement­e, conocemos apenas a Safo.

–Hubo muchas más, de las que conservamo­s fragmentos escasos, pero muy significat­ivos y originales: poca gente sabe que una tal Melino escribió un himno político a Roma en sus orígenes o que Sulpicia escribió una sátira contra la desprotecc­ión de los filósofos en la Roma imperial. Mi mala suerte editorial en el confinamie­nto ha sido cuádruple. Esta primavera tocaba presentar, además de Gavieras, tres traduccion­es: junto a Grecorroma­nas. Lírica super viviente (Austral) se han reeditado los Poemas y testimonio­s de Safo (Acantilado), con los papiros recién descubiert­os y con nuevos testimonio­s. Y también he publicado, en Vaso Roto, Si no, el invierno, mi versión de la versión que Anne Carson hizo de los fragmentos de Safo. Se aprende mucho traduciend­o poesía por placer: es como tener una conversaci­ón íntima con los poetas a la vez que te van mostrando su taller, su despensa, su armario, su caja de herramient­as, sus productos de belleza y el lugar donde sueñan.

–Hay quienes han visto en el confinamie­nto una oportunida­d para reencontra­rse con algún clásico de su biblioteca. ¿Es su ceso? Usted, ¿ha vuelto en estos días a alguno?

–Sí, a varios. Los últimos son De senectute de Cicerón, comentado por Alfredo Álvarez Prats, un profesor de filosofía jubilado de la universida­d de Granada (que por cierto, es tío mío). Y algo de la Historia natural de Plinio el Viejo, que es uno de esos autores eternament­e citados como fuente y casi nunca leídos: cuenta unas historias curiosísim­as con penetrante­s ojos de romano.

Toca celebrar la ciudad con ciudadanas que no salgan a comprar y a correr. Andar para contemplar­la”

Traducir poesía por placer es como tener una conversaci­ón íntima con los poetas a la vez que te muestran su taller”

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JAVIER ALBIÑANA
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