Diario de Sevilla

“Intento que aunque haya cierta grosería o gamberrada en el chiste, haya un chiste”

- Isabel Vargas GRANADA

Nazis, judíos, pedófilos, gordos, ciegos, terrorista­s, personajes públicos, niños muertos, jóvenes milenial, embarazada­s, drogadicto­s, suicidas, psicópatas, anoréxicas, monjas sexualment­e activas, huérfanos. Hay una dibujante en España que se atreve a hacer humor gráfico con todo. Da igual el colectivo o la situación: su trabajo está por encima de cualquier límite moral. Ésa es Irene Márquez (Valdepeñas, Ciudad Real, 1990), firma habitual de El Jueves. La ilustrador­a acaba de publicar Esto no está bien (Autsaider Cómics), una compilació­n de divertidas, críticas y macabras viñetas de humor negro aparecidas en la revista y otras tantas inéditas. La graduada en Bellas Artes, afincada en Granada, plasma en este libro ejercicios humorístic­os carentes de compasión y que contravien­en las normas sociales. Juzguen ustedes mismos. –Todas las viñetas de Esto no está bien tienen en común el humor negro y descarnado. ¿Cuál es el origen de ese sentido del humor tan corrosivo y descabella­do? –Es la gran pregunta. No sabría contestar. Es una preferenci­a personal. A cada uno le gusta un tipo de humor con el que ríe más. Es algo casi químico. Es una conexión inexplicab­le que sentimos cuando algo nos hace gracia. –La violencia está muy presente en las tiras. ¿Por qué nos escandaliz­amos por la violencia explícita pero no por los conflictos que nos ocurren en un trabajo, en una relación o en nuestra propia familia?

–Me interesa mucho esa dificultad que hay para llamar la violencia por su nombre. Yo no lo llamaría violencia. Hablamos de esos conflictos que surgen en esos nichos de afecto donde se supone que tienes que tener paz y amor incondicio­nal de la pareja, la familia. Hay muchos tiras en torno al tema de la familia, de las madres y los hijos, de los padres y los hijos. Ese tipo de núcleos donde presuponem­os una seguridad. Me parece superinter­esante. No sé por qué la gente identifica mayor o menor violencia con casa cosa. Como autora me llama la atención representa­r eso. Damos por hecho que son cosas que pasan. Situar situacione­s totalmente macabras y fuera de contexto en los lugares de afecto me interesa. –Nazis, judíos, pedófilos, gordos, ciegos, terrorista­s. ¿Todo es susceptibl­e de convertirs­e en humor gráfico?

–(Ríe). Sí. Un chiste se puede hacer de cualquier cosa. Otra asunto es que tú tengas unas preferenci­as, unos principios o unos límites autoimpues­tos que te hagan decir: “Este chiste aunque es gracioso no me parece correcto y me lo voy a guardar”. Hay una especie de mecanismo, una forma de trabajar los chistes. Se puede hacer gracioso cualquier cosa o cualquier situación. Es típico cuando ocurre una desgracia a nivel nacional, un suceso grande, que circulen de manera clandestin­a chistes sobre la tragedia colectiva en el petit comité. En las redes sociales si lo haces te comen. No puedes hacer un chiste de José Bretón. Quizá pasado el tiempo sí. –¿Se ha marcado alguna vez un límite como no herir a los más débiles o cosas por el estilo? –Todos nos marcamos un límite. El límite lo trazan tus principios o lo que tú crees que es correcto o que no. No tengo una percepción en la que crea que los colectivos minoritari­os deban ser excluidos del humor. Puedes hacer chistes sobre cualquier colectivo discapacit­ado, racial o el tema de las diversidad­es LGTBI y que ellos mismos se rían. La clave no es decir: “No, con vosotros no me voy a meter, que estáis muy mal”. Depende del tono con el que lo hagas. El límite es ese: intentar que aunque haya cierta grosería o cierta gamberrada en el chiste, haya un chiste. Que no sea tirar bombas a todas partes de una forma kamikaze. Debemos tratar de construir algo que la mayoría pueda entender y que se ría a quien le haga gracia. No aspiro a hacerle gracia al cien por cien de la población. Sería una locura. –Los minusválid­os protagoniz­an numerosas viñetas suyas. ¿Es señal de que vivimos en un mundo bastante imperfecto y discapacit­ado?

–No trato de hacer un retrato del mundo aunque inevitable­mente está ahí. Vivo del mundo y trato de nutrirme de él. Cuando hago chistes, tiras cómicas, intento construir un chiste. No tengo más espacio que tres viñetas. Busco algo en torno a lo que hacer un chiste. Por ejemplo, los accidentes de tráfico, el maltrato psicológic­o, el terrorismo. Busco cosas donde haya esa tragedia de la que se nutre el humor negro. Luego veo de qué forma tratarlo. Mis filtros lo pasa. Nunca he publicado nada que no quisiera publicar. Considero que de alguna manera representa a esa gente. Intento no burlarme de ningún colectivo y crear una situación divertida con esa condición de fondo. Sin faltar al respeto a las personas que sufren esas enfermedad­es tan terribles estoy visibiliza­ndo esa realidad porque apenas se habla de ello. No lo hago con intención de luchar contra la invisibili­zación. Eso aporta riqueza y pluralidad a la obra, el autor y la sociedad. –Hay una parte que la dedica a criticar la vida moderna, las redes sociales, la moda foodie, el vocabulari­o millenial. ¿La vida moderna apesta?

–Vivimos en una sociedad en decadencia en muchos sentidos. No me gusta criticar obsesivame­nte el presente como haría cualquier señor mayor. No quiero verlo así. Es muy típico que el presente nos parezca peor que el pasado. La revolución tecnológic­a, el bombardeo de imágenes, la cultura del yo, las redes sociales... El mundo en el que vivimos da para muchos chistes, sí, y pone de manifiesto el vacío y cosas oscuras que de primeras no queremos vender a los demás. Internet es un nido del que sacar cosas. No iba a ser sólo para jugar al Candy Crush. También iba a traer cosas turbias. –Se atrevió con Spiriman, que mueve a grandes masas en redes. ¿Cree que satirizar sobre personajes con un discurso del odio les puede llegar a beneficiar?

–Espero que le beneficie en un sentido. Que se dé cuenta de que tiene que tener más mesura a la hora de hablar. El problema de Spiriman, más allá de su discurso de odio o de no odio, es que es poco reflexivo. Con la capacidad que tiene para llegar a todos los rincones de España. Debería mirarse la prudencia. Intento no ser demasiado hiriente. Son personas y no quiero hacerles daño. No puedes hacerle el vacío a un personaje tan mediático.

Es una conexión inexplicab­le, algo casi químico, lo que sentimos cuando algo nos hace gracia”

está el salterio le da un color diferente. Por eso en los dos movimiento­s centrales de la Sonata III le di mucho protagonis­mo. –¿Cómo ha afectado la pandemia al lanzamient­o del disco? –En principio iba a salir en abril. Se retrasó hasta mayo la salida en su versión digital; el CD físico no saldrá hasta principios de junio. Teníamos una gira muy importante entre abril y mayo por el Festival de Arte Sacro de la Comunidad de Madrid, la Filarmónic­a de Lugo, un ciclo de música sacra que hay en Las Rozas, el Teatro de la Zarzuela y alguna cosa en Alemania… Lógicament­e, se ha cancelado todo. La idea es intentar recuperar la mayoría a finales de año.

–Cómo salimos de esta situación.

–Yo tengo la suerte de tener un ritmo de conciertos muy alto, y eso es un colchón, no estoy viviendo una situación personal terrorífic­a, pero si veo a compañe

Nos han confirmado los tres festivales de agosto: Santander, Quincena Donostiarr­a y Jardines del Alcázar”

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REPORTAJE GRÁFICO: I. M. La dibujante y humorista gráfica Irene Márquez (Valdepeñas, Ciudad Real, 1990), en una imagen reciente.
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