Diario de Sevilla

Las ratas están nerviosas

Esta semana han aparecido roedores junto a la Catedral y en los árboles de Felipe II, son una perfecta metáfora de la situación de una ciudad con roedores de todo tipo: hasta de dos patas

- CARLOS NAVARRO ANTOLÍN cnavarro@diariodese­villa.es

ESTOS días de luz clara en que la ciudad se deja querer, se despierta con parsimonia de domingo por la mañana y maquilla su estado anímico con un cielo azul claro, no sólo se disfruta con una manada de patos por la Puerta de Jerez o un paseo de pavos reales por la Plaza de la Contrataci­ón o la calle Fabiola. Sevilla engaña, siempre lo hace. Miras hacia arriba y admiras la Giralda al mismo tiempo que te invade el olor a las cacas de caballo. Dos en uno. Las dos caras de la ciudad en un solo instante. Si exaltas sólo la primera, te embadurna el almíbar. Si te quedas sólo con la de las heces, te carcome el pesimismo. Si tratas de compaginar las dos te vuelves directamen­te majara.

En Sevilla hay pregón del caracol pero nadie exalta a las ratas, tan unidas a nuestra historia

Los pavos pasean, sí. No hay turistas en el Alcázar que les dejen las migajas de los bollos de la cafetería. Los patos no tienen socios del Mercantil de los que mendigar mendrugos. La naturaleza recupera terreno urbano en tiempos de pandemia. Pero la naturaleza no es siempre bella. Esta semana han reaparecid­o con fuerza las ratas, esos animales que simbolizan la peste que se llevó por delante a Cervantes, para muchos el tío de la calle por la que pasa la Lanzada.

La rata es un animal muy sevillano. Casi nadie escribe de las ratas, cuando en Sevilla hay miles. El pasado lunes pareció una rata muerta en la Avenida de la Constituci­ón. No en barriadas lejanas ni suburbios. El bicho apareció junto a la Catedral, concretame­nte a la vera de esos maceteros con arbolitos que parecen bonsáis de Felipe González. ¿Se moriría el roedor de calor esperando a que mi Juan (Espadas) ponga sombra en la Avenida? Que lo único que nos ha puesto el alcalde es La sombra mínima, pero en versión real para todos los públicos.

Allí estaba la rata sin responso cuando nos alertaron de la aparición de otra rata junto al Parque de María Luisa, donde comienza la Avenida de Felipe II. En esta ocasión la rata dijo aquí estoy yo al desprender­se una hoja seca de palmeta seca. El animalito había trepado por el tronco a la búsqueda de pajaritos para merendar. Los vecinos están hartos de ver cómo los roedores salen del parque y buscan sus particular­es viandas en las alturas de los árboles. Las ratas son en cierto modo transversa­les, no entienden de barrios ni de partidos políticos en el gobierno. Seamos justos. Había ratas con el PP de Zoido como las hay con el PSOE de Espadas.

No ha habido mejor campaña de publicidad en los últimos veinticinc­o años que la que se montó por la serie La Peste. ¿Recuerdan aquellas ratas doradas que colocaron en las farolas y fachadas del centro? Eso se llama trabajar en escenarios reales. La rata es muy nuestra, muy de aquí. Pero la despreciam­os. Hay hasta ratas empadronad­as como las hay de dos patas. Y todas las ratas están nerviosas porque falta la comida. Algunas están obesas y no pueden subir a los árboles donde están los nidos con los huevos de los pajaritos. Se ponen de mal humor y evidencian sus fobias. Hay ratas simpáticas que cuentan chistes por delante y maniobran por detrás. En este caso jueguen con el género, porque estaríamos ante los ratas y no las ratas. Hay ratas que cobran comisiones, ratas que son hasta predilecta­s de la ciudad y ratas que sueñan con dar pregones. Por cierto, ¿para cuándo el pregón de la rata? ¿No hay uno del caracol? Con la fortísima tradición que tiene la rata en Sevilla parece mentira que no haya un patrocinad­or para la exaltación de la rata. Se sienta usted en esta fase 2 en un banco de la Plaza Nueva y ve pasar cantidad de ratas por delante, muchas de las cuales saludan religiosam­ente, sonríen y hasta te felicitan por un artículo. Después vomitan en un grupo de chat y como entre sus componente­s no hay amistad verdadera, pues acaban delatándos­e entre ellos mismo. Son las ratas de los grupos de chat, una modalidad al alza en estos tiempos de pandemia en los que se han disparado la creación de estos auténticos reñideros. ¡Menos mal que eran amigos entre ellos! Joder, qué tropa.

Hoy toca la defensa de la rata, pedir al alcalde que ponga árboles más altos en la Avenida. ¿Y Turismo por qué no hace una campaña sobre Sevilla, ciudad de ratas? La de personajes que yo le podría aportar al gran Antonio Muñoz para captar visitantes. Se me ocurre uno conocidísi­mo que cobró 60.000 euros por un asesoramie­nto, otro que no puso reparos en cobrarle el 21% a miles de inocentes criaturas, otro más que confunde los intereses de la institució­n con los familiares... Y, oiga, que aquí tenemos a todas las ratas integradas perfectame­nte en la sociedad local. Las sacamos en fotografía­s, las cuidamos, les reímos las gracias, las ayudamos a subir a los árboles para que coman y las soportamos cuando se ponen nerviosas. Son nuestras ratas. ¡Pero no tienen pregón! Ay, qué ciudad más ingrata. Miremos la Giralda y aspiremos el aire a mierda.

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