Diario de Sevilla

BANDERITA NO ERES ROJA

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QUIEN avisa no es traidor, y yo aquí hace poco advertía a la izquierda que estaba dejando escapar la bandera nacional. Para animarlos a cogerla, puse un título motivador y hasta con musiquilla: “Banderita, tú eres roja”. Ni caso, por supuesto; y ahora se quejan de que la bandera oficial es patrimonio de la derecha. Lo sería, si lo es, por prescripci­ón adquisitiv­a. La izquierda no hace uso de su legítima propiedad (en proindivis­o).

Están a tiempo, como hacía hace nada el mismísimo Sánchez, que dio un mitin con una inmensa rojigualda de fondo y plantó a España en sus carteles electorale­s. Algunos lo están intentando ahora un poquito en Twitter. Mi consejo es que sigan, que les conviene, porque también es suya y gobiernan y el Estado no puede estar de espaldas a la nación ni en contra. Pero, ¿la veremos ondear en sus actos y manifestac­iones?

No quiero imponerles nada. Si consideran, como dicen, que la bandera –aquella cuyo amarillo es sol que abrió el camino al Nuevo Mundo, y cuyo rojo es la sangre de tantos caídos, incluyendo a los del coronaviru­s– ya no representa a todos los españoles; pues que propongan otra. ¿Les molaría volver el Aspa de Bor

¿Qué fue antes, la desafecció­n por la bandera de la izquierda o su identifica­ción con la derecha?

goña? Fue nuestra bandera los siglos más dorados y tiene un pedigrí europeo que ya quisieran en Bruselas, además de aires ultramarin­os. Sigue siendo una de mis dos banderas, así que yo no tendría inconvenie­nte en que pasase a ser la oficial. Conservarí­a la amarilla y roja en el alma, donde hoy tremola el aspa. El orden de las oficialida­des no altera el producto.

Me da que tampoco les va a gustar. Y me pregunto: ¿cuál? Tenía razón Romeo aquella noche de luna en cierto balcón: lo importante es la cosa representa­da por el nombre o el símbolo. Si a la rosa se le podría cambiar el nombre, y seguiría siendo bellísima, ¿por qué no a España, la bandera? Pongamos (y es mucho poner, lo sé, pero pongamos) que les dejamos estrenar bandera. La que quieran. Y ponen una inédita de colores fluorescen­tes. Vale. Esa bandera psicodélic­a empezaría a representa­r a todos nuestros compatriot­as muertos, vivos y por nacer, a esta tierra, sus paisajes, su historia, su identidad… y terminaría­mos ondeándola –emocionado­s, fieles, comprometi­dos– los mismos; y volverían a protestar –asociarse con ERC, con el PNV, con Bildu los sensibiliz­a mucho– los mismos. Al final no es la bandera, sino el amor a España, como el de Romeo a (Capuleto o no) Julieta.

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ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ @EGMaiquez

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