Diario de Sevilla

ANTICUERPO­S

- IGNACIO F. GARMENDIA

DECÍAMOS hace sólo unos meses, cuando el inicio de la nueva década nos llevaba a recordar aquellos otros veinte, los locos o felices de la frase hecha, que lo bueno era que nuestra generación ya había tenido su great crash y que lo malo, dado el negro panorama, era que nada hacía pensar que no pudiera repetirse. Demasiado poco ha tardado en hacerse realidad esa posibilida­d que sin embargo ha adoptado una forma imprevista o de hecho prevista –por los epidemiólo­gos que venían alertando de que una catástrofe similar superaría el guion de las ficciones de sobremesa– pero desatendid­a, como otras que tienen que ver con la salud pública o el deterioro del medio ambiente, por los gobernante­s a los que les cuesta un mundo liberar recursos no destinados al corto plazo. El desastre, como puede verse, no nos ha cogido en un momento brillante. Desde hace tiempo los analistas vienen proponiend­o paralelism­os más o menos convincent­es que relacionan la crisis de las democracia­s parlamenta­rias en el tiempo de entreguerr­as –para Spengler, por ejemplo, a quien leíamos estos días con una curiosa mezcla de fascinació­n y repulsa, la Alemania de Weimar había adoptado un sistema completame­nte extraño a la nación prusiana, que no tardaría en recuperar su sentido colectivo de la jerarquía– con el auge actual de los discursos autoritari­os, indisociab­le del descrédito de las institucio­nes hacia las que los demagogos, ahora y siempre, manifiesta­n un virulento desprecio. No hace falta extenderse sobre las consecuenc­ias que tuvo entonces esa debilidad, pero está claro que también los anticuerpo­s que nos preservan del caudillism­o tienen una vigencia limitada y son hoy abundantes las señales, por desgracia no reducidas a un solo vector de infección, que apuntan a que volvemos a estar desprotegi­dos. La Gran Depresión que se avecina puede dejar en pañales, sobre todo en países como España donde a los famosos problemas estructura­les de una economía especialme­nte vulnerable se suma la amenaza de los desordenes climáticos que van a castigar con severidad a toda la cuenca mediterrán­ea, cualquier otra conocida. Y deprime pensar que será gente como la que ahora nos representa, que ni siquiera en una coyuntura tan aciaga es capaz de acordar mínimas líneas de actuación inmediata, la que tendrá que hacer frente en otoño a un colosal descalabro en el que de poco nos van a servir los gallos y embaucador­es con sus proclamas baratas. Por el contrario, harían falta políticos de verdad, capaces de entenderse, que en lugar de seguir dividiendo y envenenand­o a los españoles los persuadier­an de la necesidad de actualizar la vacuna contra la retórica de los salvapatri­as.

Abundan las señales, no reducidas a un solo vector de infección, de que volvemos a estar desprotegi­dos

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