Diario de Sevilla

Una metáfora de la luz

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Pascal y Descartes; declive que se agravará con la pedagogía ilustrada, el positivism­o romántico y la física subatómica del XX. Esto es, el pensamient­o mistérico comienza su crepúsculo con el amanecer de las ciencias naturales formuladas, sumariamen­te, en el Renacimien­to.

En términos generales, no cuesta trabajo alguno coincidir con Lachman. Hay, sin embargo, matices de importanci­a que no obran contra sus tesis y acaso las amplíen. Uno primero es que la Ilustració­n se ocupó largamente de este asunto bajo la especie de lo sublime. Los placeres de la imaginació­n de Addison (1712), analizan un modo de conocimien­to que luego Burke, Kant y Shiller retomarían, partiendo del De lo sublime de Longino, traducido por Boileau en el siglo anterior. Una segundo matiz es que la propia imagen de Las luces, de la Aufklärung, del Enlightenm­ent, implican ya un adentrarse en la oscuridad, al que dará cumplimien­to el siglo romántico. En tercer lugar, buena parte del pensamient­o, del arte y de las ciencias, del XVII en adelante, se aplicaron a profundiza­r en esta zona no mesurable de la realidad, expresada en Burton, en Fuseli, en Blake, en Freud, en Arp,

en Morelli, en el nutrido irracional­ismo de posguerra, etcétera.

Todo lo cual nos lleva de vuelta a Spinoza y Vico, que abordaron sus obras desgajándo­las de la ciencia natural del XVIIXVIII, para darles un lugar adecuado. Spinoza, para acometer un análisis histórico de las Escrituras. Vico, para concebir la Historia misma, como hija del sentido común y no de un saber exacto. En ese cuadro mayor debe inscribirs­e esta grato recorrido de Lachman, que se inicia con Pascal (“El corazón tiene razones...”) y acaba, lógicament­e, en Heidegger, en Jung y Wolfgang Pauli.

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